La “mesa de diálogo”: dilema y estratagema, por Fedor Linares

La “mesa de diálogo”: dilema y estratagema, por Fedor Linares

 

La “mesa de diálogo” es la última estratagema del gobierno. Ella le permitió aminorar el costo político de su comportamiento despótico en los últimos meses y confundió a la oposición. Gracias a ella, el gobierno pudo recuperar una gobernabilidad que lucía perdida y recomponer, en parte, su maltrecha imagen.

1.- La “mesa de diálogo” y el dilema de la oposición





En un rapto de democracia y un desconocido amor a la paz, el gobierno convoca a los representantes de la oposición a participar en la “mesa de diálogo”. La oposición se divide al respecto. Una parte está a favor de permanecer en la “mesa”. Sostiene que los demócratas deben dialogar siempre y que no pueden dejar de hacer uso de ningún recurso democrático. La otra está en contra de permanecer en ella. Sostiene que los demócratas tienen la obligación distinguir y ser parte sólo de aquellos procesos que contribuyen efectivamente con el desarrollo y la salud de la democracia.  Desafortunadamente, la “mesa de diálogo” no constituye, en su opinión, uno de ellos.

La oposición pareciera, de este modo, atrapada en una paradoja. Si intenta ser coherente con su naturaleza democrática y participa de la “mesa de diálogo”, se perjudica a sí misma y apoya un proceso que no favorece a la democracia. Si intenta contribuir de manera efectiva con la democracia y no se sienta en la “mesa”, deja de ser consistente con su propia condición democrática. El gobierno pareciera  haber acorralado nuevamente a la oposición y pareciera haberse anotado, de antemano, otro round a su favor.

¿Ha logrado realmente el gobierno atrapar a la oposición en esta antinomia democrática? ¿Está la oposición condenada a perjudicar a la democracia si intenta ser coherente o a contradecirse a sí misma si intenta salvaguardarla de manera eficaz?  

Paradójicamente, quienes que se han sentado en la “mesa” y quienes han pretendido ser congruentes con las formas democráticas, para su infortunio y  nuestra desdicha, le han hecho un flaco favor a la democracia y a sus instituciones, y han lesionado aún más la institucionalidad que intentaban proteger.  

La “mesa de diálogo”, en el contexto actual, es injustificada, inútil y perjudicial. Es injustificada porque ya existen, en nuestro país, las instancias o las instituciones  para que el diálogo político sea llevado a cabo. Inútil porque un gobierno que no respeta ni hace un uso adecuado de dichas instancias o instituciones constitucionalmente establecidas, difícilmente respetará los acuerdos adquiridos en una nueva instancia de negociación bajo la observación de algunos amigos complacientes. Perjudicial porque desconoce y deprecia las instituciones ya existentes destinadas a la deliberación de los asuntos públicos en nuestro país (El Parlamento).

Aquellos que se han sentado en la “mesa”, bajo el prurito de la “coherencia democrática,” no sólo no han conseguido proteger las instituciones de la democracia que trataban de resguardar; por lo contrario, las han malogrado y vulnerado todavía más. Los actos de estos demócratas “moderados” y –pretendidamente- coherentes, como los efectos de esos actos,  contradicen, en el fondo, sus principios y aspiraciones originales.

Quienes han renunciado, en cambio, al recurso de la “mesa” y se han sustraído de participar en ella ni siguen un curso de acción antidemocrático ni se contradicen a sí mismos.

Por una parte, la “mesa de diálogo” no es una instancia verdadera de diálogo; es tan sólo una simulación fraudulenta de él. Quienes han renunciado a ella, en consecuencia, no le dan la espalda al diálogo político que requiere el país, sólo se abstienen de ser parte de un simulacro falaz perjudicial para el interés general de nuestra nación. Por la otra, estos demócratas “radicales” (según el discurso oficial), al resignar su participación en la “mesa”, no  rescinden su aspiración democrática ni su apelación a recursos democráticos. Todo lo contrario. Estos demócratas exigen y luchan por el restablecimiento de una democracia substantiva y demandan que los medios y los mecanismos institucionales democráticos consagrados en nuestra Constitución sean efectivamente respetados y tomados en cuenta.

La sociedad venezolana y la oposición democrática más consecuente muestran una coincidencia llamativa al respecto: favorecen el diálogo, pero rechazan, al mismo tiempo, el artificio de la “mesa”. El país y la oposición democrática han comprendido que no pueden ser parte de la “mesa de diálogo”, porque ésta no constituye un espacio efectivo para la defensa y el ejercicio de la democracia, sino un medio más para su aniquilación fraudulenta.  

2.- La “mesa de diálogo” como estratagema antidemocrática

Nuestro gobierno es ideológica y vocacionalmente autocrático. No cree en el diálogo. No lo quiere. Para evitarlo, le ofrece al país y a la oposición un sustituto: la “mesa de diálogo”. La “mesa” constituye una artimaña ideológica que, como toda forma de comunicación inauténtica (sistemáticamente distorsionada), está orientada sólo a proteger los intereses de los factores dominantes por medio de la utilización y el engaño.

La “mesa de diálogo” fue oxígeno para un gobierno agónico que desfallecía en la ilegitimidad. Le hizo recuperar la gobernabilidad del país que se le iba de las manos. Su puesta en escena fue la gran victoria del gobierno. Era esto todo cuanto buscaba y esperaba. El contenido y la agenda eran totalmente secundarios.  Irrelevantes, incluso. Lo importante, lo únicamente importante, era su creación y su escenificación ante la opinión pública.  

La “mesa”, como toda forma de comunicación sistemáticamente inauténtica, engaña y manipula. Desfigura la realidad y usa a sus participantes. Nos ofrece una imagen falsa y distorsionada tanto del gobierno como de la oposición. Utiliza a los opositores y a los mediadores como meros instrumentos para atender sus intereses y mantener su control del poder.

La “mesa” nos ofrece una imagen democrática de un gobierno despótico y una representación de voluntad de diálogo en un gobierno que ha renunciado al diálogo real con el país. La democracia ha institucionalizado el diálogo y ella misma está constituida por un conjunto de instituciones para que el diálogo sea llevado a cabo  de manera permanente, justa y apropiada. Las elecciones y los referendos constituyen  formas institucionalizadas de diálogo político. Por medio de ellos, la sociedad reflexiona y debate consigo misma, manifiesta sus preferencias y elige a sus representantes o autoridades. El Parlamento Nacional es el órgano del Estado formalmente instituido para que los representantes y las autoridades políticas de la nación deliberen sobre los asuntos de interés del país y de los ciudadanos. Si el gobierno tuviese una voluntad real de diálogo no bloquearía las formas institucionalizadas de diálogo establecidas por nuestra Constitución. Las permitiría y aceptaría sus resultados. Si el gobierno tuviese una voluntad real de diálogo no crearía una nueva instancia de deliberación y negociación política de cuestionable representatividad, respetaría y haría uso de las que ya existen.

La “mesa” nos ofrece, así mismo, una imagen equívoca de la oposición y de su compromiso con la Constitución: una supuesta voluntad de rectificación democrática, si se sienta en la “mesa”; una incorregible incapacidad de rectificación, si no lo hace. En el primer caso, una oposición que enmienda y se corrige a sí misma gracias a la tenacidad y a la pedagogía política del gobierno. En el segundo caso, una oposición terca e intolerante que está ciega a las buenas intenciones del gobierno y que está incapacitada para el diálogo y el entendimiento. La implementación y el discurso de la “mesa”, como los acuerdos suscritos dentro de ella, tienen además la perversa virtud de confundir a las víctimas de los abusos del poder con sus despóticos victimarios y de hacer a ambos, en la práctica, igualmente corresponsables.

No es la oposición, es el gobierno quien ha renunciado al diálogo al impedir los procesos electores establecidos  (formas institucionalizadas de diálogo político). No es la oposición, es el gobierno quien ha renunciado al diálogo al desconocer los resultados de las deliberaciones del Parlamento y al imponerle al país las decisiones arbitrarias de los demás Poderes del Estado. No es la oposición, es el gobierno quien ha renunciado al diálogo al violar nuestros derechos, al acosar a la opinión pública, al perseguir y al encarcelar a nuestros principales líderes opositores.

La “mesa” es un instrumento del gobierno para proteger sus intereses y para salvaguardar sus privilegios. Los representantes de la oposición, medios de uso en este propósito. Los acuerdos alcanzados dentro de la “mesa” sólo reflejan la perspectiva y los intereses del gobierno. Ni el punto de vista ni las demandas de la oposición han encontrado justa expresión y, menos aún, el debido reconocimiento en ellos. El respeto que ha mostrado el gobierno ante tales acuerdos refleja el propósito de enmienda y el respeto que siente por el país y por los mediadores: ninguno.

El gobierno ha eludido el diálogo real con la sociedad venezolana  y convoca reiteradamente a la oposición a la “mesa de diálogo” para simular que lo hace. La “mesa de diálogo” es la última estratagema ideológica de nuestro gobierno. Con ella, engaña y manipula para beneficiar sus intereses. Afortunadamente, para el país, hay mentiras que ya no pueden ser creídas, aun cuando sean repetidas mil veces y cuenten con todo el apoyo del Estado.

 

 

Fedor Linares

11.714.822