En la tierra del Quijote, el coronavirus se ensaña con un pueblo

En la tierra del Quijote, el coronavirus se ensaña con un pueblo

Los trabajadores de la morgue empujan el ataúd de una persona que murió en un hogar de ancianos durante el brote de la enfermedad por coronavirus (COVID-19) en Leganés Madrid, cerca de Madrid, España, 2 de abril de 2020. REUTERS / Juan Medina

 

Al salir del cementerio de Tomelloso, el cura se asegura de desechar sus guantes, tras cinco entierros en una mañana. En este pueblo español muy impactado por el coronavirus han dejado de publicar esquelas y cada uno imagina lo peor.

Antes de la epidemia, Tomelloso era un tranquilo municipio vitícola de 36.000 habitantes en medio de la extensa meseta de la región de Castilla-La Mancha, incluido en la ruta turística de los molinos contra los que luchaba inútilmente Don Quijote.





A 190 km al sur de Madrid, sus calles se llenaban siempre a finales de abril de mulas magníficamente engalanadas, carrozas y fanfarria para las fiestas de la Virgen de las Viñas, anuladas este año.

Ahora, el pueblo está de luto: sólo en marzo, 104 vecinos murieron por el coronavirus, según la alcaldesa del municipio, Inmaculada Jiménez.

“Me dirijo a vosotros desde el dolor (…) que sentimos todos por la dureza con la que este virus se está ensañando con nuestro pueblo”, dijo en un discurso grabado en vídeo la edil de 38 años, confinada en casa con su recién nacido.

– Solitarios entierros –

“Hoy solo tenemos cinco entierros, pero hemos llegado a 10 o 12 al día”, explicaba el miércoles un trabajador del cementerio.

Ese día, Jesús, de 80 años, fue inhumado sin flores ni familia. Solo el cura y tres empleados fúnebres rodeaban el ataúd para una rápida bendición.

Al entierro de Aquilino, un exconductor de autobús de 88 años fallecido en un geriátrico, solo acuden tres allegados, el límite que permite el gobierno ante una epidemia que causó casi 16.000 fallecidos en el país.

“Tenía cuatro hijos pero solo yo he podido venir”, dice Ana Alcolea, de 51 años. “Los tres otros están en Barcelona, dos con coronavirus y una trabajando en un hospital”, añade.

Para ella, no es fácil “asimilar la situación”. No vio a su padre durante su último mes de vida –excepto en contadas videollamadas hechas por enfermeras– y no puede velarlo una vez difunto.

El municipio ya no publica esquelas ni notifica los decesos, dice Alcolea. Ella sospecha que el balance es mucho mayor al oficial, con 99 enfermos hospitalizados en el municipio y muchos otros confinados en sus casas.

El jefe de gabinete de la alcaldía, José Eugenio Gómez, lamenta que la prensa los haya “estigmatizado” como “el Wuhan de la Mancha”. “Cuando todos las localidades saquen sus datos, Tomelloso tendrá cifras mucho menores que otras”, dice.

– “Necesitamos héroes” –

Muchas de las pérdidas acontecieron en la residencia de ancianos Elder, donde vivía Aquilino. En su puerta acristalada, un cartel anuncia: “Necesitamos héroes”.

“Lo hemos puesto los empleados, porque hay un problema para encontrar personal”, explica furtivamente una enfermera, envuelta en un equipo de protección.

A mediados de marzo, las autoridades sanitarias regionales contabilizaron 15 defunciones en este asilo de 170 plazas. Ahora podrían ser “una cincuentena de muertos”, según una fuente municipal.

Aparentemente desbordado, el director de la residencia privada aseguró en televisión vivir “una verdadera película de terror”. El geriátrico no tenía “médico porque se había ido”, dijeron las autoridades regionales que, posteriormente, asumieron su control.

En Castilla-La Mancha, al menos 177 de sus 400 residencias de ancianos están afectadas por el virus, según la administración.

Entre ellas, la residencia San Víctor, en el centro de Tomelloso, donde una religiosa, con máscara y cofia, entreabre una puerta a los policías municipales que vienen a entregar blusas y generadores de ozono para desinfectar las habitaciones.

– “Muere la gente y no la puedes salvar” –

En la salida de un centro sanitario tras su turno, Belén Peñaranda dice haber sido testigo directo del comienzo de la epidemia.

“Ha sido desesperante. Es duro ver cómo muere la gente y no la puedes salvar”, dice esta enfermera de 52 años. Aunque antes estaba “en pediatría, con los bebés”, ahora es voluntaria para ayudar donde la necesiten.

El antiguo centro donde trabajaba “está cerrado hasta nueva orden”. “Todos los médicos y más de la mitad de enfermeras se pusieron enfermos” por falta de protección, asegura.

Ella misma solo dispone de una sencilla mascarilla quirúrgica verde. “No hacen más que venir aviones de China parece, pero yo no tengo mascarilla FFP2”, la de más alta protección, y “me pongo el mono de pintor de un amigo mío” para trabajar.

Cerca de la plaza de toros, tres vehículos de la Guardia Civil hacen sonar sus sirenas al lado de un inmueble para que una anciana se asome a la ventana.

Cuando sale, los agentes abandonan sus vehículos y, todos en pie le dedican un aplauso. “Es una persona enferma y la saludamos cada día”, dice uno de ellos, conmovido. AFP