¡Hay que llevar la papa a casa! De estudiantes a buhoneros, la ruda realidad de los jóvenes en Zulia

 

La adolescencia de los zulianos, como el resto de los venezolanos, está marcada por la crisis humanitaria que atraviesa el país y que se ha agudizado en los últimos 5 años con un desenlace dramático en los últimos 24 meses. Y es que los jóvenes pasaron de ser estudiantes a buhoneros, “charleros” o “pimpineros”.





Por: Corresponsalía La Patilla

Según las cifras del Sindicato Unitario de Magisterio del Zulia (SUMA), la deserción escolar en los años 2020 -2021 se ubica en 70%. Unos porque se fueron del país y otros porque no tenían para pagar los gastos propios de la educación como cuadernos, libros, uniformes y pasajes.

“En el caso del trabajo infantil y de adolescentes, una línea muy delgada lo separa de la prostitución, la explotación laboral y de caer en drogas y hasta robar. Son grupos muy vulnerables, de ahí la importancia del Estado en garantizar el derecho a la alimentación y la educación”, explica el sociólogo de la Universidad del Zulia, Juan Uzcátegui.

Los niños y los jóvenes han enfrentado la crisis, pero han perdido la batalla, porque sus necesidades primarias no son cubiertas. “Siete de cada diez adolescentes han madurado y adquirido responsabilidades por la inestabilidad económica de Venezuela”, según el Magisterio Unitario Zuliano .

Aunque la mayoría de los jóvenes confiesan que no se han dejado vencer por las circunstancias, aseguran que han tenido que “crecer rápido” y apoyar a sus familias, pasando por alto el disfrute de una de las etapas más bonitas de la vida como es la adolescencia, de acuerdo con el sociólogo Uzcátegui.

La universidad de la calle

 

 

Es cotidiano en las calles de Maracaibo, en los mercados municipales y en las unidades de transporte público ver a decenas de muchachos como vendedores de golosina y bebidas refrescantes. Algunos utilizan sus dones y simpatía para obtener una recompensa por sacar una sonrisa de los transeúntes de una ciudad abrumada por la soledad y desempleo.

En Maracaibo se le denomina “charleros” a aquellos que hacen gala de sus destrezas al hablar, y utilizando trabalenguas, poemas o rapeando, promocionan lo que venden. Es casi un arte que no siempre es remunerado.

“¿Quién me regala esos buenos días? ¡Buenos días!, hoy me encuentro por acá para ofrecerles una promoción, ya que no tengo trabajo, tengo hermanitos y unos padres a quien ayudar. Y antes de robar prefiero trabajar honradamente. Estoy promocionando estos caramelos, son cinco unidades por 500.000 bolívares, en cualquier tienda o abasto los consigue en 200.000 cada uno. Solo por hoy tengo esta promoción de 5 unidades x 500.000 . Seguro cuando llegan a sus casas sus hijos le dirán: ‘mami, papi que me trajiste’, y ustedes les dan unos ricos caramelos y así colaboran con mi trabajo”, recita Alberto de 13 años.

No se poseen estadísticas de cuántos jóvenes se encuentran en esta situación, pero las calles de Maracaibo están repletas de ellos. Mientras que un autobús espera copar todos los puestos para arrancar, subieron más de una docena de charleros para promocionar agua fría de litro y medio o dos litros por 2.000.000 bolívares. Dicen que es un buen negocio por las altas temperaturas de Maracaibo.

“¡Anda a estudiar!”, sugiere desde su puesto en el autobús un usuario, a lo que el jovencito de 13 años, le respondió: “No hay clases presenciales, no tengo un teléfono para clases virtuales, mucho menos internet, pero lo que sí tengo es hambre, su merced”.

Educación deficiente

 

 

Gualberto Mas y Rubí, presidente de SUMA, mostró su preocupación por las deficiencias con las que se están graduando actualmente los bachilleres.

“El problema no está resuelto por otorgar un título. El problema que tenemos es la calidad de egresados que estamos formando. En el ámbito regional, los alumnos tienen en promedio entre 11 y 13 puntos en matemáticas, porque no hay profesores para esta asignatura. Los muchachos están saliendo mal preparados”, afirmó

Ángelo Luengo de 19 años es el segundo de nueve hermanos. Su familia es numerosa. Lo que sus padres ganan no alcanza para cubrir la alimentación de todos. Cuenta con tristeza que ver llorar a sus hermanos pequeños por hambre, lo obligó a trabajar. Le dolió dejar de estudiar. “Con hambre y preocupación es difícil rendir en los estudios”, señaló.

“Aquí es difícil conseguir trabajo, piden experiencia y presencia. Yo ni zapatos buenos tengo. Vendo frutas en las calles, salgo a las 5:00 de la mañana de la casa y regreso a las 9:00 de la noche. Descanso por ‘raticos’, cuando ya el sol no se aguanta. Gano entre 4 o 5 dólares diarios. En Estados Unidos con todas esas horas de trabajo, ya fuera rico”, reflexionó el joven.

Otro caso es el de Juan Lárez de 17 años. Quería estudiar Medicina desde pequeño, pero no pudo cumplir ese sueño ni graduarse de bachiller. Confiesa que el dejarse influenciar por otros, lo llevó “por un camino oscuro”, el cual no le desea a nadie. Sus padres no podían darle para los pasajes ni útiles escolares, menos para la comida. El hambre lo doblegó. “Robé para comer y estuve preso casi un año. No le deseo eso a nadie”. Hoy canta en los colectivos para subsistir.

“Salgo a buscar el sustento diario. Un día fui hijo y hoy soy padre, y no quiero que mi pequeño pase por lo que yo pasé. Canto en los autobuses para ganarme la vida, pero ya ni eso da. La gente no tiene efectivo. El hambre es fea, pero más feo es estar preso”.

Impacto de la crisis humanitaria

Adnovio Suárez es sociólogo y comenta que la sociedad actual, en especial los jóvenes, viven una época de desafíos y crisis humanitaria. “La terrible crisis que atraviesa el país en lo económico y social es abismal. Los valores como el respeto y la solidaridad han desaparecido”.

En los estudios realizados por Suárez y otros investigadores, hallaron que en 70% de los hogares zulianos las mujeres son madre y padre. “La figura paterna no está presente. El hombre infunde respeto, es la figura fuerte en la familia. Las madres que también hacen de padre deben trabajar, conducir el hogar , encargarse de la casa y vigilar la conducta de los hijos. No todas tienen la capacidad de desarrollar múltiples actividades a la vez. La consecuencia se evidencia en la juventud que se inclina por cubrir carencias antes que formarse como profesional. Es una época de sobrevivencia”, explica .

“La adolescencia coincide con un periodo de transformación y cambio, etapa de nuevas vivencias. Los chamos extrañan ir al liceo para compartir, disfrutar y aprender. Los chicos entre los 13 y 18 años viven una realidad cruel. Se ven obligados a realizar cualquier trabajo para tener algo de dinero para aportar en la casa o para algún gusto personal, propio de la edad. A la niñez y la juventud de los últimos diez años les han robado los sueños y su inocencia”, destacó el sociólogo.

El hecho de abandonar el bachillerato, no ir a la universidad o a un tecnológico, se evidencia hoy en las calles. “No estudian porque prefieren generar ingresos para costear sus necesidades básicas. Otros lamentablemente delinquen, y los casos más dramáticos caen en las redes de prostitución y drogas”. Para Suárez, la educación es un mecanismo de movilidad social en un país, pero “en Venezuela cayó brutalmente”.

Las generaciones perdidas

María Díaz (nombre ficticio para resguardar su identidad), quiso narrar su historia. Recién cumplió 18 años. Confiesa que su vida ha sido dura y con muchas carencias. A los 16 años de edad, abandonó el liceo: sus zapatos estaban rotos, no tenía morral, su mamá no podía darle para la merienda ni para las copias de las guías. La situación la apenaba y decidió no asistir más a clases, pese a los regaños de su progenitora a quien recuerda cuando le decía “estudia para que seas alguien en la vida”.

Empezó a buscar trabajo y no conseguía por ser menor de edad hasta que llegó lo que calificó como “día de su suerte”. Después de 41 días de búsqueda, un señor la empleó en un restaurante. Su trabajo consistía en pelar vegetales, lavar platos y limpiar el local.

“Tenía un mes trabajando cuando el señor me dijo que si quería seguir trabajando, debía acostarme con él. El miedo a perder mi trabajo y volver a pasar hambre, me empujó a acceder a la petición. Meses después, el fruto de la desesperación, me llevó a ser madre”, narra resignada.

Para el periodo escolar 2021-2022, el magisterio zuliano aspira a que la deserción escolar no aumente. Sin embargo, son conscientes de varios factores que afectan tanto a los docentes como a los alumnos y a la familia: el temor por contagiarse con Covid-19, el precario salario que perciben los docentes, las pésimas condiciones de los planteles en la región y el crecimiento de la educación informal (escuelitas conducidas por maestros en las zonas residenciales donde hay menos exposición, mejor pago, no hay exigencias en cuanto a textos, uniformes y el traslado es cercano) son variables que probablemente incidan en que muchos niños y jóvenes no reciban clases en las instituciones educativas.

“La educación sale del hogar y se complementa en la escuela”, reza un dicho popular. La referencia de un país son sus jóvenes. En Venezuela, la decadencia del sistema educativo, la ausencia del Estado y la crisis humanitaria han truncado, al menos, a dos generaciones.