Asesinaron brutalmente a su hijo de seis años y creó un programa de TV que ayudó a capturar a 1186 homicidas

Asesinaron brutalmente a su hijo de seis años y creó un programa de TV que ayudó a capturar a 1186 homicidas

John y Reve Walsh junto con una foto de su hijo Adam comparecen ante un subcomité del Poder Judicial de la Cámara sobre Niños Desaparecidos en Capitol Hill en Washington, el 18 de noviembre de 1981 (Foto AP / John Duricka)

 

Seiscientos segundos resultaron más que suficientes para que la vida de la familia norteamericana Walsh diera un vuelco irreversible. El mediodía del 27 de julio de 1981, Revé Walsh y su hijo Adam de 6 años fueron al Centro Comercial Hollywood Mall, en Florida, Estados Unidos. Revé necesitaba comprar una lámpara. Al entrar a la tienda Sears, Adam se detuvo en el sector de juguetería. Quería ver cómo se divertían otros chicos más grandes que él jugando con unos videojuegos Atari que estaban en promoción. Su madre lo vio tan entretenido que decidió que podía dejarlo por un rato mientras iba a buscar lo que precisaba. Le dijo: “Adam, voy a ir al sector de lámparas” y le pidió que se quedara esperándola en el lugar. Adam le respondió distraído: “Okey mami, sé dónde estarás”.

Por infobae.com

Revé se alejó metro tras metro por otros pasillos de la tienda. Cada paso que dio, sería una despedida. La cuenta regresiva en la vida de Adam ya había comenzado. Pero, ¿quién podía saberlo?

Cuando Revé volvió después de pagar en la caja lo que había comprado a las góndolas del área de juguetería, Adam ya no estaba. Tampoco los adolescentes. Eran las 12.15. Calculó mentalmente que se había ausentado unos diez minutos. Lo buscó por los sectores cercanos y no lo encontró. Gritó su nombre. Nada. Se empezó a asustar.

Todas las madres saben cómo se acelera el corazón en una situación así para luego detenerse al borde de un precipicio indescriptible hasta que se produce el reencuentro esperado…

Revé se dirigió apurada al mostrador de información. Pidió que lo llamaran por los altavoces del lugar. Ella misma tomó el micrófono y le dijo a Adam que se acercara hasta el mostrador donde ella estaba. La verdad es que Revé no estaba segura de si su hijo sería capaz de encontrar el lugar. De casualidad se encontró con su suegra Jean, quien se sumó a la búsqueda. Adam seguía ausente.

A las 13.55 Revé no quiso esperar más y llamó a la policía que llegó minutos después. Un joven guardia de seguridad admitió que había echado a varios jóvenes del local Sears porque estaban haciendo lío. Dijo que los había dividido en dos grupos y los había hecho salir por puertas diferentes para evitar peleas. Quizá Adam los había seguido, quizá el pequeño creyó que a él también lo estaban echando y no se animó a desobedecer las directrices del guardia. Esas fueron las hipótesis que los investigadores creyeron posibles.

El tímido Adam habría salido del lugar equivocadamente con el resto de los chicos y, una vez que los más grandes se dispersaron y se fueron, se habría quedado solo en el estacionamiento del lugar. En ese momento se habría convertido en el objetivo del secuestrador que acechaba. Era una presa fácil y desorientada.

Una cosa había llevado fatalmente a la otra, como si su destino estuviera anudado de forma inexorable a la desgracia.

Adam Walsh tenía seis años cuando su mamá lo dejó solo en el sector de juguetería del Centro Comercial Hollywood Mall, en Florida, Estados Unidos. Era el mediodía del 27 de julio de 1981

 

Hallazgo siniestro

Los detectives necesitaban conseguir alguna pista para seguir, pero no había ninguna. La noticia no se publicó inmediatamente en los medios nacionales, algo que podría haber ayudado. Lamentablemente, en esos años, no existían las abundantes cámaras de seguridad que hay hoy instaladas tanto en shoppings como en calles.

Catorce días después, el 10 de agosto, el detective Ralph Latimer y su compañero de equipo hicieron un siniestro hallazgo en un canal de drenaje en Vero Beach, pegado a una autopista y a unos 190 kilómetros de aquel shopping en Hollywood. Era la cabeza decapitada de un niño. Horas después, el alguacil del condado de Indian River, tuvo que confirmar que esa cabeza sin cuerpo pertenecía a Adam Walsh.

El perito forense al que se le encomendó el caso dictaminó que la muerte databa de varios días atrás y que la causa había sido asfixia. Los buzos enviados al lugar no pudieron encontrar el cuerpo.

La policía se negó a entregar la cabeza de Adam a sus padres, la necesitaban para los peritajes. John y Revé Walsh tuvieron que enterrar un ataúd vacío. Tan vacío como se sentían ellos. El dolor retumbaba de forma ensordecedora y les quitaba la respiración.

La sociedad norteamericana quedó paralizada. ¿Un niño secuestrado al mediodía en un concurrido shopping cercano a la ciudad de Miami? ¿Un asesinato al azar? ¿Cómo podía pasar algo así y que nadie hubiera visto nada? El suceso tocó esa cuerda llamada temor que suele atravesar a todas las familias del planeta. ¿Quién podía estar seguro de que sus hijos estuvieran a salvo de tanta maldad? ¿Cómo podían unos míseros minutos sin supervisión terminar de la peor manera?

Hay que tener en cuenta que, hace cuarenta años, era frecuente que los padres norteamericanos dejaran por un rato a sus hijos jugando en algún lugar de un shopping. Pero todo lo que era normal y corriente cambiaría a partir de ahora.

Un brusco giro en la vida

John Walsh, el padre de Adam, se había graduado en Artes en 1967 para luego especializarse en Historia. En 1971 se casó con su novia del secundario, Revé Drew. Se establecieron en el estado de Florida, más exactamente en Hollywood Beach, donde él comenzó a trabajar como empresario en la construcción de grandes hoteles de lujo. El 14 de noviembre de 1974 nació el primer hijo de la pareja: Adam.

El verano de 1981, John con dos socios más estaban con la construcción de un hotel en Paradise Island, en las Islas Bahamas, que implicaba una inversión de 26 millones de dólares. La obra representaba un desafío que le infundía adrenalina.

La vida de los Walsh parecía dirigirse, viento en popa, hacia un destino llamado éxito. En esos vientos de aparente fortuna andaban inmersos cuando se desató la tormenta de arena que tapó el sol en un instante: la desaparición de Adam. Y ya nada les importó más que capturar al asesino.

Poco tiempo después del crimen, los Walsh intentaron llevar a los tribunales a la empresa Sears por la falta de seguridad y lo ocurrido con su hijo. La compañía contraatacó judicialmente y los descolocó. Habían conseguido pruebas de que Adam no había quedado solo los diez minutos que había dicho Revé sino que el lapso era bastante mayor: ellos calculaban unos noventa minutos. Además, consiguieron el testimonio del padrino de Adam y amigo de los Walsh, Jim Campbell, quien declaró ser amante de Revé y reveló que la pareja Walsh consumía marihuana y cocaína. Como consecuencia de esto, los padres de Adam desistieron de los cargos. No querían que la búsqueda de justicia por el asesinato de su hijo se desviara por intimidades de la pareja que no tenían nada que ver con el horroroso crimen ni con la búsqueda de justicia.

El dolor por la pérdida y la forma en que ocurrió era tan agudo que John reconoció haber pensado en el suicidio: “Quería que me sacaran del planeta, no podía soportar semejante pena. Pero recordé una frase de mi padre cuando estaba muriendo. Él me dijo que el mal prevalece cuando los buenos no hacen nada, que los buenos debían terminar con los malos. Y decidí que eso haría el resto de mi vida”.

“Recordé una frase de mi padre cuando estaba muriendo. Él me dijo que el mal prevalece cuando los buenos no hacen nada, que los buenos debían terminar con los malos. Y decidí que eso haría el resto de mi vida”, expresó John Walsh

 

Vocación forzada

John Walsh tenía 35 años cuando le arrancaron un pedazo de su existencia. Catalizó el horror convirtiéndose en abogado especializado en asesorar a víctimas de crímenes violentos. El dolor se volvió una misión: hacer del mundo un lugar más seguro. Revé lo apoyó en todo.

En esa época, el FBI y el congreso de los Estados Unidos insistían en que los casos de este tipo debían ser un asunto exclusivo de las policías locales. Por ello, no se involucraban. Increíblemente, el FBI tenía una base de datos con información sobre vehículos, ganado o armas de fuego robados, pero…. ¡no era capaz de localizar a menores de edad desaparecidos! Los niños NN fallecidos ni siquiera estaban recopilados en una base integrada de datos. “Cuando nosotros empezamos a accionar no había ningún registro de niños fallecidos no identificados”, explicó John.

Los Walsh no pararían. El 10 de octubre de 1983 se estrenó la película Adam, que fue vista por 40 millones de personas. En el film se mostraron 55 niños desaparecidos. Gracias a la difusión se encontró a 13 de ellos.

En 1984, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Ley de Asistencia para Niños Desaparecidos. Eso permitió la formación del Centro Nacional de Niños Desaparecidos y Explotados, una organización sin fines de lucro que se dedicó a empujar reformas legislativas y que funciona hasta la fecha.

El Congreso norteamericano también aprobó la Ley de Protección y Seguridad Infantil Adam Walsh, en julio de 2006, que fue firmada por el presidente G. W. Bush. Esta proponía: crear una base nacional de datos de pedófilos condenados, agravaba las sanciones para delitos sexuales y violentos contra menores y creaba canales de acción contra los abusadores. Ese registro unificado para cincuenta estados haría que, apenas algún convicto por estos delitos infringiera la libertad bajo palabra, saltaría la alarma. Además, generarían bancos con sus muestras de ADN. La ceremonia de firma de esta ley se hizo en la Casa Blanca y, como invitados especiales, estuvieron los padres de Adam.

También, gracias a que removieron cielo y tierra, se creó lo que se llama el “Código Adam”: un protocolo específico para localizar con rapidez a niños que se reportan como perdidos en cualquier local comercial. Se introdujeron cambios profundos en el modo de accionar de los lugares públicos. El primero en hacerlo fue Walmart, en 1994, y lo siguieron noventa mil establecimientos más en los Estados Unidos, desde supermercados hasta museos. Esto hacía que cuando se emitía el “Código Adam” porque había un niño perdido, inmediatamente se bloqueaban todas las salidas del lugar y se apostaba un empleado de la compañía en cada puerta mientras la descripción del menor se transmitía por un sistema de comunicación interna. Este protocolo fue el precursor de lo que luego evolucionó en lo que hoy se llama Alerta Amber: otra forma de actuar que vino a mejorar la rapidez y la comunicación de las desapariciones de menores luego del asesinato de Amber Hagerman, de 9 años, en 1996.

El programa atrapa-fugitivos

¿Cómo se podría mejorar aún más la seguridad? La cabeza de John padre no dejaba de maquinar. Un día se le ocurrió que si todos en los Estados Unidos hubiesen visto inmediatamente la cara de su hijo en televisión habría existido alguna posibilidad de hallar con vida a Adam. Se preguntó: “¿Y si millones de personas en el mundo pudieran ver las caras de los criminales que hay que quitar de las calles?”.

Con esta idea, en 1988, John dio un paso más y se convirtió en el conductor y productor del exitoso programa de televisión America’s Most Wanted (Los más buscados de América). Era otra forma de lucha: la mediática. John a través de su programa intentaría atrapar a los asesinos más buscados del país con la ayuda de los televidentes.

Eso se convirtió en el motor de su nueva vida. Él, en persona, elegía cada caso con cuidado. El primer fugitivo que escogió fue David James Roberts, un asesino de niños que integraba la lista de los más buscados del FBI. Nadie sabía dónde estaba este depredador peligrosísimo.

El primer programa salió al aire el 7 de febrero de 1988. Walsh permitía que las pistas fueran anónimas: una llamada podía cambiar el mundo y salvar vidas. Llovieron las llamadas. A los pocos días el monstruo fue atrapado. La idea había sido un éxito.

El programa tuvo 26 temporadas y se emitió ininterrumpidamente durante 23 años y, luego, volvió varias veces más a ponerse en el aire hasta 2021. Incluso cambió de nombre, pero siguió persiguiendo a los malos que el FBI demoraba en hallar.

John, orgulloso, reveló: “Mi programa ayudó a capturar a 1186 fugitivos. Varios casos han llamado mi atención, pero nunca olvidaré dos muy especiales. Jaycee Dugard, secuestrada por un violador demente que la tuvo 18 años y Elizabeth Smart, la muchacha de 14 años raptada en Salt Lake. Yo estaba con su familia cuando ella volvió a casa. Elizabeth me dijo: ‘Lo siento mucho por Adam; usted no lo pudo encontrar, pero me encontró a mí’”. La razón de la vida de John anidaba en las palabras agradecidas de esa joven.

Se había convertido en el “cruzado anticrimen” de los Estados Unidos. Tenía llegada a la gente más influyente e importante del país. Lo escuchaban todos, incluidos los presidentes Reagan, Bush, Clinton y Obama.

La familia crece y aparece una confesión

Luego de haber perdido a Adam, los Walsh se tragaron su angustia y lograron hacer crecer su familia. Tuvieron tres hijos más: Meghan llegó a la familia en 1982, Callahan en 1985 y Hayden en 1994.

Cuando nació Meghan, Revé tomó la palabra y le dijo a los medios: “No hay sustituto para Adam. Meghan me hace extrañarlo más. ¡Él siempre había querido una hermanita!”.

Después del nacimiento de Meghan sucedería una nueva revolución en la familia. El 21 de octubre de 1983, doce años después del crimen, un preso llamado Ottis Ellwood Toole, de la prisión de Raiford en Florida, se adjudicó el asesinato de Adam. El convicto acarreaba en sus espaldas otros dos homicidios probados. Toole aseguraba que con su amigo, el asesino en serie Henry Lee Lucas, habían concretado cientos de asesinatos. Un poco delirante, pero lo cierto es que sabía bastantes detalles y la policía consideró que solamente el verdadero criminal podía saberlos.

El preso contó que vio al menor solo en el estacionamiento del centro comercial y lo atrajo hasta su auto, un Cadillac blanco modelo 1971, ofreciéndole juguetes y dulces. Una vez que tuvo al niño en el asiento trasero condujo por la interestatal 95 Norte hacia su casa en Jacksonville. Cuando el pequeño entró en pánico y empezó a llorar a los gritos pidiendo por su madre, él le pegó una trompada en medio de la cara que lo dejó inconsciente. Tomó una ruta desierta hacia el norte. Como vio que todavía respiraba, paró en un puente y lo estranguló con el cinturón de seguridad del auto. Sacó el cuerpo del asiento trasero del Cadillac y lo decapitó con un machete. Se deshizo de su cabeza en el agua y se llevó el cuerpo. Cuando llegó a su casa en Jacksonville lo metió dentro de un viejo refrigerador y lo incineró en el jardín trasero de su madre.

Su relato era escalofriante. Podía ser cierto, pero había un problema: Toole se retractaba repetidamente de todo lo que decía. En otros interrogatorios sostuvo que jamás podría haber asesinado a un niño pequeño.

Finalmente, pudieron hallar el Cadillac abandonado que habría sido usado en el secuestro. Dentro del coche los detectives encontraron rastros de sangre, pero no existían todavía las pruebas de ADN para poder ligarlas con Adam. Además, los agentes de policía resultaron unos verdaderos ineptos porque, en el tiempo que siguió al hallazgo del auto, perdieron la alfombra manchada con sangre y el machete. Tampoco fueron capaces de localizar los restos quemados de Adam.

La justicia no podía procesar a Toole sin evidencia física. Y el confeso no pudo nunca ser acusado por el crimen. Había demasiados agujeros negros en su historia y ninguna prueba concluyente. Algunos consideraron que la historia era cierta; otros, sostuvieron que era muy poco creíble.

En 1994, el FBI y la policía estatal de Florida archivaron otra vez el caso y el automóvil fue completamente restaurado y vendido. Ahora, habían perdido también el auto. La verdad se volvió inasible.

El 15 de septiembre de 1996 Toole murió en prisión. Unos meses después, su sobrina le dijo a John Walsh que su tío le había confesado, en su lecho de muerte, que era el asesino de Adam.

En 1997, el jefe de la policía de Hollywood, Rick Stone, revisó el caso de Adam Walsh. Con 22 años de experiencia soñaba con resolverlo. Escuchó otra vez las cintas grabadas de la confesión de Toole y concluyó que, más allá de toda duda razonable, Toole efectivamente era quien había asesinado a Adam.

Un sospechoso de temer

Otra de las pistas que habían considerado los agentes de homicidios conducía al temible asesino en serie y caníbal, Jeffrey Dahmer, arrestado en Wisconsin en 1991. Este hombre brutal era el culpable de más de una docena de crímenes de jóvenes y adolescentes. Pensaron que podía existir un nexo entre él y Adam porque se supo que, en la fecha del asesinato, Dahmer residía en Miami Beach. Además, Dahmer había decapitado a sus víctimas. Dos testigos lo identificaron y dijeron que había estado en el centro comercial aquel día. Uno incluso dijo que vio a un hombre parecido a Dahmer luchar con un niño antes de introducirlo en una camioneta. Pero Dahmer, quien todavía vivía, lo negó con vehemencia: “Te he dicho todo: cómo los maté, cómo los cociné, a quién me comí. ¿Por qué no te diría si se lo hice a otra persona?”, aseveró con lógica.

John Walsh dijo, por su parte, que no había visto ninguna evidencia que vinculara a Dahmer con su hijo.

Es alarmante ver cuánta gente mala había rondando por ahí, cerca del shopping, cuando Revé dejó por un rato solo a Adam.

Ecos del pasado que resuenan en el futuro

John, con su carácter combativo, generó a lo largo de los años de exposición mediática varias controversias. Una fue cuando aconsejó a la gente que si tenía que tomar una niñera debía escoger siempre a una mujer, jamás a un varón. Ante las críticas, salió a explicarlo: “No es una caza de brujas… Es acerca de minimizar riesgos. ¿Qué perro es más probable que te muerda? Un Doberman, no un caniche. ¿Quién es más probable que abuse de un menor? Un hombre”.

Otra polémica sucedió cuando, en un libro que escribió en 1997 llamado Lágrimas de furia, admitió haber empezado a salir con Revé cuando ella tenía 16 años y él 20… ¡Revé era menor de edad! Algunos críticos de su ley dijeron que por la legislación que promovió John Walsh ¡él mismo habría tenido que estar en el registro de abusadores sexuales!

Hubo que esperar muchos años más para tener un cierre definitivo del caso. El 16 de diciembre de 2008 la policía de Hollywood anunció que las pruebas contra Toole eran lo suficientemente sólidas para cerrarlo. A pesar de eso muchos mantuvieron sus dudas. Pero para entonces el perverso Toole ya había abandonado el mundo: había fallecido el 15 de septiembre de 1996.

John Walsh cree con convicción que Toole es el verdadero asesino. Necesita creerlo. Sobre todo porque varios testigos oculares colocaron a Toole en el mall de Hollywood donde estuvo su hijo ese fatal día. Uno incluso declaró que lo vio conversando con el pequeño.

John se sintió agradecido que, luego de 27 años, se estableciera la verdad. Dijo: “Él ya no estará con nosotros, pero sé que está en algún lugar mejor, por favor no pierdan la esperanza”.

Este año John Walsh continúa trabajando con víctimas de delitos violentos y dijo que sigue viendo fallas en el sistema de investigación norteamericano. El hoy presentador de tevé del programa In pursuit with John Walsh (Persecución con John Walsh) comparó el mal manejo que hizo el FBI en el reciente caso de Gabby Petito con el propio: “Se cometieron errores similares, es muy triste”.

El caso de Adam Walsh sacudió las costumbres de la sociedad norteamericana y la obligó a cambiar. Con lo ocurrido, sabían que los chicos no estaban seguros solos en ningún sitio por concurrido que fuese.

Los hijos de los Walsh crecieron. Meghan, tiene 40 años y es cantante, artista, diseñadora de modas y tiene una bebé llamada Eva. Callahan, con 37 años, practica polo en un club, acompaña a su padre en la defensa de los niños abusados y co-conduce con él el programa que se emite por Investigation Discovery: “Crecí con mis padres diciendo que teníamos que asegurarnos que Adam no hubiera muerto en vano”. Hayden, el menor, 28 años, también empezó a colaborar con ellos. La batalla por conseguir justicia para los menores víctimas de delitos violentos sigue en marcha con la nueva generación Walsh.

Hoy John cuenta con 76 años y una fortuna de 20 millones de dólares, pero con lo que le pasó en la mitad de su vida, siente que nada le alcanza. Solo mitiga su permanente amargura el haber logrado capturar a miles de prófugos de la justicia, que el FBI cediera su renuencia a poner a los menores abusados en sus computadoras y que ahora exista una base de datos donde están registrados casi todos los abusadores infantiles. John Walsh suele repetir desconsolado: “Mi pequeño de 6 años me convirtió en un hombre mejor”.

Exit mobile version