Armando Martini Pietri: Homo homini lupus

Armando Martini Pietri: Homo homini lupus

ThumbnailArmandoMartiniPietriAgo2015El ser humano común y corriente, suele ser de buenos sentimientos, afectuoso, amable. Las personas nacen, se desarrollan con el instinto social animal y tienden a agruparse. Esa tendencia natural implica la evolución del concepto de manada; mantenerse juntos para protegerse. Cuando el rebaño acepta un líder, lo hace porque ha demostrado ser el más eficiente en la defensa de la comunidad y el mejor guía a través de selvas y praderas.

Es el mismo principio entre seres humanos, con la diferencia de que la mente del hombre no es sólo instintiva, es inteligente, tiene capacidad de aprender, razonar, crear y mejorar. Así, puede optimizar sus cualidades, transformando el instinto de protección en solidaridad, compañerismo, amistad y amor. La inteligencia, el espíritu, lo humano, son el permanente proceso de superación de los instintos, su adaptación, ampliación para ser transformados en alma y conductas personales y sociales, siempre relacionadas e integradas. El ser humano lo es porque tiene capacidad de recibir sensaciones, analizarlas, combinarlas y después, aunque sea de escasa educación y precarios recursos, viviendo en ambientes sociales urbanos y rurales extremo difíciles, hacer de la bondad y el respaldo, modos de vida permanente.

No obstante, puede utilizar esa capacidad para derivar hacia lo malo, a la crueldad. Los animales no son crueles, matan para alimentarse; hay individuos que no sólo asesinan por hacer daño, sino que han desarrollado el deleite por el sufrimiento ajeno; han transformado sus habilidades y convicciones para dañar, humillar. Por eso existen sádicos, violadores, torturadores, violentos; son sujetos distorsionados y para vergüenza de la humanidad, los encontramos en todas partes. Tesis que popularizo el filósofo ingles Thomas Hobbes en la obra De Cive: el lobo del hombre es el hombre mismo, “homo homini lupus”. Cita con frecuencia cuando se hace referencia a los horrores de lo que es capaz la humanidad para consigo misma.





Son los que consolidan sus personalidades incompletas golpeando brutalmente a sus mujeres e hijos. Agentes del orden publico a los cuales no les bastan sus armas y eso que llaman “la autoridad”, para golpear y hacer sufrir por gozo a sus prisioneros, los que insultan a los más débiles por cualquier causa aunque no tengan la razón, los que golpean, patean y desnudan a adolescentes por ser seminaristas y no fanáticos burdos de la horripilante ideología de los violentos sin control que se adueñaron de las calles de Mérida, amparados y por ello mismo, impulsados por la irresponsabilidad de autoridades policiales, militares y políticas que les dejaron practicar sadismos a disposición criminal, una abstención delictiva que en este Gobierno torpe e incompetente nadie ha sancionado.

Venezuela está llena de episodios, de historia, de anécdotas, incluso leyendas, pero nunca de hechos que generaron tanta vergüenza como la que sentimos cuando vimos la foto en las redes sociales de lo que al principio se creyó eran estudiantes desnudados con furor infernal por el delito de no ser afectos gobierneros, sino seminaristas. A eso ha llevado la tosquedad oficialista a esta patria nuestra a lo largo y ancho del país, y para mayor desgracia, del alma nacional.

Los fanáticos del oficialismo vergonzoso nos recuerdan atrocidades que han hecho historia. En la segunda guerra mundial por allá en aquellos terribles años 1941-45 los nazis desnudaban a los judíos para introducirlos en las cámaras de gas, mientras mentían diciéndole a mujeres, hombres, niños, adolescentes, que era para bañarse y quitarse de encima las pulgas. Era toda una política racista y asesina del régimen nazi que no se contentaba con matar sin remordimientos a judíos por serlo. Este exterminio no se limitó, sino que los actos de opresión y asesinato se extendieron a otros grupos étnicos y políticos. A la brutalidad nazi, como en Mérida no les bastaba con matar, antes vejaban, degradaban lo humano y humillaban la dignidad personal. Hoy en 2016 y en muchos años por venir, semejante grosería inhumana y sanguinaria, produce lágrimas en los ojos de los buenos y decentes del mundo, judíos o no. Nunca debe permitirse que algo así vuelva a suceder.

Pero los nazis no fueron los únicos. Los revolucionarios comunistas rusos, dirigidos por Stalin, mandaban cientos de miles a enfrentarse con los invasores alemanes, y por años con la organización de eficiente crueldad implacable la NKVD -posteriormente KGB- después de la guerra apresaban y enviaban a las extensiones heladas de Siberia a campesinos, comerciantes, empresarios, profesionales, obreros. A cualquiera que no fuera comunista o le cayera mal a jerarcas revolucionarios, a congelarse en vida, morir por malos tratos y peor alimentación.

Más o menos lo mismo, aunque en versión tropical, lo que hicieron los revolucionarios de Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara en la isla mártir del Caribe, y desde La Habana sigue dirigiendo Raúl contra las Damas de Blanco -movimiento cívico de honrosa y valiente tradición, que agrupa madres y esposas de presos políticos- a las cuales apresan, golpean, ofenden, humillan y después sueltan dejándolas abandonadas lejos de sus casas, mientras el castrismo mantiene la represión contra las libertades, las cárceles llenas, -como las venezolanas-, de presos opositores, y lentas discusiones con los estadounidenses que saben bien que el régimen es apariencia pero no fuerza real, y que los jefes octogenarios cercanos a la muerte, que tarda en llegar.

Las Madres de la Plaza de Mayo una asociación argentina formada con ocasión a la dictadura de Jorge Videla con el fin de recuperar con vida a los detenidos y desaparecidos, para luego establecer quiénes fueron los responsables de los crímenes de lesa humanidad y promover su enjuiciamiento. También han sido humilladas, agredidas y mancilladas públicamente por simbolizar el amor a sus hijos asesinados por la tiranía militar.

Muchas han sido las denuncias. Si regresamos a Francia en 1944, tras la liberación de Paris por tropas francesas y aliados, parisienses rencorosos obligaron a desfilar por las calles descalzas, afeitadas y con quemaduras en forma de esvásticas en sus rostros a mujeres acusadas de colaborar con los nazis.

La humillación es más que agresión. Es de las formas más retorcidas y malévolas de tortura. Es el deterioro por la vía de la vergüenza. Es el robo de la autoestima, del decoro y el pundonor. Es vileza y deshonra. Humillación se define como “la ofensa que se causa en el orgullo y honor de una persona”. La ropa no es sacra para la dignidad, pero el honor sí. La respetabilidad lastimada es como el agua derramada. Humillación toda acción que denigre a la dignidad humana. Tan grave es, que organizaciones defensoras de los derechos humanos, consideran la humillación como una forma de tortura pasiva.

Estúpido, peligroso y de mentecatos subestimar el hecho -más allá de que en esta oportunidad los agredidos sean seminaristas católicos-. Es un acto cruel y humillante. Pero al desnudarlos no te disparan a matar, te hacen vulnerable, no te quitan la vida, te hurtan el respeto, es el poder del abusador más fuerte sobre el inocente y débil, lo cual además es una despreciable cobardía.

No fue una patota de fascinerosos que resolvió divertirse en su bárbaro estilo de patanes. Es más grave, despiadado, alevoso, deplorable. Busca resignación, sometimiento y pérdida de temperamento. Tiene razón y objetivo, existe tradición en regímenes que se mantienen a base del desprecio e irrespeto a la vida humana.

El último y definitivo oprobio a Cristo en la cruz la relatan los evangelios: salmos 22:18, “Y habiéndole crucificado, se repartieron sus vestidos, echando suertes”. Recordando además que los azotes ordenados por el Gobernador, Poncio Pilatos, fue feroz, brutal. Y la increíblemente dolorosa corona hecha con espinas, fue decisión de los soldados romanos para burlarse sádicamente del que algunos llamaron en su momento Rey de los Judíos.

Observación final: ciudadanos –especial quienes dirigen a los desalmados- tenemos y debemos advertir éste, y otros salvajes abusos, -verbales o físicos- con sumo cuidado, pues una vez sueltos priva la violencia más baja, podrían volverse contra todos y nadie se salvará.

 

@ArmandoMartini