Mejor calvo joven que el fondo del pozo, por Alfredo Maldonado

Mejor calvo joven que el fondo del pozo, por Alfredo Maldonado

 

Que no se dude de mi fe opositora a pesar de las fallas y falta de confianza en unos cuantos dirigentes de los partidos que mas o menos apoyan a Juan Guaidó, ni se dude tampoco que, cuando vengan las elecciones, que vendrán, votaré por Juan Guaidó. Aclaro esto en beneficio de amigos del alma que pensarán de entrada que estoy traicionando principios y saltando talanqueras.





Por Alfredo Maldonado

Pero es necesario pensar también en la otra parte, el chavismo que sigue pululando por ahí, y nadie puede ignorar que si es hoy apabullantemente minoritario, es por culpa del desastre de Nicolás Maduro y sus más cercanos paniaguados, que teniendo en las manos tras heredar a Chávez la oportunidad de apaciguar aguas y reempujar el país hacia arriba aunque fuese en discutible socialismo, sólo lograron empeorarlo todo hasta profundidades de desastre indescriptible.

Décadas de socialismo democrático socialista adeco y copeyano, profundizaron en los venezolanos, especialmente los grupos medios y bajos, la ilusión de que Dios los echó en un país muy rico con un Estado que todo lo tenía y todo lo repartiría. El milagro venezolano de esos cuarenta años no fué el sostenimiento de la democracia y el crecimiento de la riqueza petrolera, sino que en ese Estado electorero, populista, estatista y promotor de chulerías, la iniciativa privada se mantuviese e incluso prosperase. Y hasta con el madurismo continúa, chiquita y acorralada, pero no erradicada.

Un par de décadas de chavismo, y especialmente el lustro final en las manos de mal chofer de Nicolás Maduro, han creado otro milagro, el del hundimiento total al punto de que peor ya no hay nada. Y que toda la angustia y las propuestas del país y sus dirigentes parezcan concentrarse en una sola salida, es decir, la de Nicolás Maduro. No discutamos ese punto, es tema de demasiados “analistas políticos”, y aunque Diosdado Cabello hace todo lo posible para hacerse notar y detestar, el cúmulo de voces se concentra en Maduro.

Tampoco discutamos lo del diálogo y las próximas elecciones, porque también es ya opinión mundial –busquen ustedes un solo país que diga “aquí están mis tropas listas para entrar en Venezuela” y no lo encontrarán- y todo el mundo se llena la boca y firma documentos hablando de negociaciones, acuerdos, diálogo y elecciones. Y eso estaría, me dicen y encima leo en varias fuentes, planteado, conversado y decidido.

Lo cual llevaría al país a un cambio en el orden de los factores planteados insistentemente por Juan Guaidó, que quedarían en elecciones libres para el cese de la usurpación y un nuevo Presidente que encabece un Gobierno de transición. Porque sea cual sea el que venga, tendrá que ser de transición, el país no se recuperará con sólo un cambio de la banda presidencial, será una transición progresiva y trabajosa en todos los sectores y aspectos nacionales, no sólo en PDVSA y los servicios públicos.

Lo cual nos lleva a quién será ese Presidente y cómo quedará la oposición. Poca duda me cabe de que el nuevo Presidente será Juan Guaidó –si el candidato opositor resulta ser otro habrá una abstención monumental y el chavismo podría ganar legítimamente-, la pregunta es quién se echará el chavismo al hombro.

Porque sigue existiendo. Quizás no sea una mayoría aplastante y entusiasta como en el primer decenio del siglo XXI, pero sigue y seguirá siendo un grupo a tomar en cuenta. A menos que lleguen –y dificulto que lo hagan- a un nuevo Puntofijo, la actual oposición volverá a ser el conocido archipiélago partidista, incluso con la mas o menos alianza de los cuatro fantásticos. No es malo per se, es democrático, lo malo es que todavía no hayan aprendido a negociar poniendo primero el interés del país y seguidamente el de cada uno, pero ésa es y será otra discusión.

Lo que cuenta es que el chavismo, como el adecaje, no va a desaparecer. Estará disminuido, porque a ellos los perjudica más que a nadie la torpeza castromadurista, pero seguirá siendo fuerza de peso –y más en unas elecciones realmente confiables- en la política, y en consecuencia en el accionar de la oposición.

Entonces, el chavismo, perdiendo a Maduro y acordando ir a unas elecciones realmente democráticas y justas, debe presentar al país un cambio que signifique quitarse de encima al nefasto madurismo y exponer con algo de credibilidad emocional la fantasía “del Comandante”.

Aunque a mí Cabello -¡perdónenme, amigos opositores radicales del San Ignacio y de la web!- siempre me ha caído bien y creo que es mucho más inteligente y capaz de adaptaciones que lo que piensa mucha gente, su momento no parece que sea ahora. Sigue siendo uno de los golpistas originales, sigue esgrimiendo la bandera y el retrato de Chávez, pero además de llevar mucho tiempo defendiendo a Maduro, tiene demasiadas acusaciones encima y algunas de ésas no se las van a perdonar. Un liderazgo suyo afectaría a todo el chavismo de base, que bien afectado quedará durante el inevitable proceso de limpiar posiciones, investigar y perseguir corruptos, cambiar, reconstruir del nuevo Gobierno de transición.

No hay nadie en el entorno de Maduro, sólo uno que tiene poca mala fama y, por el contrario, puede presentarse como la cara amable, joven, moderna, poco contaminada del chavismo. Héctor Rodríguez, quien además está dejando claro que lo del apellido es pura coincidencia.

Y casi me atrevería a afirmar que el país se rejuvenecería para una verdadera transición hacia el siglo XXI con dos mentes jóvenes, una al frente del Gobierno, otra al frente de la oposición.