José Daniel Montenegro: Adolf Eichmann y nuestros nazis endógenos

La teórica política alemana de origen judío nacionalizada luego estadounidense, Hannah Arendt , es considerada una de las personalidades más influyentes del Siglo XX. Arendt publicó obras importantes de filosofía política, pero rechazaba ser catalogada como “filósofa” y prefería que sus obras fuesen catalogadas dentro del marco de la “teoría política.” Trabajó, entre otras cosas como periodista y maestra de escuela superior, y fue precisamente en su rol de periodista que, en 1.961 fue enviada a Israel por la revista “The New Yorker” como corresponsal para cubrir el juicio del Teniente Coronel de la SS (Escuadras de Protección) nazis, Adolf Eichmann conocido como “El Arquitecto del Holocausto”, quien bajo el nombre de “Ricardo Klement” había vivido oculto en Argentina desde Julio de 1.950 hasta Mayo de 1.960,fecha en la que fue secuestrado y trasladado a Israel por el Mossad.

Sobre él, Hannah Arendt escribió, entre otras cosas, lo siguiente: “Eichmann no poseía una trayectoria o características antisemitas, y no presentaba los estereotipos de un individuo retorcido o mentalmente enfermo. Actuó como actuó, simplemente por el deseo de ascender en su carrera profesional, y sus actos fueron el resultado del cumplimiento de órdenes superiores. Era un simple (¿simple?) burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. Para Eichmann todo debía ser realizado con celo y eficiencia. No había en él sentimientos de bien o de mal.

Claramente para Arendt, Eichmann no era “el monstruo” o “el pozo de maldad” como era considerado por la mayor parte de la prensa. Los actos de Eichmann no eran disculpables, ni mucho menos él era inocente, pero sostenía que tales actos no fueron realizados porque él estuviese dotado de una inmensa capacidad para la crueldad, sino que era un burócrata, un operario intermedio en los actos de exterminio masivo de seres humanos. Durante el juicio que se le siguió en Israel, tanto en su aspecto como en sus modales, Eichmann dió la impresión de ser un hombre cualquiera, incluso “un buen hombre cualquiera”, un padre, un abuelo, un vecino que no daría muestras a la vista ni con el trato de ser un hombre profundamente perverso y, al ver la película sobre su vida y las grabaciones reales sobre su juicio, me recordó a otro gran criminal y genocida: Saloth Sar mejor conocido como Pol Pot, también de personalidad amable y encantadora cordialidad y, sin embargo, fue el responsable de la muerte de casi un tercio de la población de Camboya durante su régimen. Sobre él hablaremos en un futuro.





Debido a estas circunstancias, Arendt acuñó el término “La banalidad del mal“, para expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin que la reflexión sea un atenuante moral en su responsabilidad individual. Individuos que ejecutan sus tareas unas veces con semblante hierático, otras veces risueños, y podemos suponer inclusive que en algunas ocasiones actúan con incomodidad. Pero más allá de cualquier cosa, lo trascendental es que actúan.

Se trata de crímenes cuyas consecuencias son espantosas. Crímenes cometidos por individuos aparentemente normales, que ni antes ni después (excepto por sus crímenes) arrojan pistas para percibirlos como gente negativamente fuera del corriente.

¿Cómo se convirtieron Eichmann y otros alemanes en asesinos en masa? En opinión del sociólogo vienés Herbert C. Kelman, experto en resolución de conflictos,  tienen que cumplirse tres condiciones por separado o juntas para que se produzca una inhibición moral: la violencia está autorizada (órdenes oficiales emitidas por los departamentos competentes); las acciones están dentro de una rutina (creada por las normas de la gestión y por la exacta delimitación de las funciones); y las víctimas de la violencia están deshumanizadas como consecuencia de la ideología y del adoctrinamiento. El alemán autor de los crímenes no era un tipo especial de alemán. No se exigía capacidades especiales. Cualquier miembro de la Policía del Orden podía ser guardia en un gueto como en un tren. Se daba por sentado que cualquier abogado del Departamento Principal de Seguridad del Reich podía dirigir las unidades móviles de la muerte y que cualquier experto en finanzas del Departamento Principal Económico Administrativo podía ser destinado a un campo de la muerte.

¿Qué es lo que me impide a un individuo experimentar directamente la consecuencia de sus acciones? En su libro “La responsabilidad y el individuo en la sociedad moderna”, el profesor de filosofía John Lachs afirma: “La distancia que percibimos respecto a nuestras acciones es proporcional a nuestra ignorancia sobre ellas. Nuestra ignorancia, a su vez, es en gran parte la medida de la longitud de la cadena de intermediarios que hay entre nosotros y nuestros actos. A medida que va desapareciendo la conciencia del contexto, las acciones se convierten en movimientos sin consecuencias. Al no percibir las consecuencias, las personas pueden tomar parte en los actos más abominables sin plantearse siquiera la cuestión de cuál es su función o su responsabilidad… resulta extremadamente difícil ver cómo han contribuido nuestras acciones, por medio de sus efectos remotos, a causar sufrimientos. No es evadir la responsabilidad considerar que uno es inocente y condenar a la sociedad. Es el resultado de una mediación a gran escala que conduce inevitablemente a una ignorancia monstruosa”.

Avner Less fue el oficial encargado del interrogatorio de Eichmann previo al juicio. Nació en 1916 y murió en 1987. Dejó una entrevista grabada en la radio, un extracto de la misma que aparece al final de la película dedicada a tan siniestro personaje: “Centenares o miles de personas nunca han oído hablar de Eichmann y ni siquiera saben qué fue de él. Que al final le colgaron que hubo un juicio. Mucha gente. Y entre los jóvenes de todo el mundo, si preguntas: “¿Quién era Hitler?” Muchos de ellos dirán que no saben nada de él. Y si te enteras de lo que pasó realmente allí, no sólo asesinaron a seis millones de judíos, hubo millones de otras personas. Eichmann fue el responsable de su muerte del mismo modo. Para mí, ha sido el trabajo de mi vida, y ha cambiado mi punto de vista sobre muchas cosas en la vida, como creer en la auténtica democracia republicana. Es lo único que puede salvar a la humanidad de gente como Eichmann. Y hay muchos en potencia, muchos Eichmann. Pero los Eichmann sólo pueden crecer en una dictadura, una dictadura de izquierdas o de derechas, da lo mismo pero nunca en una auténtica democracia republicana. Por eso, tenemos que luchar por la democracia y el estado de derecho. Resistir por ella. Deberíamos hacer todo lo posible para que eso no vuelva a ocurrir. Para evitar que vuelva a surgir un Eichmann

 

Lo más de todo este asunto, es que Eichmann no fue un caso aislado, hubo muchos como él, y en sus rutinas normales como padres, esposos o hijos no demostraron por lo general conductas pervertidas o sádicas, sino que fueron, y siguen siendo (los que aún viven) terrible y terroríficamente normales. Esta normalidad implica un nuevo tipo de delincuente que comete sus delitos en circunstancias que le impiden saber o intuir que realiza actos de maldad, sobre todo por el hecho de que en estos casos, la ideología se encarga de fanatizar y establecer como una verdad, que cuando se trata de la “patria” cualquier acto por más bárbaro que parezca está justificado en un fin superior. Pero, aun cuando la mala fe de los acusados era manifiesta, la única base que permitía demostrar materialmente que su conciencia no estaba limpia fue el hecho de que los nazis y, en especial, los miembros de las organizaciones criminales a las que Eichmann había pertenecido, se dedicaron a destruir las pruebas de sus delitos, en el curso de los últimos meses de la guerra. ¿Alguno de los acusados en Núremberg habría sentido remordimientos de conciencia en caso de ganar la guerra?

Durante una entrevista que se le hizo a un ex miembro de las SS, a éste se le preguntó si en ese entonces, cuando cometió sus crímenes había sentido algún remordimiento, y su respuesta fue “Se nos enseñaba que los judíos eran menos que cucarachas ¿acaso ha sentido usted alguna vez remordimiento por matar una cucaracha? Le aseguro que no, simplemente la mata y sigue haciendo lo que estaba haciendo sin pensar más en ello

Tres meses después del juicio a Eichmann (Julio de 1.961), el psicólogo Stanley Milgram, creó una serie de experimentos de psicología social para evaluar lo que llamó “la obediencia a la autoridad” en circunstancias donde la orden misma entraba en conflicto con la consciencia personal de quien la recibía.

Milgram ideó un experimento para el que solicitó voluntarios haciéndoles creer que participarían en un ensayo sobre “el estudio de la memoria y el aprendizaje” por cuya participación se les pagaría 4 dólares (desconozco el equivalente monetario en la actualidad y no es relevante conocerlo para efecto de este escrito).

Para el experimento se necesitaban 3 individuos: el experimentador (la autoridad) ,el maestro (el voluntario cuya conducta se estudiaría) y el alumno (un supuesto voluntario que en realidad trabajaba junto a Milgram en el experimento real para estudiar la obediencia a la autoridad).

El supuesto alumno recibía una serie de preguntas cuyas respuestas debía memorizar, ya que sería interrogado por el “maestro” (voluntario real objeto de estudio) y recibiría en un principio una descarga de 15 voltios (aumentando en 30 niveles hasta llegar a 450 voltios) por cada respuesta incorrecta. Al comienzo se le hacía pasar una descarga real de 45 voltios al “maestro” para que tuviese una idea de la clase de dolor que percibiría el “alumno” si fallaba en las respuestas. Dolor que iría aumentando conforme aumentase el voltaje con cada respuesta errada.

Realmente el “alumno” no recibía tal descarga eléctrica, pero los “maestros” (voluntarios reales sometidos a estudio) creían que sí. Todo era una simulación.

Por lo general cuando los “maestros” alcanzaban los 75 voltios, algunos se mostraban nerviosos ante los gritos y quejas de dolor del “alumno” que incluso manifestaba padecer problemas cardíacos. En la mayoría de los casos los “maestros” solicitaban detener el experimento, pero el experimentador (la autoridad) les conminaba secamente a continuar y a aumentar los niveles de voltaje como se había acordado, diciéndoles además que no se dejasen influenciar por los gritos y el dolor de los “alumnos”. En muchos casos los “maestros” accedieron a continuar siempre y cuando no se les responsabilizase por lo que le ocurriese al “alumno” (puedo hacer el mal, puedo ir en contra de mis propios códigos éticos siempre y cuando se me libre de responsabilidad).

En el experimento, el 65% de los participantes (26 de 40) aplicaron la descarga máxima de 450 voltios (o eso creyeron) aunque muchos se sintieron incómodos al hacerlo. Todos los “maestros” pararon en cierto punto y cuestionaron el experimento. Algunos dijeron que devolverían el dinero que les habían pagado. Ningún participante se negó rotundamente a aplicar más descargas antes de alcanzar los 300 voltios.

Las situaciones antes descritas nos muestran una perspectiva sobre los parámetros de pensamiento y comportamiento de no pocos seres humanos comunes y corrientes en situaciones nada común y nada corrientes.

La razón  nos permite conocer la realidad. A través de  esa facultad, sabemos a qué atenernos y podemos ajustar nuestro comportamiento en base al impacto que estos, para bien o para mal, puedan producir ¿pero en que se convierte la inteligencia cuando las barreras morales desaparecen? Aristóteles estudió con enorme sutileza los fines (finalidad) de la actividad humana y llegó a negar que se pudieran inventar fines, ya que cada uno elige como fin lo que juzga bueno, interesante o atractivo, y tal evaluación, según Aristóteles, depende del carácter. Dicho de otra manera, según el carácter del hombre, así serán los fines que elija y como consecuencia, si se diese el caso de que pudiésemos sólo elegir los medios y no los fines de nuestra acción, nadie sería responsable de sus propios actos.

En la Venezuela actual, transgredida desde los cimientos de nuestros conceptos propios de civilización, ha ido tomando forma el totalitarismo en la misma proporción en que se ha ido desdibujando la concepción republicana como base de una Nación.

Es posiblemente un acto automático, un impulso espontáneo que en nuestra mente se plasmen las similitudes del Adolf Eichmann Nacional socialista alemán de las SS con nuestros muchos “Eichmann endógenos” uniformados socialistas del siglo XXI, bolivareros, anti imperialistas y chavistas, por lo que desde muy jóvenes mi amigo, el dirigente venezolano en el exilio, Kennedy Bolívar y yo hablábamos de esta situación aún cuando para muchos venezolanos parecía una exageración. Pero haciendo gala del hedonismo tropical, en este caso, ya no tratando de suprimir el dolor mediante el placer sino tratando de suprimir el sentido crítico, distorsionando u obviando parte de la realidad buscando el placer de no ser responsables de algo, podríamos olvidar con ligereza conveniente que nuestros “Eichmann endógenos” han abundado también en el plano civil, en muchas instituciones donde al igual que en los experimentos de Stanley Milgram, miles de venezolanos comunes, conocidos en sus círculos como “buenas gentes”, que siguiendo órdenes, no han puesto mucho reparo al propinar a sus conciudadanos amplias dosis de voltaje (dosis de revolución) a cambio de sus literalmente actuales 8 dólares mensuales por los servicios prestados y, justo es decirlo, han tenido ellos mismos que recibir amenazas y presiones constantes de toda índole, las cuales se han ido agudizando, esto es, subiendo en nivel de gravedad conforme se ha profundizando la crisis económica y con ello, mermado los recursos para comprar su voluntad quedando solo la coacción como único camino a seguir para obtener su obediencia.

La tragedia cuyo costo aún continuamos pagando, nos sugiere (y no tímidamente) la necesidad futura de profundos estudios verdaderamente  científicos y muy objetivos, a través de la sociología, la antropología, la psicología (y afines) que puedan arrojarnos respuestas más precisas en cuanto a nuestro caso particular, por lo que han sido muchas las ocasiones en las que he solicitado al profesor y sociólogo venezolano José de Jesús “Chelin” Guevara tomar seriamente la posibilidad de abordar esta tarea en un algún momento del futuro cercano. Podemos si acaso fingir, o por lo menos tratar de engañarnos diciéndonos que todo ha sido un proceso casual, sin responsabilidades ni complicidades en las masas, sino que se trató de un proceso extraño donde un militar egocéntrico y falsamente humilde y unos pocos de sus secuaces, se apoderaron de un país, y sin ayuda alguna, llevaron a más de 30 millones de ciudadanos a una situación sin precedentes. La verdad es dolorosa pero necesaria, encontraremos entre nuestros verdugos en muchos casos, incluso a algunos de nuestros  amigos y familiares.

José Daniel Montenegro Vidal.  Coordinador para la democracia de la Fundación Educando País. Email: josedanielmontenegro39@gmail.com