Juan Guerrero: Esa muerte innombrable

Juan Guerrero: Esa muerte innombrable

Han pasado cerca de dos años y todavía su rostro está grabado en mi memoria. Estaba tirado en el suelo. En el sótano de un edificio. Cuando fui a tomar el ascensor pude distinguirlo. Parecía un muñeco con la cabeza ladeada a la izquierda. Le salía un hilo de sangre por una oreja y por la nariz.

No tendría más de 27 años. Moreno y robusto. Los policías de investigaciones lo tomaron por las piernas y brazos y lo lanzaron a la furgoneta. El sonido fue espantoso.





Otra persona más que se suicida en esta Venezuela del terror y la tristeza. Dicen las estadísticas que nos hemos colocado a la cabeza de los países del mundo donde sus habitantes se suicidan con más frecuencia.

De esos cerca de 800.000 suicidios en el mundo, en Venezuela se cometen poco más de 19 por cada 100 mil habitantes. Es la cifra más alta en Latinoamérica. Antes de la llegada del chavizmo, apenas se cometían entre 4 a 5 suicidios al año.

Pero la tristeza, la depresión y tantas ausencias han quitado la alegría a los venezolanos. Esta forma de ejercer violencia está siendo utilizada cada vez más por la desesperación de una población que no encuentra salida a su crisis personal y colectiva.
Como ese joven son la gran mayoría de quienes toman esta drástica decisión. Me duele saber que entre los profesionales de las ciencias de la salud el aumento de los suicidios es alarmante. Médicos y enfermeras quienes ante la imposibilidad de salvar una vida por carecer de insumos, medicinas, equipos y condiciones físicas de los centros asistenciales, toman esta decisión. Tal vez para llamar la atención. Tal vez por agotamiento y frustración de saber que pueden salvar la vida de un niño y no tener absolutamente nada para ayudar.

Esta es la Venezuela que heredarán otros. No es fácil tomar una decisión tan radical. Hay que ser valiente para atreverse a tan extrema resolución. Difícil discutir tan delicado tema. Pero es que se ha vuelto un problema de salud pública que se añade a esta pavorosa catástrofe humanitaria que padecemos.

Lanzarse por la ventana de un edificio desde un piso 7 o colgarse de la viga del techo con una cuerda o dejarse caer entre los rieles de un vagón del metro o ingerir veneno de ratas, son parte de un ritual que es necesario sacar a la luz pública. Atenderlo. Es perentorio en este descalabro de país y sociedad no dejar solo a nuestros parientes y amigos que atraviesan por crisis extremas.

Si usted nota que un conocido está atravesando por una delicada situación socioeconómica. Si lo nota descuidado en su apariencia física. Depresivo. Poco comunicativo y elusivo, busque hablarle. No le recrimine su actitud. Por el contrario, deje que se desahogue. Si es posible que grite, llore y manifieste su frustración, su problema. Oriéntelo y búsquele ayuda profesional.
En la Venezuela de estos años el suicidio se está manifestando cada vez más y con mayor intensidad en personas que hacen vida en las ciudades. Son, por lo general, personas cada vez más jóvenes (entre 16-25 años) y de núcleos familiares consolidados. Otro rasgo que alarma son los casos de profesionales y docentes universitarios que padecen episodios depresivos y de tristeza por las condiciones económicas por las que atraviesan. También por las ausencias de seres queridos. La soledad entre ancianos es escalofriante al igual que aquellos padres que ven partir a sus hijos y nietos. Esa diáspora, ese exilio obligado y recurrente en nuestra población.

Son frecuentes los permisos y ausencias del trabajo entre profesionales de la salud y profesores universitarios, quienes experimentan episodios depresivos. Es que la llamada revolución socialista chavizta ha lesionado el valor de la vida y del trabajo. Lo ha desvalorizado. Le ha quitado sentido de valor social al trabajo y por lo tanto, hoy se entiende como asunto de poco interés que lleva al individuo a vagar sin sentido por calles y avenidas. A perder el tiempo y sentirse inútil. Tanto, que la vida misma se ha convertido en una especie de existencia parasitaria.

Ante semejante realidad las soluciones drásticas, como el suicidio, comienzan a tomar sentido con tan espantosas estadísticas.
Es tiempo de denunciar esta epidemia social de la que poco se habla. Seamos responsables y atendamos esta tragedia nacional.

(*) camilodeasis@hotmail.com TW @camilodeasis IG @camilodeasis1