Jesús Peñalver: De libros y de votos

Jesús Peñalver: De libros y de votos

Jesús Peñalver @jpenalver

 

“No hay libro tan enteramente malo,
que no tenga algo bueno.” Plinio,
citado por Gregorio Marañón

Acaba de concluir la nueva edición –reciente- del Festival de Lectura de Chacao que se escénica cada año en la plaza Francia o de Altamira, para dicha de la ciudad y sus gentes que necesitamos, ante tanto desasosiego, espacios y eventos de tal naturaleza.

Apenas duró el poco tiempo de cinco días, del cuatro al ocho de este mes, por las razones que bien pueda imaginarse el lector; pero suficiente para disfrutar del reencuentro, del abrazo “con la efusión unánime de ser hormigas de la misma cueva”, del arduo trabajo de la editoriales y del ingenio de escritores laureados y de otros que ser perfilan como tales, y cuyo camino ya lo tienen dichosamente marcado.

Esta vez se rindió honores a la escritora venezolana Victoria De Stéfano, quien desde luego reúne en su haber los méritos suficientes para recibir el elogio y el aplauso de quienes disfrutamos de su obra.

Siendo el lema del Festival “Leer Siempre”, siempre es bueno insistir en el placer de la lectura. Conviene entonces recordar a Luis Beltrán Prieto Figueroa. El maestro, se asombraba de que los jóvenes no leyeran y le producía desconcierto ver a los adultos pasar con displicencia su mirada apenas, sobre el diario donde buscan la noticia sensacional o la lista de espectáculos.

También el escritor Miguel Marcotrigiano, hace un par de días, mostraba su asombro ante el hecho de ver a un par de jóvenes pasar por la Feria y decir: “chamo, vámonos de esta vaina, que aquí lo que hay es puro libros”.

Dos épocas, dos testimonios acerca de la necesidad y la conveniencia de disfrutar del placer de la lectura, sin ataduras y sin dogmas. Y desde luego, sin la obligación ni las odiosas imposiciones de padre ni maestros, como bien acotó la homenajeada el día de la inauguración.

Que lo dijera el maestro insular y en estos tiempos Marcotrigiano, dedicado afanosamente a la docencia y a la escritura, no es poca cosa, y aún en los días que corren debe recobrar mayor significación sendas opiniones. De allí que veamos con satisfacción la proliferación de editoriales, la consolidación de otras y el surgimiento de muchas independientes tratando de difundir el libro, con mayor razón “que los perfumes y los confites”.

Sólo nos aficionamos, sólo nos dejamos cautivar por las cosas gratas que conocemos y el libro pasa muchas veces como un desconocido o como una ingrata y fastidiosa mercancía.

En La Renuncia vemos como el niño pobre renuncia al juguete caro y el ciego ante el libro abierto.

Cuando se reunían a leer en su natal Tucupita, recuerda José Balza su afición desde su temprana edad, al punto de que nunca veía (nunca vio) a nadie leer, porque él lo que hacía era cabalmente leer, de modo que no tenía chance de ver a otros hacerlo.

Rodolfo Izaguirre refiere en una entrevista, que al preguntársele a Salvador Garmendia por el libro más importante que haya leído en su vida, el célebre barbudo respondió: “el libro Mantilla, porque en él aprendí a leer”.

Por cierto, quien pergeña esta nota aprendió a leer –cuenta mi madre- con un periódico y precisamente con la palabra “Maracaibo”. A ella le agradezco –lo que no hice entonces- haber puesto en mis manos Cien Años de Soledad cuando apenas contaba con once años. No entendí nada. Ahora sí.

Dice Elías Calixto Pompa “es puerta de la luz un libro abierto”, y tiene razón, eso creo. Alguien tiene que abrirla o inducir al futuro lector a que lo haga. Cuando desde el hogar y la primaria escuela se ha despertado la afición por los libros, el camino será menos complicado a la hora de seleccionar las lecturas del agrado. Se trata de la formación del espíritu y el fomento de la lectura.

A Tomás de Aquino se le atribuye la frase “Temo al hombre de un solo libro” (Timeo hominem unius libri), a él, quien conocía muy bien los radicalismos de la Edad Media y las mentes estrechas de los difamadores. Oportuna frase para referirnos, mutatis mutandis, a la secta de enfurecidos fanáticos que aprendieron una sola consigna, se cristalizan en un solo eslogan y no se afanarán en comprender y discutir lo distinto para que no se les quebrante su único y desesperado esquema.

Sé de un artista que cuando fue por vez primera a un serrallo, quizá a inaugurar su sexualidad, en el lugar no se consumó otra cosa más que no fuera la entrega de un libro y una flor a la doncella.

La gente ignora los maravillosos tesoros que los libros encierran, los alucinantes paisajes que por sus páginas despliegan sus feéricos matices capaces de conquistar a los buscadores de ocultas y lejanas maravillas.

Estuve en Altamira otra vez, fui a abrir la puerta de entrada para un contacto más estrecho con la lectura. El pretexto de un libro, la fiesta de una feria o el texto contenido en cúmulos de letras que nos dicen tanto.

Ahora a votar.

Jesús Peñalver

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