STALIN, por Antonio Sánchez García @sangarccs

STALIN, por Antonio Sánchez García @sangarccs

Un insólito paneo de CNN por las graderías ubicadas detrás del home del estadio de béisbol de Manhattan, ubicado a 2136 millas de Caracas, guiado por las indiscretas manos del camarógrafo del destino, quiso detenerse en la figura de un borroso visitante que pronto pudo perfilarse y revelar a un inocente y privilegiado espectador: nada más y nada menos que el diputado y primer vicepresidente de la Asamblea Nacional, el parlamentario venezolano, Stalin González.

Nada excepcional, salvo la venturosa coincidencia de tiempo y espacio entre el diputado y el más popular y afamado canal de noticias de la televisión norteamericana: CNN Sports. Un azar por el que más de un candidato demócrata o republicano a las elecciones del Congreso hubiera pagado generosamente. Sus compañeros, amigos y familiares en Venezuela habrán saltado de la emoción gritando: ¡Stalin en Nueva York!

Pero en un país altamente sensibilizado por los abusos e injusticias que condenan a la inmensa mayoría de sus ciudadanos a vivir en las más angustiosas y aberrantes condiciones, la inocente aparición de uno de los suyos, marcado a sangre y fuego desde su bautismo por uno de los nombres menos cristianos y más aborrecidos del planeta – Stalin, el hombre de acero – causó natural conmoción. Pronto convertida en indignación y rechazo. ¿Un diputado que arrastra cuatro meses sin sueldo en un país que en esos mismos cuatro meses habrá acumulado una inflación cercana al cuarto de millón por ciento disfrutando a cinco horas de vuelo de Caracas un espectáculo que reclama tiempo, ocio y mucho dinero?





Suponiendo la oleada de protestas, rechazo e indignación que provocaría la inocente calaverada deportiva del joven político socialista venezolano de viaje turístico deportivo por el Norte recordé un famoso comentario con el que el gran poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht apostillara la admiración que la sobria y rigurosa abstinencia del Führer despertara en las huestes de la clase media alemana que lo admiraba porque no fumaba, no bebía ni se le conocían las viciosas jugarretas de su mortal enemigo Winston Churchill, que no despegaba de sus labios un poderoso habano siempre humeante, ni soltaba de sus manos un vaso de grueso cristal de Bohemia siempre lleno de Whiskey, incluso en fumoir y zapatillas de levantarse, el poco cabello revuelto por las almohadas y el rostro aún abotargado por el cansancio y la falta de descanso.

Ahí fue que intervino Brecht, solo y abandonado en su cabaña del exilio danés, para decir: ¡cómo quisiera yo que el Führer fumara, bebiera y fuera un calavera y no el austero asesino represor del pueblo alemán!

A nadie de buen corazón puede disgustarle que uno de los suyos se entretenga sanamente. A Chávez también se le vio admirando un partido de pelota. No en NYC sino en La Habana. Acompañado del Hitler del Caribe, Fidel Castro, después de entregarle por bajo cuerda la soberanía de Venezuela y llave en manos las instalaciones de PDVSA, todavía por entonces la empresa petrolera más importante de Occidente. Pero ya a punto de comenzar a ser devastada por el odio y la inquina contra Venezuela del siervo del esclavista cubano, asumida con el sagrado compromiso de hacer de Venezuela, como lo exigiera Hitler de sus tropas en retiro desde el Atlántico, no dejar nada de Alemania en pie que pudiera ser tomado por las tropas aliadas. Gleich dem Boden machen! ¡Arrasar con Alemania! Esa fue la orden de Hitler al ver que Alemania sería derrotada por el avance de los aliados. Venezuela no sería invadida por fuerzas extranjeras, sino traicionada por sus quinta columnas traidoras que asumieron el compromiso de devastarla, pasara lo que pasara.

Venezuela no es Alemania. Ni ha sido devastada como resultado de una guerra invasora de exterminio. Está siendo saqueada por una invasión interior, traicionada por sus propias fuerzas armadas y las pandillas y sindicatos nacionales e internacionales de índole castro comunista que a vista y paciencia del mundo democrático, ante la absoluta pasividad de los gobiernos del llamado Grupo de Lima, el Departamento de Estado, la Unión Europea y el Vaticano, se niegan a considerar la naturaleza terminal del asedio, las graves consecuencias que se traducirán en la expansión de la crisis y la devastación del Sur del continente, el hemisferio entero y de Occidente. Y, por todo ello y mucho más, un ataque frontal y definitorio que requiere ser enfrentado con todos los medios posibles. Pues el enfrentamiento es mortal y recicla el mal del Siglo XX: el capitalismo asediado por el comunismo, la libertad acechada por la esclavitud, la prosperidad combatida con la miseria y la felicidad con el horror del totalitarismo marxista leninista.

Asombran la ingenuidad y la ignorancia que muestran quienes tienen la pesada responsabilidad de enfrentar el mal. Y vencerlo. Desde Leopoldo López y Juan Guaidó hasta Manuel Rosales y Stalin González. Que al comportarse como si no existiera, con la frivolidad y el desenfado de la ignorancia, dan pábulo al desinterés de las grandes potencias por la gravedad del mal que nos acecha. Nada más y nada menos que la muerte de la República y la extinción de nuestro sistema de valores. Nadie nos toma en serio. De allí mi comprensión por la indignación que despierta el aparente desinterés del vicepresidente de la Asamblea Nacional por mostrarle al mundo el horror que sufrimos. Esa, no otra es la razón del disgusto que causa la liviandad de un político profesional que ni es un muchacho ni un hombre cualquiera: es un alto dignatario de un país condenado a muerte. Como lo dijera el propio Julio César: la mujer del César no sólo debe serlo. Debe parecerlo.