Culturas indígenas: cuando los jivi y los wayuu dejan su territorio ancestral

Culturas indígenas: cuando los jivi y los wayuu dejan su territorio ancestral

Cira Palmar y Ligia Pérez, dos mujeres indígenas venezolanas, arraigadas a su territorio ancestral. Ambas sobreviven en medio de muchas carencias, pero con la esperanza de tener un mejor futuro, donde su cultura permanezca y se fortalezca. Foto: Dixon Dacosta y Eira González

 

El proceso migratorio venezolano, que se agudizó a partir de 2015, afecta de manera directa a las culturas indígenas. En el caso de los wayuu, el hecho de que la madre abandone el hogar significa un cambio en la estructura familiar, pues ella es la encargada de transmitir la tradición oral.

Por Radio Fe y Alegría





Para los jivi, dejar su hogar es un quiebre que llevan en silencio, porque para los pueblos originarios el territorio lo es todo y en ocasiones, ese arraigo los obliga a regresar a sus raíces.

Este trabajo especial explora la situación particular de dos pueblos indígenas venezolanos afectados por la migración venezolana actual.

Cuando se van lejos, se despiden pero pocos regresan
Tajapona, napuijoba y nawieba son palabras que en idioma jivi significan irse lejos, despedirse y regresar. En los últimos cinco años han tomado la voz de este pueblo originario del estado Amazonas, para escucharse en circunstancias muy distintas a las que ancestralmente estaban destinadas.

Anteriormente, cuando los jóvenes de una familia indígena salían de su hogar, se usaban estas palabras para hablar de esos muchachos que iban a estudiar fuera de su comunidad, en otro municipio, o en otro estado de Venezuela. Hoy se escuchan para referirse a algún miembro de este pueblo que decide irse muy lejos de su territorio, a otro país, en busca de trabajo y alimentos.

Mientras que ounushin, ounowa son términos que usan los wayuu cuando alguien de su pueblo debe salir de su territorio. Según un reportaje realizado por ACNUR en el 2018, más de medio millón de personas venezolanas, entre ellas parte de la comunidad wayuu, han cruzado la frontera hacia Colombia, donde aspiran encontrar oportunidades de trabajo para mantener a su familia.

Cira Palmar, madre wayuu, relata los cambios que ha sufrido por el proceso migratorio, en especial por la partida de su hija. Foto: Eira González/ Francy Rodríguez

 

Cira Palmar

Cira Palmar, mujer wayuu de 73 años, habitante del municipio Guajira, es madre de una migrante venezolana, quien tuvo que irse de su tierra a causa de las condiciones en las cuales vivía.

Su vivienda actual es una estructura débil, confeccionada a partir de latas desgastadas por la lluvia y el salistre. Su hogar no cuenta con servicio eléctrico porque no tiene dinero para comprar los cables y, mucho menos, para pagar la instalación que tendría que hacer. El agua que consume es salada, la saca de un pozo artesanal (hecho por ella y su nieta mayor) en el patio de una vecina. No tiene un trabajo formal pero, cada vez que sus piernas se lo permiten, camina hasta la playa de Caimare Chico a pedir peces para comer y cambiar algunos por otros alimentos; otras veces su nieta de 20 años es quien asume ese trabajo. No hay gas doméstico, ni por tubería ni en bombonas. Cira, sin temerle a sus 73 años, se vale de toda su fuerza para cortar la leña que avivará el fuego y servirá para cocinar los alimentos de sus nietos.

Tiene a su cargo cinco niñas y dos niños, tienen entre 1 y 15 años. Aunque están matriculados, generalmente no van al colegio: durante el tiempo de pandemia han estudiado con su tía en casa, con una guía fotocopiada y según sus conocimientos. Las clases virtuales son una utopía para ellos, pues no hay teléfono en su residencia, mucho menos Internet o televisión.

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