Luis Alberto Buttó: Votar o no votar; he allí el dilema

Luis Alberto Buttó: Votar o no votar; he allí el dilema

Luis Alberto Buttó @luisbutto3
Luis Alberto Buttó @luisbutto3

 

Aunque excluyentes entre sí (Perogrullo dixit), abstenerse o votar en las elecciones regionales del 15 de octubre son opciones completamente válidas, en tanto y cuanto las razones esgrimidas por cado uno de los bandos en cuestión, lógicamente ubicados ambos en el universo opositor, tienen el peso suficiente como para agenciarse la preferencia de la población a la que va dirigida el mensaje correspondiente. Ése no es el punto. El punto es la efectividad real que el poner en práctica una u otra alternativa va a causar en términos de impacto en el esfuerzo sostenido hasta hoy, y por sostenerse en el mañana, en el rescate de la democracia y la superación de la tragedia nacional que supone la vigencia del modelo político-económico autodenominado revolución bolivariana. Dicho de otra forma, la racionalidad política es lo que debe privar a la hora de decidir si en esta oportunidad se vota o no para escoger gobernadores. Abordar todas las aristas involucradas en el tema es imposible en un artículo, pero sí se pueden evacuar dos de ellas para terciar en la discusión.

Primero: en cualquier realidad nacional, la abstención siempre favorece al sector oficialista. Es lógico que así sea, pues cuando se tiene el poder, y además se aprovechan los resortes de éste sin prurito alguno en favor de quien gobierna, como ocurre desde hace 18 años en Venezuela, se tiene capacidad de movilización; capacidad de movilización que, además, se incrementa por la coacción que, vía los mecanismos populistas, se ejerce sobre los votantes. Así las cosas, sea alto o bajo el porcentaje a obtenerse, el oficialismo gobernante invariablemente se garantiza un mínimo de participantes dispuestos a sufragar por los candidatos seleccionados por la cúpula al mando. Voto duro, lo llaman algunos. Y con el voto duro, guste o disguste, se puede ganar elecciones. Por su parte, normalmente, el factor opositor lo que tiene es capacidad de convocatoria; léase, posibilidad de invitar a posibles electores a que se pronuncien por las candidaturas presentadas. Si desde la propia oposición se desmonta esa convocatoria, la realidad a leerse al final de la jornada, cuando en el menudeo se cuenten los votos, puede ser de inmensa debilidad. Esos resultados endebles constituirán el contenido de los titulares que llenarán el espacio comunicacional al día siguiente y, dígase lo que se diga en contrario desde las voces refociladas del twitter (la patología onanista de contar los retweets que nos hacen), esa debilidad en nada arrima para futuras participaciones como la por escenificarse en una próxima elección presidencial. Por el contrario, coloca desde ya un fardo difícil de superar en el sentido de acercarse al triunfo anhelado en tal oportunidad. Al respecto, recuérdese la abismal derrota experimentada por la oposición en las regionales de 2012 y lo que ha costado remontarla, dadas la frustración y desorientación generadas.





Segundo: más allá de que ciertamente todo triunfo opositor será empañado por las maniobras que el oficialismo ejecutará para minimizar la capacidad de acción de los gobiernos regionales que resulten de estas elecciones, la gente de los estados, que no es la misma de la zona caraqueña que por ley no elige y cuya relación más directa es con el poder central, y que no necesariamente son los miles con rostro o sin él, supuestamente «contestatarios» que pueblan la galaxia virtual del facebook, necesita desesperadamente de un triunfo para mantener viva la esperanza de que sí se pueden lograr los cambios anhelados en el tiempo más cercano posible. Deslastrarse de gobernadores que no son más que apéndices de lo mal decidido en Caracas, es sólido tramo de la escalera que conduce en esa dirección. Esperanza que es vital mantener activa, especialmente en los corredores electorales que, a la vuelta de unos meses, serán decisivos en la eventualidad del conteo para cambiar el gobierno nacional. No entender esto es no entender que las opiniones no se pesan: se cuentan.

¿No votar? Lo siento. No me parece. Abrazo sí, pero gélido, a los abstencionistas.

Historiador

Universidad Simón Bolívar

@luisbutto3