William Anseume: ¿Qué de supremo tiene ese tribunal-cito?

William Anseume: ¿Qué de supremo tiene ese tribunal-cito?

 

thumbnailWilliamAnseumeSupremo se dice de Dios, por grande, inmenso, inabarcable, inalcanzable y, para algunos, tan grandote como inexistente. Según el diccionario, supremo es altísimo o enorme y carente de superior en su línea.

¿Es el actual Tribunal Supremo de Justicia en Venezuela altísimo? Para nada. Es uno de los más bajos tribunales conformados nunca aquí, si a ver vamos, como todo lo relacionado con la justicia en este país desde que el “chavismo” llegó a poder. No hay disimulos ni cuido de formas, cuando justamente de eso se trata, de formas, hasta geométricas: estamos situados pues en las muy confusas y difusas dimensiones de lo alto y lo bajo, donde lo alto en ningún sentido le cuadra a ese tribunal. Veamos: es bajo en su conformación porque está integrado en su enorme mayoría, o totalidad, por segundones del gobierno; bajo tal vez no, rastrero, culebrero. Y más ramplón y chocante, por bajo, elementalito, se torna con sus decisiones, salidas de lo natural, de lo esperado. Siendo esto así, lo único supremo, superior, alto, que el tribunal tiene son las inalcanzables, por increíbles, decisiones, no ajustadas a derecho, sino a lo que el gobierno cree que debe ser lo derecho. Esto luce más extraño si se piensa que es éste el gobierno más torcido en sus actuaciones que haya habido nunca en Venezuela.





Algunos autores dimensionan lo alto con la sapiencia, lo cerebral, equiparándolo con la situación de la cabeza en el cuerpo humano: allí estaría el raciocinio y lo racional, mesurado, contenido también, elaborado, cuidado al extremo por la disquisición mental. Bajtin plantea bien esto. Mientras lo bajo se vincula con los órganos sexuales y lo excrementicio, lo elemental cuasi animal. Cuán bajo a-parece así este tribunal. Tan bajo que desconoce las elecciones, la decisión de las mayorías y se pretende erigir en incuestionable, intachable en sus muy inmensas tachaduras, máculas visibles desde el Brasil, el Mercosur, la CEE, la OEA, la ONU, los EEUU…

Pero no es así. Ya lo decía el poeta Rafa Didi: “El justo, para ser justo,  no tiene que ser injusto con los injustos pero tiene que rebelarse contra la justicia injusta”. Ya lo hacen los estudiantes, esto de rebelarse sin detención, en algunas universidades nacionales y vemos los mismos saldos de heridos, ¿veremos de nuevo los presos y sus padecimientos por tratar de recuperar algo de la justicia y de la superioridad que algunas decisiones y miembros de tribunales deben tener? ¿Cuándo se harán, y por quién, cumplir las leyes aquí? ¿Más tropelías? ¿Más calamitosas acciones avasallantes de la razón, del pacto social, de la armonía de vivir en colectivo?

Algunos, brasileros y venezolanos, como la incansable luchadora que es María Corina Machado piensan que ante los avances indetenibles de la “dictadura moderna”, tal y como la definió José Vicente Haro también recientemente, y han proferido otros, debemos mandar a activar cuerpos foráneos, la OEA y la Carta Democrática. Ese es tal vez un adecuado camino, cuando el poder se impone a troche con moche y todo. Sin embargo, nuestras disposiciones legales y constitucionales tienen una respuesta a esos planteamientos gubernamentales, representados gusaneramente en el “Tribunal supremo de justicia”: el muy hermoso pero al parecer inaplicable, como para este gobierno toda la constitución de la República, artículo 350: “El pueblo de Venezuela… desconocerá cualquier régimen, legislación o autoridad que contraríe los valores, principios y garantías democráticos o menoscabe los derechos humanos”. Estamos allí. No es la primera vez que se plantea, desde luego. ¿Qué esperamos para proceder a activar todos los mecanismos para cumplir y hacer cumplir nuestra constitución?

wanseume@usb.ve