La batalla de los bastardos vs los hijos de Bolívar, por Víctor Jiménez

La batalla de los bastardos vs los hijos de Bolívar, por Víctor Jiménez

thumbnailVíctor JiménezAl tomar la autopista ya sabíamos que habría represión, el aspecto de los marchistas era diferente, estando ya escarmentados por la violencia de la GNB, cada quien había buscado la mejor manera de protegerse: cascos (de motorizado, de obrero o ciclista), máscaras de gas, lentes de natación, tapa bocas, guantes de carnaza, doble franela, y cantidades ingentes de bicarbonato de sodio formaban parte del arsenal de ese ejercito libertario y desarmado que marchaba hacia la conquista de su libertad. La caminata iba encabezada por los legisladores de la Asamblea Nacional, que habiendo sido elegidos por el pueblo, iban adelante, poniéndose ellos mismos como escudos humanos para defender a su gente.

Pues bien, íbamos avanzando lentamente, con los diputados a la cabeza y formando una cadeneta para impedir que el resto de los manifestantes se adelantasen (de todos modos, aquello no impidió que más de una se fuera hacia delante para otear en el horizonte, en busca de los carros blindados de los represores), de pronto, un lejano murmullo fue creciendo desde la retaguardia de la marcha. Se escuchaban gritos y alguno exclamó: – ¡Nos están atacando desde atrás! – y todos comenzaron a alistarse para la resistencia.

La confusión reinó por unos segundos, la marcha se detuvo y todas las miradas se clavaron atentamente en la retaguardia, buscando entender lo que estaba pasando. Los gritos cada vez estaban más cerca, y ahora que se podían distinguir, todos pudimos darnos cuenta que se trataba de vítores y exclamaciones de júbilo. Entonces, entre la multitud apareció el primer escudo, con una cruz de gules sobre fondo de plata, seguida de otros muchos escudos que en fila india iban atravesando la multitud. Las personas les abrían paso entre aplausos y exclamaciones vigorosas llenas júbilo y esperanza. Las banderas hondeaban y el himno de Venezuela, nuestro país, se entonó con más energía que de costumbre. Allá iban nuestros héroes, el joven orgullo de la gran nación que podemos ser.





Sus rostros tiernos y miradas infantiles, pero llenas de determinación, hablaban de la dignidad y gallardía que aluden nuestras canciones patrióticas, y que a veces muchos cantan sin llegar a entender su verdadero significado. Decenas de escudos salieron hacia delante y se ubicaron a la vanguardia de la marcha, mientras un megáfono se levantaba por sobre el mar de voces y daba instrucciones bastante claras – ¡Todos detrás de los escudos, los diputados van adelante, luego los escudos y después la gente de la marcha! –

Finalmente apareció el temido piquete, un ejército sombrío y despersonalizado que, con sus  carros blindados e infantería, avanzaba lentamente hacia nosotros. De inmediato, por instrucciones de los diputados, todos levantamos las manos (incluyendo los chamos de los escudos) – ¡Estamos desarmados, no nos disparen! – pero la única respuesta fue una andanada de bombas disparadas alternativamente al cielo y a quema ropa contra los manifestantes… comenzaron a caer los heridos, y hubo muchas dudas, casi nos echamos a correr.

Una voz, resonando preguntó –: ¿Quiénes Somos? –

–        ¡Venezuela! – respondimos todos.

–        ¿Qué Queremos? – insistió.

–        ¡Libertad! –

Al instante los muchachos levantaron un muro de escudos y las bombas, perdigones y metras (¿metras?) comenzaron a llover sobre ellos. Atrás quedó el resto de los marchistas, e incluso los diputados, que, después de todo, ni están blindados, ni tenían escudos, (de hecho, deberían comenzar a llevar casco). Como unos verdaderos valientes, y sin posibilidades reales de defenderse, aquellos chamos hicieron frente a la bestial arremetida de la GNB, que incapaz de tomar en cuenta que se trata de manifestantes pacíficos, atacó con todo su arsenal.

Poco después nuestra protesta había degenerado en un campo de batalla literal, y las bombas lacrimógenas iban y venían de un lado a otro, pues en la medida que los uniformados las lanzaban, los manifestantes las devolvían. Desde el frente de “la batalla” salían heridos de continuo, pero nadie se acobardaba, la marcha se mantuvo firme mientras aquellos Guardias, llamados a protegernos, atacaban ferozmente como si estuviesen enfrentándose a un ejército enemigo.

Irremediablemente había que retroceder, al fin y al cabo de nuestro lado nadie estaba atacando, pero no era una huida despavorida, sino que se trataba de una retirada estratégica y bien organizada. Quienes estaban al frente se sirvieron de todo cuanto consiguieron en los alrededores para construir barricadas y retrasar el avance de los opresores. Cada minuto contaba, pues la arremetida se hacía más brutal y era necesario darle tiempo de escapar a las mujeres, niños, ancianos y personas con discapacidad que, hasta ese momento, habían permanecido en la retaguardia. Cientos de actos heroicos y desinteresados se desarrollaron en ese agónico lapso de tiempo, muchísimas historias que las próximas generaciones se contarán con orgullo.

Aquellos muchachos, exhaustos luego de una hora de aguantar, sostenían sus escudos mellados y devolvían bombas ya sin la misma energía, pero con renovada determinación. En ellos no había odio, sino amor a su gente, al pueblo del que formaban parte, al país que les vio nacer; gritaban desesperados –: ¡Hay que aguantar, tenemos que aguantar por la gente que está atrás, hay que darles tiempo! – Pero el tiempo que ganaban para la retaguardia, lo perdían ellos, pues quedaban expuestos y a una peligrosa distancia a la GNB. La cantidad de heridos seguía creciendo, pero los que aún estaban en condiciones, siguieron aguantando.

De pronto, habiendo llegado al distribuidor ciempiés, la represión cesó, algunos sinceramente creímos que se habían acabado las bombas, y muy secretamente albergamos la esperanza de que la represión cesara y nos apoyaran. Incluso, uno de los muchachos bajó su escudo y sacó de su morral unas galletas y las repartió entre sus compañeros, reservándose una buena cantidad.

–Estás  son para las brujas – dijo, refiriéndose a los efectivos de GNB – a esos panas no les dan comida en todo el día y deben tener hambre –

Gesto conmovedor, más aún teniendo en cuenta que su generosidad estaba dirigida a quienes le habían estado disparado como locos hacía menos de cinco minutos. Pero la alegría nos duró poco. Un destacamento motorizado se situó en el segundo piso de la autopista, y desde arriba comenzó a dispararnos directo al cuerpo. Ya no había nada que hacer, la retirada ahora sí fue absoluta, pero  incluso en ese momento, los muchachos alzaron sus escudos e hicieron lo que pudieron por proteger a los manifestantes.

En la medida que la gente corría en dirección al Este, fueron topándose con más emboscadas, específicamente desde la base aérea La Carlota, y varias entradas y salidas de la autopista, desde donde llovieron bombas justo sobre la retaguardia que tanto se había defendido, causando estragos entre los manifestantes. Luego continuaron las escaramuzas, pero la marcha había terminado.

El resultado de la jornada se saldó en cientos de detenidos y heridos, por perdigones, bombas lacrimógenas lanzadas a quema ropa, e incluso metras – si, la GNB les está disparando metras a los manifestantes – y un fallecido, un menor de edad, que murió en plena represión. Valga comentar también que hubo otro muchacho que fue aplastado por un blindado ligero en un acto de salvajismo insólito, y que dichos carros, comúnmente llamados “rinocerontes”, ni siquiera tienen placa o identificación alguna, de modo que no hay manera de saber quien los conduce.

Tristemente, en Venezuela protestar es tan peligroso que requiere de un valor excepcional y una buena dosis de heroísmo que nada envidia a las gestas bélicas que protagonizaron la emancipación de nuestro país del yugo colonial. Este 3 de mayo de 2017, a pesar de estar marcado como uno de los días más oscuros de la historia venezolana también será recordado como el día en que el joven espíritu de nuestro pueblo se alzó obstinadamente y resistió la embestida de la tiranía, abriendo camino a una lucha cada vez más organizada.

Víctor Jiménez Ures