Fernando Núñez-Noda: ¿Supersticioso yo?

Fernando Núñez-Noda: ¿Supersticioso yo?

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Ensayo de Fernando Nunez-Noda

De las muchas resoluciones de año nuevo yo cumplo si acaso una y con mucho esfuerzo. No obstante, “dejar las supersticiones” parece ser la que más quiero acometer. Ciertamente las detesto. Pero no tan rápido, esto que compartiré con ustedes me ha hecho ver el asunto desde otra perspectiva.

“Soy lo suficientemente culto para no ser supersticioso… pero lo soy”, reconoce Dostoievski en Apuntes del Subsuelo. La superstición tiene que ver con causalidad, con orígenes no científicos o carentes de una explicación forense de los eventos naturales o sociales.

En vez de enfermedad un conjuro; en vez del viento que apagó una vela, el mensaje de un ser sobrenatural. Romper espejos, pasar debajo de escaleras, pisar las rayas de la acera, botar sal. Se les asocia con mala suerte. Lanzar monedas en una fuente, cruzar los dedos, tocar madera. Con la buena.

La superstición viene de eras muy antiguas, en general, de sociedades ancestrales.

En la prehistoria era común que el brujo de la tribu avalase o bendijese ciertas acciones de ejércitos y reyes: nacimientos, muertes, excursiones de conquista… El matrimonio entre religión y Estado es mucho más antiguo de lo que imaginamos y acaso proviene de esta participación del shamán local en la vida pública.

Dos mil trescientos años antes de nuestra era, un rey Sargón de Babilonia compuso el más antiguo tratado conocido sobre horóscopos e interpretación de los sueños. La mentalidad mágica tiene un espacio fundamental en la historia, desde el mundo sobre una tortuga hasta el cielo como una esfera de vidrio.

El mítico Hermes Trismegisto, en el Egipto helénico, organizó las llamadas “ciencias herméticas” que establecieron la astrología tal cual la conocemos y otras aplicaciones esotéricas.

En Occidente, los griegos fueron más científicos que magos, pero no exentos de magia y ocultismo. La lectura de La Odisea o Jasón y los Argonautas nos hablan de todo tipo de seres y lugares fuera de este mundo. Los romanos tuvieron el poder de llevar estas creencias a toda Eurasia donde se ligaron con las de los bárbaros para formar una nueva mitología ocultista: la opuesta al cristianismo.

El cristianismo tiene su propio arsenal de creencias sobrenaturales. Algunos ejemplos:

En la Edad Media cualquier persona fuera del cristianismo era hereje, bruja, adoradora del diablo. Giordano Bruno, sólo por sugerir en un tratado que los planetas eran como grandes seres y que podía haber vida en otros distintos de la Tierra, fue quemado vivo por apóstata.

La sociedad, a partir sobre todo del siglo 19 y ni qué decir del 20, se hizo cada vez más laica y científica pero eso no hizo mella en la superstición.

Sir Arthur Conan Doyle, autor de Sherlock Holmes, a pesar del severo racionalismo que movía al inquilino de Baker Street, confesó su dedicación al espiritismo. Harry Houdini, el legendario mago, tuvo un interés excesivo por el ocultismo, sobre todo a raíz de la muerte de su madre. Se dedicó a desenmascarar farsantes.

Más peligrosa fue la afición de Hitler a lo supranormal. Se dice que, junto a Rudolph Hess y otros jerarcas nazis, perteneció a la “sociedad de Thule”, un grupo que creía en la tierra cóncava y una pasado de razas superiores, con dos lunas y gigantes.

El argumento de la película Cazadores del Arca Perdida no es descabellado: Hitler manifestó su profundo interés por el Arca de la Alianza hebreo y por la “Lanza de Longinos”, que se dice atravesó el cuerpo de Cristo y confirió poderes extraordinarios a guerreros y reyes como Carlomagno.

Pierre y Marie Curie creían en la radiactividad pero también en el espiritismo. Asistían a sesiones para comunicarse con el más allá. Un importante contribuidor de la teoría cuántica, Wolfgang Pauli, parecía alterar equipos electrónicos con su presencia y lo atribuía a un exceso de energía mental, de psicoquinesia.  Jack Parsons, ingeniero de la NASA e inventor del combustible sólido para cohetes, afirmó haber invocada nada más y nada menos que al Diablo.

La Medición de la Superstición

Vayamos de menos a más.

Un clásico de Steve Wonder: Superstition (Supersticioso):

¿Y mi resolución?

Pues parece que dejar la superstición no será posible, consciente o inconsciente, parece que la necesitamos para poder entender el mundo. Sí. Para llenar espacios de incertidumbre. Es como un auxiliar del afán de completitud de neustra comprensión del mundo. Una especie de “hasta que la ciencia me lo explique”. ¿Y si no? Pues seguimos con la canción de de Stevie Wonder.

De modo que no puedo dejar de ser supersticioso, aunque quiero tener ladicha de serlo lo menos posible.

 

 

NOTA:

Este ensayo no es una recopilación rigurosa ni académica, es un recuento de referencias que he recordado o que he seleccionado por puro placer intelectual. Si el lector conoce algún dato, caso o referencia que enriquezca este ensayo, lo invito a dejarlo plasmado en un comentario.

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ILUSTRACIÓN: Composición con dos imágenes de Pixabay.com.

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