Lilian Tintori pide al Papa que no bendiga la dictadura de Maduro

Lilian Tintori pide al Papa que no bendiga la dictadura de Maduro

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Desde el Vaticano llama a los venezolanos a retomar la calle por la democracia, publica El Mundo de España.





Por CAYETANA ÁLVAREZ DE TOLEDO/Roma/@cayetanaAT

De pronto el cielo se abrió y una benigna luz otoñal se posó sobre la cúpula de San Pedro. Lilian Tintori, esposa del preso político Leopoldo López, perseverante, creyente, aceleró el paso sobre los adoquines mojados. Buscó el centro de la plaza, allí donde Bernini quiso que los peregrinos sintieran “una acogida maternal, de brazos abiertos”, y desplegó su pancarta: “Libertad para todos los presos políticos. Canal humanitario. Elecciones ya”. Miró hacia arriba, pensó que Leopoldo había acertado al insistirle que acudiera una vez más al Vaticano, y sonrió. A su alrededor, un revuelo de sotanas, crucifijos y iPhones enfilaba ya hacia las puertas de la Basílica para asistir al Consistorio, la enfática ceremonia de creación de 17 nuevos cardenales, entre ellos, el buen venezolano, un amigo necesario, Baltazar Porras. Lilian enrolló su pancarta, se acomodó la trenza rubia y se perdió entre la multitud.

Lilian Tintori aterrizó en Roma el jueves a mediodía. Tenía clara su misión: “He venido a pedir al Papa Francisco que no bendiga la dictadura en Venezuela”. Llegó con el corazón estrujado y la decepción en la frente. Su marido ha cumplido mil días en una sórdida celda de Ramo Verde. Y el Vaticano es, junto con el ya pretérito Gobierno de Obama, el principal valedor del proceso de diálogo abierto por el chavismo para ganar tiempo. A una semana de la gran marcha que tenía por destino el Palacio presidencial de Miraflores; cuando por fin la Asamblea Nacional había decidido impulsar el juicio político contra Nicolás Maduro; cuando ya ningún referente de la comunidad internacional se atrevía a enarbolar la equidistancia, la transición se paralizó. Diálogo es como paz: un concepto totémico ante el que sólo los firmes de espíritu no se cuadran. Y en Venezuela un sector de la oposición se cuadró. Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma, no.

Con el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin. C.Á.T.
Con el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin. C.Á.T.

Al caer la noche, Lilian cruzó el Tíber hasta la puerta de Santa Ana que da acceso al Palacio Apostólico, esa zona secreta del Vaticano con aire de fortaleza sobre la que se proyectan infinitas leyendas. Un guardia suizo, con capa negra y pinganillo oculto bajo la boina, la escoltó hasta un coche. A toda velocidad, cruzaron un laberinto de arcos, cortiles y galerías exteriores de finos ladrillos pulidos por el tiempo hasta llegar al patio de San Dámaso, obra de Bramante y Rafael. Cuatro plantas de pórticos acristalados apenas iluminados, simplicidad y misterio. Allí otro guardia la guió bajo un cielo de frescos hasta la antesala del despacho del secretario de Estado del Vaticano y ex nuncio en Venezuela, Pietro Parolin. Lilian miró a su alrededor. Brocados dorados con la inscripción Secretarius Status. Sillas de seda roja. Sobre una gran mesa, perfectamente plegado, un Osservatore Romano, con ese papel satinado, impertérrito ante la revolución tecnológica. En la esquina, un sencillo crucifijo de madera y oro. Desde la ventana, la Capilla Sixtina y los pinos de Roma. Michelangelo Buonarroti y Ottorino Respighi.

La reunión con el cardenal Parolin duró una hora y media. Más de lo previsto aunque no lo suficiente para despejar definitivamente algunos graves equívocos. Parolin se mostró preocupado por el coste que un diálogo estéril pueda suponer primero para Venezuela, claro. Pero luego -¿o era al revés?- para la propia imagen de la Iglesia. La idea de que el Vaticano pueda ser visto como cómplice de una dictadura con vínculos ya probados con la corrupción y el narcotráfico -los sobrinos de Maduro fueron condenados el viernes por un tribunal de Nueva York- empieza a inquietar a los asesores de Francisco. Y Lilian no hizo nada para tranquilizarlos. Le habló a Parolin con franqueza. De la represión política. De la falta de comida y medicamentos. De que nadie tiene el derecho a negar a los venezolanos su derecho constitucional y democrático a votar en libertad.

Parolin reconoció la frustración del Vaticano. Aquel insólito episodio de la vieja foto del Papa bendiciendo a Maduro que la propaganda chavista vendió como inédita para afianzar el diálogo. Pero al mismo tiempo mantuvo ese punto de distancia, de condescendencia que tanto cuesta entender a los que sufren la dictadura en directo y a los que valoran la ética democrática.

-El 80% de la población está a favor del diálogo.

-No es exacto. El diálogo no ha generado esperanza sino desistimiento.

-¿Y qué más da que el texto acordado en la mesa del diálogo hable de “detenidos” en lugar de “presos políticos”?

-Lo primero es propio de una democracia y Venezuela es una dictadura.

-Ya habrá elecciones a gobernadores el año que viene.

-No las habrá. Y en cualquier caso lo que nosotros reclamamos son elecciones presidenciales, la salida de Maduro, el cambio de régimen.

-Algunos presos están siendo liberados.

Con el cardenal Simone y el editor Miguel Henrique Otero. C.Á.T.
Con el cardenal Simone y el editor Miguel Henrique Otero. C.Á.T.

 

-Apenas cinco. Quedan 117. Y los utilizan como rehenes. No cabe mayor confesión de arbitrariedad que la liberación selectiva. Eminencia, el Vaticano debe saber que Leopoldo no aceptará su libertad a cambio de la de Venezuela. Ese es el sentido primero y último de su sacrificio. El motivo por el que se entregó: la restauración de la democracia en su país. No nos van a doblegar. Nunca.

Parolin se despidió de Lilian recomendándole paciencia y esperanza, y regalándole un rosario: “No deje de rezar”. A su lado, un imponente reloj de pie recordaba, con su somnoliento tic-tac, que los tiempos vaticanos no suelen coincidir con los de la vida humana. Y menos con los de la emergencia humanitaria. Lilian entregó al cardenal una lista de los presos políticos: “Llévela con usted siempre bajo el brazo. No los olvide”. Y se marchó. Buscó su camino de vuelta, a pie, en soledad, entre las sombras. Y llegó hasta la plaza de San Pedro. “Tienen que entenderlo: no vamos a aceptar ningún chantaje. Ninguno”. ¿Y si mandaran a Leopoldo a casa en arresto domiciliario? Se fugaría.

El viernes por la noche, mientras Lilian dormía, la dictadura liberó a Rosmit Mantilla, diputado electo de Voluntad Popular, primer político venezolano en reconocer abiertamente su homosexualidad y activista LGTB. Llevaba dos años y medio en la cárcel. Lo primero que hizo Rosmit fue ponerse la camiseta con la foto de Leopoldo y comparecer ante los medios: “Reitero mi compromiso con el cambio”. Lilian lo llamó en cuanto se enteró. Y lloró de la emoción.

Los venezolanos han sufrido todo tipo de chantajes a lo largo de los años. Unos vulgares, otros más sutiles, revestidos de esa viscosa buena intención que es tan difícil de combatir. La diplomacia del diálogo es una experta en este tipo de coacción. En un rinconcito del proustiano Antico Caffè Greco, allí donde cuelga, enmarcado, un manuscrito de Josep Pla, un diputado de Acción Democrática y varias veces electo gobernador de Mérida se rebela verbalmente: “Llevamos 15 años soportando una feroz persecución política y ahora, para justificar el portazo al revocatorio, nos dicen que algunos aspectos técnicos de nuestro proyecto económico ponen en duda nuestra competencia para abordar la crisis. ¡Pero qué cinismo!” Más tarde, en una terraza del Campo de’Fiori, mientras los puesteros recogen los despojos del mercado, un hombre inteligente, cercano al secretario general de la OEA, Luis Almagro, remata: “Ellos dividen a la oposición y luego acusan a la oposición de estar dividida. Bingo”.

La preparación de la oposición no es el único argumento que manejan frívolamente las embajadas y cancillerías. Hay uno más perverso. Cada vez que la ciudadanía ha marchado contra el régimen, cada vez que la convicción se ha impuesto al miedo, ha caído sobre la oposición el peso insoportable de los muertos potenciales. Aquí es donde irrumpe el insólito protagonista del diálogo venezolano, el mediador de parte, el que viaja en aviones de la petrolera estatal PDVSA, el español José Luis Rodríguez Zapatero. Fue propuesto por la brasileña Dilma Rousseff a petición directa de Raúl Castro, inquieto por la influencia que el apoyo de Felipe González a la oposición venezolana podía ejercer sobre el resto de la izquierda regional. Ha contado con el aval de Tom Shannon, el hombre de Obama para Venezuela. Y sus reuniones en Caracas han tenido lugar en la Embajada de España. Él dice que representa “intereses de Estado”. Cabe preguntarse de cuál. Y de qué sectores exactamente.

La misión de Zapatero ha sido impedir el revocatorio. O al menos retrasarlo hasta 2017 de forma que Maduro gane tiempo hasta 2019. Y, salvo sorpresa, otros dirían milagro, lo ha conseguido. Antes de la inmensa manifestación del 1 de septiembre, Zapatero llamó a Lilian para decirle que la desconvocara. “Habrá muertos”, le advirtió. “Nosotros no llevamos armas, nos manifestamos de blanco, con rosarios en la mano y nuestra tricolor”. No hubo muertos, aunque un sector de la oposición aceptó una transacción. A las dos de la tarde, todos pa’ casa. Ante la marcha del 3 de noviembre -anunciada como la más grande, la definitiva- Zapatero, los americanos y el nuncio en Venezuela, el sinuoso Aldo Giordano, retomaron su macabra letanía. Que habrá muertos. Que habrá cárcel. Y el sector vacilante claudicó. El diálogo sustituyó al revocatorio y la dictadura mató dos pájaros de un tiro: el aplazamiento de las elecciones y la división de la oposición.

En el último piso de la residencia Paulo VI hay un pequeño restaurante. La comida es mala pero las vistas desde la terraza son de otro mundo. Se puede acariciar la cúpula de Miguel Ángel; hacer cosquillas a los santos en su balaustrada. Una persona de confianza del Papa llevó allí a Lilian y la invitó a cenar. La escuchó con atención, incluso con afecto. Y le intentó dar explicaciones: “El Papa es imprevisible, pero no es un ingenuo. Cuando tú vas, él ha ido y vuelto varias veces”. Pero qué está haciendo, qué le mueve. Almagro, el líder internacional en activo que con más claridad y valentía ha defendido la causa democrática venezolana, se ha reunido un largo rato con él. Salió muy preocupado. Se fue con la impresión de que el Papa respalda a Maduro. “Al Papa le importa el hombre. Su sufrimiento. Los inmigrantes. Los refugiados… Y la falta de libertad”. Pero Leopoldo lleva casi tres años preso.

Shannon llamó al Papa para implicarle en el proceso venezolano. Habrá pronunciado las palabras mágicas: “Hablo en nombre del presidente”. Subrayo, del Nobel de la Paz. Venezuela forma parte de un complejo tablero geoestratégico, en el que se cruzan intereses ocultos a la retórica pública. Miguel Henrique Otero, editor de El Nacional, bienhumorado, resistente, también aprovechó la creación del cardenal Porras para trasladar un mensaje al Papa: le entregó a Parolin un breve documento que desenmascara, de forma limpia y directa, las trampas del diálogo. Después de la ceremonia, en el Ristorante dei Musei, mientras la simpática María balanceaba los platos de pasta, Otero se explayó: “Cuba recibe a diario de Venezuela unos 90.000 barriles de petróleo gratis. Colombia tiene cuatro estados bajo control de las FARC. Si Venezuela cambia de manos, lo primero que hará el nuevo gobierno es cerrar el grifo a Cuba y combatir el narcotráfico. Eso desestabilizaría la paz en Colombia y la transición en Cuba: las dos apuestas de Obama. Por eso algunos venezolanos miramos la victoria de Trump con menos pesimismo que los europeos”. En la mesa de al lado, el flamante cardenal Simoni, albanés, 88 años, celebra con su familia. Brindis y aplausos. Lilian y Miguel Henrique se acercan a felicitarlo. Por el birrete rojo escarlata y porque sobrevivió 18 años en una cárcel. Comunista.

La traición a las personas y a las causas figura en casi todas las leyendas vaticanas. Y en el drama venezolano ha demostrado su potencial destructivo. El daño es objetivo. Aunque la Mesa de la Unidad nunca ha estado a salvo de las rivalidades y vanidades personales, de las miserias humanas, la foto de un sector de la oposición con Maduro y su asunción de un documento que imputa a la propia oposición el sabotaje económico y la violencia política parecen un punto de inflexión. Quizá de no retorno.

Si antes del próximo 6 de diciembre el diálogo no arroja los resultados que la oposición siempre había reivindicado -y que Lilian Tintori llevó ante el Vaticano- los partidos y dirigentes que dieron oxígeno a la dictadura tendrán difícil recuperar la credibilidad. En algunos casos, daría igual. En otros, como el de Henry Ramos o Henrique Capriles, dos hombres valerosos, sería un quebranto.

Cae la noche sobre Roma. Lilian llama a sus hijos, se calza “los zapatos de goma” y sale a pasear. Todas las calles le parecen iguales. Igualmente sublimes. Nunca ha estado en Roma con Leopoldo. Sus tres visitas han sido para pedir la liberación de su marido. La primera vez, en un besamanos, el Papa le susurró: “Fortaleza”. La segunda, en otro besamanos, le dijo: “Estoy orando mucho por los presos”. Esta vez no se han visto.

Lilian cruza el Ponte Sisto, con esos horribles candados, símbolos de amor y de esclavitud. Por un instante se le ensombrece el gesto. Es consciente de su soledad y de la inmensa responsabilidad que nunca hubiera querido tener que asumir. Sabe que hay que reactivar la rebelión cívica. La movilización de una ciudadanía a la que los políticos, con sus mensajes contradictorios, ha sumido en la desesperanza y la confusión. Lleva una crucecita al cuello y otra en el bolsillo para Leopoldo. La que ahora porta Leo, de madera, se la puso ella el día que se entregó a la dictadura. Esta otra se la dará a su regreso a Caracas. Se ríe al recordar el último libro que los guardias de Ramo Verde no le permitieron entrar en la prisión: Los versos satánicos. Qué pensará Francisco. Llega a una placita, llena de gente alegre. En un lateral, brillan los mosaicos de la fachada de Santa María en Trastevere. Entra. Como atraída por un imán se detiene ante un pequeño icono de madera junto al altar. Introduce unas monedas en una caja y enciende una vela. Se queda un rato en silencio. Y al girarse dice: “Tenemos que llamar a los venezolanos a reactivar la luz de la lucha pacífica por la democracia y la libertad”. Lilian Tintori no ha perdido la fe ni la fuerza.