Algo ha cambiado, por César Morillo

Algo ha cambiado, por César Morillo

 

Si algo ha caracterizado a la oposición venezolana es esa propensión a la autoflagelación constante. La diatriba ha llegado a etiquetar a unos como radicales y a otros como colaboracionistas, alejando la posibilidad de un espacio común donde encontrarse y un camino único que cabalgar. Hasta tal punto que, a estas alturas, tal vez sea correcto hablar de las oposiciones en plural, haciendo registro de una cruda realidad que caracteriza a los opositores de Maduro. Y es que, desde la victoria parlamentaria de diciembre del 2015, donde concurrieron juntos todos los partidos del amplio espectro opositor, bueno es recordarlo, los caminos parecen haberse bifurcado. Naturalmente, sería injusto y poco objetivo echar culpa de esta situación sólo a factores intrínsecos de la oposición y a los egos y torpezas de sus dirigentes, muchas veces señalados por festejar la salida de Maduro antes de que en verdad ocurra.

Maduro sigue ahí, usurpando un cargo que no le corresponde, el de presidente, proclamado ganador en unas elecciones fraudulentas, como lo señala la casi totalidad del mundo democrático, pero ejerce el poder, aunque no nos guste, y no sabemos por cuánto tiempo más. Pero algo ha cambiado en el inicio del presente año, cuando parecía que Maduro se encaminaba a un nuevo período, sin importar el rechazo internacional y a pesar de la grave crisis económica y social que azota al país, reflejada en una hiperinflación proyectada para finales de año en 23.000.000 %. Y es que, con el cambio de la junta directiva de la Asamblea Nacional, y siendo que le correspondía ocupar la presidencia a un militante del partido Voluntad Popular por previo acuerdo, aparece en escena Juan Guaidó como nuevo presidente, y a su alrededor se ha reconstruido la unidad opositora. Y éste quizás sea el elemento más relevante después de algunos desatinos. Hoy, la oposición cuenta con una vocería unificada, y si bien ese elemento no es suficiente, puede representar el inicio de un camino firme hacia la anhelada transición democrática. El hecho de que María Corina Machado, por lo general muy crítica hacia el resto de opositores, se haya fotografiado a su lado, manifestándole su apoyo, ha sellado la necesaria unidad y este elemento contribuye a fortalecer el apoyo internacional y puede estimular la movilización popular.

El discurso de Guaidó es sencillo y asoma una estrategia, claro indicio de que detrás de este joven, de apenas 34 años y que cumplirá los 35 el próximo 28 de julio, casualmente el mismo día del nacimiento de Chávez, no está solo ni actúa por cuenta propia. “Estoy dispuesto a asumir la presidencia como me faculta la constitución y para ello pido el apoyo de los militares, del pueblo y de la comunidad internacional”, dijo Guaidó en el primer cabildo abierto convocado después de haber sido juramentado como nuevo presidente del parlamento. No se apresuró a proclamarse presidente como exigían algunos opositores, pero tampoco eludió el bulto, y retó a Maduro al llamarlo usurpador y reclamar para sí lo que la constitución le otorga por derecho y deber.

El juego ha cambiado, ahora Maduro tiene al frente a un joven presidente del parlamento surgido de los movimientos estudiantiles que tantas batallas libraron contra el difunto Chávez. Guaidó centra su discurso en la crisis socio-política y les habla a los militares para pedirles lo ayuden a recuperar la institución extraviada y usurpada, y para ello cuenta con la constitución y sus artículos 233, 333 y 350. No decreta su asunción al poder pero tensa la cuerda, no se apresura, sabe que está pulsando con una fuerza real, que Maduro conserva recursos aun suficientes para mantener una camarilla leal y seguir repartiendo cajas de comida a un pueblo hambriento, y sobre todo que mantiene el férreo respaldo de la cúpula militar, el mas importante de los factores que lo mantienen mandando, aunque sea en precariedad.

A Guaidó y a la oposición se les ha abierto un pequeño trecho por donde andar y recuperar fuerzas, restablecer el ánimo y la esperanza de los ciudadanos. Reanimar la calle y fortalecer la interlocución con las Fuerzas Armadas es fundamental. La Ley de amnistía aprobada este martes va en esa dirección, es un mensaje claro a los militares, ofreciéndoles un camino para juntos rescatar la institucionalidad democrática en el marco de la constitución. Digámoslo claro, si no se produce un quiebre o debilitamiento del bloque en el poder, difícilmente habrá posibilidades de rescatar la democracia. Maduro no parece dispuesto a un diálogo que no parta de que se acepte que gobierne hasta el 2025, así lo dijo muy enfático Diosdado Cabello. Eso aleja el debate de si negociar o no, si ir a elecciones o no ir en estas circunstancias.

Quizás la realidad política imponga negociar con el adversario en el poder, como lo testimonian decenas de transiciones documentadas por los estudiosos de estos procesos, pero sepamos que el éxito dependerá de con qué fuerza real se cuente a la hora de llegar a ese episodio.

Son tiempos de recomponer fuerzas, y Guaidó sabe que ante un régimen no vale opinión pública ni mayorías. También sabe que su espacio y tiempo de maniobra no son infinitos. Está tensando una cuerda que puede reventarse sin apenas lograr su objetivo, y que, si el tiempo se le pasa y no se logra debilitar a la fuerza usurpadora, corre el riesgo de que los señalamientos vengan desde las propias filas opositoras, y transite de líder fulgurante y emergente a uno más entre tantos otros. Por ello su accionar debe procurar sumar fuerzas, debilitando a Maduro, sobre todo entre los militares, y mantener unidas a las fuerzas opositoras. Nada fácil como para creer que ya el mandado está hecho. Guaidó debe de saber que está tocando quizás el último muro de contención que le queda a Maduro, los militares, a quienes debe ver de cerca, con sus contradicciones internas, asumiendo que no son una unidad monolítica sino una expresión de la misma sociedad que les alberga, con sus inconformidades y descontentos, a pesar de las muchas prebendas que reciben.

Debe de saber también que requiere mantener y consolidar la unidad en el parlamento. Sin ella, será imposible avanzar, y además necesita animar la calle, tal cual afirmó en su frase antes citada.

Calle, comunidad internacional y Fuerzas Armadas es el triángulo requerido para hacer que los deseos se conviertan en realidad. No está fácil, hace falta una concatenación de eventos para poder avanzar por un camino en donde el horizonte espera una negociación en condiciones distintas a las anteriores, donde la mesa no permita las truculencias de quienes se han aferrado al poder y no avizoran su eventual salida, quizás porque el pánico a la justicia, que inexorablemente habrá de llegar, les estremece. El camino es escabroso, no cantemos victoria antes de tiempo, pero hay indicios de que vamos por buenos pasos. En política no sólo gana quien mas acierte, sino quien menos se equivoque, la serenidad y aplomo deben caracterizar a quienes lideran. A los demócratas nos sale sumarnos al esfuerzo que debe conducirnos al rescate de la institucionalidad democrática, en donde cada ciudadano, sin importar sus ideas políticas, color de piel, creencias religiosas y sexuales, pueda sentirse con sus derechos respetados.

No sé cuán lejos estemos de un desenlace, posiblemente aún falte mucho, no sé, y ni se diga de celebrar por anticipado victorias inexistentes, pero tengo la sensación de que algo ha cambiado para bien. Ojalá nuestros pasos sigan guiados por una asertiva conducción colectiva que nos dé rumbo estratégico. Por ahora, vamos bien.

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