La revelación de este extraño episodio del folklore político venezolano lo encuentro en “LA REBELIÓN DE LOS NÁUFRAGOS”, el libro de Mirtha Rivero que describe el naufragio que sufriera la invencible armada adeca a la caída de Carlos Andrés Pérez, luego de los avatares y trastornos sufridos por la clase política venezolana que dieran al traste con el gobierno de Jaime Lusinchi, la camorra en que se involucrara su clase política luego de la ascensión al Poder del caudillo de Rubio, la encarnizada guerra en que se batieran sus principales partidos y, finalmente, la entrega del poder a una pandilla de narcotraficantes uniformados al servicio de la tiranía castrocomunista cubana.
Quien se de por satisfecho creyendo que ese naufragio fue un incidente menor en la historia de la república, está profundamente equivocado. Detrás de esta inmunda escenografía militarista de crápulas, ladrones, narcotraficantes y contrabandistas hoy a cargo del Estado venezolano están, naturalmente, las altas dirigencias de AD de Alfaro Ucero, los Celli, Ramos Allup y todos los miembros del CEN, así como Caldera, Eduardo Fernández, Pérez y la alta dirigencia de COPEI. Sin menospreciar a Petkoff, Ochoa Antich y la dirigencia en pleno del MAS, del PCV y otras lacras de la llamada izquierda revolucionaria venezolana. Observada, controlada y manipulada a la distancia transcaribeña por Manuel Piñeiro, la Secretaría América y los hermanos Castro desde La Habana. La flor y nata del descalabro de los esfuerzos liberal democráticos de América Latina.
Quien pretenda analizar el mapa de la política continental durante estos últimos cincuenta años, del Chile de Allende a la Colombia de Santos, y de la Argentina del Dr. Cámpora a Panamá de Torrijos, no puede dejar de considerar el siniestro papel jugado por el marxismo, legal y tolerado por los sistemas dominantes, o ilegal y combatido a medias y con mala conciencia por los gobiernos democráticos de la región. Allí calzan las FARC, los Montoneros, los Tupamaros, los frenteamplistas, los miristas, los comunistas y los socialistas chilenos.
Un complejo de democratismo minusválido y una cobardía irremediable de derechismo no metabolizado lastra a los gobiernos tolerantes ante el terrorismo de nuevo cuño. Le perdonan al castrocomunismo puesto en acción en el sur de Chile
con la peor campaña de ataque y destrucción de bienes y personas, temerosos de ser etiquetados por sus autores – representados por sus parlamentarios que se mueven enmascarados de legalismo – de “capitalistas”, como si ser propietario de un banco fuera un delito mayor que asaltarlo, Brecht dixit.
No hay otra vacuna contra el terrorismo castrocomunista activado en Chile por la cubana Secretaría América, que una acción clara, definida e implacable en el uso de las armas que la Constitución le garantiza a las fuerzas de defensa del Estado de Derecho chileno. Sean policías, carabineros o soldados quienes deban hacer uso de ellas. Siempre legítimo, si tienden a mantener el orden constitucional.
Toda debilidad y flaqueza en el recurso a las fuerzas del establecimiento contra sus enemigos, termina pagándolas la ciudadanía a un costo demasiado alto: la pérdida de la Libertad. Qui vis pacem, para bellum. Quienes quieran la paz, que se preparen para la guerra