Ramón Peña: De traiciones

En junio de 1940 el mariscal Phillippe Pétain, al mando de un ejército arrodillado ante el poderío de la Wermacht alemana, aceptó convertirse en líder colaboracionista de Hitler, en la Francia ocupada, asentándose en la ciudad de Vichi como delegado del poder nazi para la porción sur del país. El viejo héroe de la batalla de Verdún, gloria de la Primera Guerra Mundial, admitía a Hitler como su protector y traicionaba a sus connacionales para satisfacer una vetusta avidez de poder.

Hoy, en nuestras latitudes, en pusilánime remedo de esa misma doblez, y sin sonrojo, el Golem gobernante le concede facultades supra ministeriales al embajador de Cuba. El diplomático, cual procónsul de la nación que nos invade por amancebamiento, es empoderado para la surveillance de Venezuela, suerte de provincia, por autoridad delegada de Raúl Castro a quien el Golem reconoce orgulloso como su “hermano mayor y protector”.

No es novedosa esta deslealtad anti patria bajo la bandera del Socialismo del SXXI. Ya antes, su predecesor, Hugo Chávez, aconsejado por Fidel Castro, había traicionado el histórico reclamo venezolano del territorio Esequibo. Como Judas Iscariote por doce denarios, éste lo hizo por la docena de votos en la OEA de los países del Caricom que apoyaban a Guyana. Su cúpula militar acató su orden de darle la espalda al Atlántico y atender los mandatos que venían del Caribe.





Por gracia de esta claudicación, esta misma semana, Guyana se inauguró oficialmente como exportador de petróleo, despachando un millón de barriles de crudo dulce extraído del bloque Stabroek, sito en aguas de la proyección atlántica de nuestro desatendido territorio en reclamación.

Tras la liberación de Francia, en 1945, Phillipe Pétain, vergüenza histórica para los franceses fue sentenciado a muerte. Charles de Gaulle, en consideración a su avanzada edad y a sus lauros en la Grande Guerre, le conmutó la horca por prisión perpetua.