Pedro Carmona Estanga: Integración y cooperación en América Latina

Pedro Carmona Estanga

América Latina ha sido lenta y errática en materia de integración regional. Bajo el modelo de sustitución de importaciones inspirado por la CEPAL en los años 60, basado en el proteccionismo para apoyar a la industria naciente, una pieza complementaria clave era promover la competencia intralatinoamericana a través de la integración económica. Pero nos quedamos durante décadas anclados en el proteccionismo, que ha debido ser declinante en el tiempo, mientras que los procesos de integración, principalmente la antigua Asociación Latinomericana de Libre Comercio (ALALC), creada por el Tratado de Montevideo de 1960, no logró sus objetivos y fue transformada mediante el Tratado de Montevideo de 1980 en la ALADI, una zona flexible de preferencias arancelarias. Bajo su marco, existe en la actualidad una amplia red de acuerdos comerciales entre los trece países parte, los cuales no tienen alcance multilateral, vale decir que solo rigen entre los países signatarios. Por su parte, la integración centroamericana registró avances iniciales bajo el Tratado de Managua de 1960, pero se vio interrumpida por los conflictos armados que afectaron a la región durante los años 70, para luego relanzarse en 1990 con la creación del Sistema de Integración Centroamericano (SICA), que incluyó, además de los cinco fundadores, a Panamá y al menos nominalmente a Belice.

En 1969 se suscribió el Acuerdo de Cartagena para la integración andina, al cual adhirió Venezuela en 1973, pero sufrió un revés con el retiro de Chile en 1976, por diferencias con la temprana apertura propiciada por el gobierno del General Pinochet, y más tarde con el retiro de Venezuela en 2006, bajo el gobierno de Hugo Chávez Frías, por razones nítidamente ideológicas. A raíz del abandono de Venezuela a la hoy Comunidad Andina (CAN), de la cual era un socio estratégico, sobrevino su ralentización y crisis, aunque subsiste una zona de libre comercio entre Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú. Otro tanto podría mencionarse en el caso del Mercosur, creado en 1991 por el Tratado de Asunción entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, el cual nació con grandes expectativas que se han ido difuminando en el tiempo por incumplimientos a los compromisos asumidos, entre ellos la formación de una unión aduanera. Tan pronto como se anunció el retiro de Venezuela de la CAN en 2006, Chávez dispuso el ingreso al Mercosur, decisión de la que siempre discrepé, pues obedecía más a afinidades políticas que a una conveniencia económica. Fue difícil la aprobación legislativa en los países del Mercosur, la cual demoró seis años, para terminar al final de cuentas en un fracaso, pues Venezuela fue suspendida de dicho esquema en 2017, por la violación de la cláusula democrática (Protocolo de Ushuaia), y por el incumplimiento de sus obligaciones, asociado al modelo venezolano de política económica estatista y de comercio exterior intervenido.

Chávez decidió también abandonar el acuerdo del Grupo de los Tres (G-3) del cual formaba parte junto con Colombia y México, y dedicó su esfuerzo a la creación de una arquitectura institucional que privilegiaba aspectos ajenos a la integración económica, como la cooperación financiera, política y militar. Así nació la UNASUR en 2008, apoyada por Néstor Kirchner, mal orientada en sus propósitos, pues en lugar de centrar sus planes en la integración física, energética y en la confluencia entre la CAN y el Mercosur, se convirtió en un mecanismo de acción de política de las izquierdas, lo cual terminó en el retiro de varios países y en su cierre en 2018. Chávez impulsó también iniciativas como el Banco del Sur, Petrocaribe, el ALBA, el Acuerdo de Cooperación Energética con Centroamérica y el Caribe, el Banco de Petrocaribe y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), intento este de crear una OEA sin EE.UU. y Canadá. De la OEA, Maduro retiró a Venezuela en 2017, por los cuestionamientos del organismo a las ejecutorias autocráticas del régimen que él preside. Ese enfoque de cooperación, impregnado de una carga ideológica y del afán de irradiar el Socialismo del Siglo XXI quedó por ello condenado al fracaso, pues mediante un inmenso costo financiero y energético para Venezuela generaba dependencia, y porque la integración económica lucía a los ojos de los socialistas a neoliberalismo, ya que implicaba la participación de los agentes económicos privados, y no solo de los Estados. Así, Chávez, el presunto intérprete del pensamiento integracionista bolivariano, junto a su sucesor, resultaron no solo destructores del país, sino factores de seria perturbación a la integración latinoamericana.





Durante la década de los 90 y 2000, varios países de la región centraron su prioridad en negociar Tratados de Libre Comercio (TLC) con EE.UU., Canadá, la Unión Europea, la EFTA y con algunos países asiáticos. Más adelante, en 2011, nace la Alianza del Pacífico (AP), como una iniciativa de integración profunda entre Colombia, Chile, México y Perú, con herramientas como la consolidación de una zona de libre comercio entre dichas naciones, entre las cuales existían previamente acuerdos bilaterales, y la inclusión de novedosos campos de cooperación, entre ellos el turismo sin visas, la oferta de miles de becas educativas, el apoyo a las Pymes, la promoción articulada de exportaciones al continente asiático, la creación de cadenas regionales de valor, esfuerzos coordinados en materia de cambio climático, y una cooperación inédita, la apertura de Embajadas u oficinas comerciales conjuntas, en donde fuese requerido. La AP se ha anotado indudables logros, abriendo esperanzas de convertirse en una expresión renovada de integración, más aún cuando en 2018, en la cumbre de la AP en Puerto Vallarta, México, hubo un acercamiento entre el Mercosur y la AP, auspiciado por el presidente Mauricio Macri, para explorar la posible articulación entre ambos procesos.

Pero nuestra América Latina es impredecible en sus ejecutorias, y la impronta política y personalista está siempre presente, amén de que los latinoamericanos somos dados a firmar acuerdos y a la retórica integracionista, pero débiles en la ejecución y cumplimiento de compromisos. Es la diferencia con Europa, con la Unión Europea y la EFTA, e incluso con los acuerdos existentes en África y en Asia. En la actualidad, el gobierno de Alberto Fernández en Argentina marcó un retorno al populismo, y se opone a la apertura del Mercosur a TLC con otras naciones del mundo, llevando dicho proceso a una situación de parálisis, con otro pésimo ingrediente: las diferencias con un complicado gobernante de otro signo: Jair Bolsonaro en Brasil. Adicionalmente, el presidente López Obrador de México, populista de izquierda cuyas decisiones causan frecuente perplejidad, se muestra más bien indiferente con el dinamismo que traía la Alianza del Pacífico.

En los tiempos difíciles que atraviesa América Latina, cuya economía quedará devastada por la pandemia, como lo muestran las últimas estimaciones del FMI, según las cuales el PIB de la región se contraerá en un 9,4% este año, sería el momento de repensar una agenda plural para la cooperación y la integración regional, más aún tomando en cuenta la política de aislamiento y proteccionismo de EE.UU., y los efectos perversos que tendrá sobre la economía mundial la guerra fría que avanza entre las dos potencias mundiales: EE.UU. y China. Sería pues una ocasión propicia para hacer de la crisis una oportunidad, y aprovechar en mayor medida el amplio potencial de desarrollo económico y social que ofrecería una región más solidaria, no obstante las diferencias políticas. En tal sentido, son acertados los anuncios del presidente interino de Venezuela Juan Guaidó, en el sentido de que al producirse el esperado cambio político en Venezuela, el país se reincorporaría a la CAN, de donde nunca debió salir, dejando a un lado la participación artificiosa e inconveniente en el Mercosur. Con dicho esquema debe producirse una articulación pero a nivel de los dos bloques: CAN y Mercosur; y estimular la aproximación con la Alianza del Pacífico, donde participan dos de sus miembros: Colombia y Perú, con miras a lograr algún día el postergado propósito de construir cuando menos una zona de libre comercio en América Latina, sin olvidar, dentro de sus particularidades, al Caribe.