La historia del archipiélago que reclaman siete países: las tensiones diplomáticas y la isla que se perdió por una orgía

La historia del archipiélago que reclaman siete países: las tensiones diplomáticas y la isla que se perdió por una orgía

Las Islas de Spratly en el Mar del Sur de China son reclamadas por siete países distintos. Con el tiempo creció su importancia geopolítica y su potencial para la explotación de hidrocarburos. Aumentando el interés sobre ellas y la tensión militar

 

Se trata del lugar más disputado del mundo. Son pocos los que lo conocen pero al menos siete países (y algunos otros tratan de meterse en la discusión) se disputan su soberanía. Son islas, islotes, arrecifes, cayos, atolones, centenares de bancos de arena y hasta islas artificiales. Casi deshabitadas generan una enorme tensión en el Mar del Sur de China. En las Islas Spratly se despliega un ajedrez diplomático que por el momento parece demasiado intrincado y sin un final a la vista. Ocupaciones, reclamos formales, avivadas, instalación de comunidades, despliegue de tropas, hundimiento de barcos y hasta la construcción de una base misilística son algunas de las tácticas que los países utilizan para apropiárselos. Un lugar poco conocido pero de una conflictividad potencial enorme.

Por infobae.com

El archipiélago es uno de los pocos lugares del planeta en que no hay atribución de nacionalidad clara y en el que todos se sienten autorizados a reclamar su dominio. Toda clase de antecedentes y argumentos fueron sostenidos por las partes durante las últimas décadas para justificar su pretensión. Desde ocupación imperial a la nacionalidad de los que los habitan pasando por la extensión en el tiempo de la ocupación pacífica.

Son islitas perdidas en medio del mar, con escasa población, casi sin construcciones, difíciles de conquistar por el hombre, con un acceso complicado. Casi sin territorio: el archipiélago ocupa un área de unos 410.000 kilómetros cuadrados pero de los cuales sólo 5 de esos kilómetros cuadrados son de tierra. Su ubicación hizo que muchos prestaran atención a ellas: buena parte del tráfico comercial mundial pasa por la zona. En los últimos años ese interés se multiplicó casi exponencialmente. No se trata de orgullo nacional herido, tampoco de una renovada preocupación geopolítica. Sólo sucedió que la codicia entró en juego. Se cree que el archipiélago puede ser una gran reserva de petróleo y gas y de varios minerales valiosos, más allá de su capacidad pesquera. Esas reservas de hidrocarburos algunos las suponen como colosales; otros dicen que no valen la pena, que la extracción en esas condiciones es casi imposible.

Los gobiernos de los países involucrados prefieren no arriesgarse y reivindican sus posesiones.

Filipinas, Malasia, el sultanato de Brunei, Vietnam, China y Taiwán son los países que se disputan el archipiélago. Algunos reclaman para sí todo la superficie, cada isla, cada atolón, cada pequeño islote; otros, más humildes, sólo exigen que se les reconozca la soberanía sobre algunas de las islas.

Todo está tan discutido que ni siquiera se ponen de acuerdo en la forma de nombrar el lugar. Cada país utiliza su propio idioma y su peculiar denominación. En Occidente se conocen como Islas Spratly, el apellido del marinero inglés que las hizo conocer en esta parte del mundo. Pero eso fue en 1843, una época que se extendió hasta bien pasada la mitad del Siglo XX, en que esas pequeñas islas e islotes inhóspitos no le interesaban a nadie. Si alguien hubiera dicho que múltiples naciones las reclamarían para sí hubiese sido tomado por loco. Las potencias coloniales no se preocuparon nunca por ellas. Francia plantó su bandera, casi por compromiso, en la década del treinta por su colonia en Indochina. Japón a principios de la Segunda Guerra los desalojó. Con la huida gala de Vietnam y la derrota japonesa se podría decir que quedaron vacantes. Y sin candidatos entre las potencias para hacerse cargo ya que los norteamericanos habían abandonado Filipinas y los británicos, Malasia. El territorio quedó sin nadie que lo dominara. Eso lo convirtió en atractivo para los países asiáticos vecinos que podían reclamar derechos por proximidad.

La historia de estas islas la cuenta de una manera magnifica, como tantas otras, Olivier Marchon en su libro Rarezas Geográficas (Ediciones Godot). Escribe Marchon: “Si observamos el mapa actual del archipiélago con las respectivas posesiones, parece el tablero de un juego de estrategia gigante, en el que cada jugador habría colocado sus piezas, y en el que cada piedra, aun la más chiquita, y cada playa, incluso la más ínfima, sería una casilla”. Un TEG descomunal pero muy real. En el que el ejército más poderoso gana cada vez más posiciones a través de la fuerza y de su poder de coacción a través del armamento y sus movimientos marítimos. China no ataca a Kamchatka sino a Vietnam, Filipinas y demás involucrados.

China ha creado fortalezas con gran capacidad ofensiva en arrecifes muy pequeños. Cañones, baterías antiaéreas, búnkers y radares. Un par de años atrás montó también una base de lanzamiento de misiles. El episodio fue denunciado por la prensa norteamericana y confirmado, sin ruborizarse, por las autoridades chinas. Sus portaaviones patrullan la zona y durante los ochenta ha hundido barcos de las otras naciones, alegando confusiones y supuestos actos hostiles. El predominio chino en la zona ha hecho que Malasia, Filipinas y Vietnam reclamaran la asistencia norteamericana.

Pero no es el único caso. Los demás países también tienen sus tropas y cada uno se las ingenió para construir una pista de aterrizaje en alguna de sus islas. Por ejemplo Taiwan hizo una de 1,2 kilómetros de extensión en la isla de Taiping, que tiene 1,4 kilómetros de largo. Es decir, excepto 200 metros todo lo demás en la isla es la pista.

La ONU declaró al archipiélago como una Zona Caliente: las expectativas de los países, sus pretensiones, las presiones, el que nadie ceda, los incidentes crecientes y la progresiva militarización del lugar lo convierten en un lugar en el que el peligro de un conflicto bélico se desencadene en cualquier momento. Además son demasiados países con pretensiones superpuestas como para que todos salgan conformes de una negociación diplomática.

Si China se vale de su poderío económico y bélico para intentar prevalecer, otros apelan a otras armas (o artimañas). El episodio más imaginativo debe atribuirse, sin el menor lugar a dudas, a los vietnamitas. Lo de Zona Caliente no tiene nada que ver con el incidente en el que se decidió la suerte de Pugad. En tiempos difíciles, el enemigo aprovecha cualquier oportunidad. Ya se dijo que no suele pasar gran cosa en las Spratly. En 1975, los filipinos que aletargados esperaban la nada en el islote de Pugad sintieron una emoción especial. Esperaron el día con ansiedad. Prometía ser la fiesta del año. En la isla vecina de Parola habían abierto un nuevo bar. Había juegos, mesas de pool, alcohol y mujeres. Ese atardecer casi todos los hombres de Pugad se embarcaron hacia allí. Tendrían la fiesta del año, celebrarían el cumpleaños del jefe de su base. Los de Parola sorprendieron con su hospitalidad. Todo fue mejor que lo esperado. Manjares varios, rondas de alcohol gratis, mujeres que caían rendidas a sus dotes seductoras. Los filipinos estaban exultantes. A la medianoche el cumpleaños ya se había transformado en orgía. Fue una gran noche. Pero la mañana siguiente fue muy dura. No sólo por el dolor de cabeza y la reseca. Los vietnamitas del sur no sólo habían sido unos extraordinarios anfitriones. También habían aprovechado que todos los de Pugad habían ido al cumpleaños para invadir y tomar la isla. Ahora la isla pertenecía (y lo sigue haciendo) a Vietnam del Sur. Los filipinos fueron embarcados hacia su país. No se sabe cómo los recibieron las autoridades de su país. A pesar de que se supone que fueron humillados públicamente, algunos de los soldados filipinos la pasaron tan bien esa noche después de tantos meses de postergaciones y privaciones que la consideraron una dulce derrota.

La cuestión de la soberanía es muy intricada y solicitada. Brunei reclama parte del Mar de China y ocupó algunos arrecifes sin hacer una presentación formal; el sultanato fue el último en llegar al lugar e intenta aprovechar la confusión. China, Taiwán y Vietnam reclamaban para sí la totalidad del archipiélago. Los dos últimos han construido bases, llevado (unos pocos) civiles y levantado pequeñas fortificaciones para resguardar las tierras y el mar que las circunda. Vietnam es el que más islas y formaciones tiene bajo su bandera. China esgrime antecedentes milenarios, habla de ocupaciones de siglos atrás y exige que los demás se vayan del lugar. Mientras tanto amenaza con sacarlos de allí.

Para China, las Spratly son fundamentales. La zona económica exclusiva de ese país es monstruosamente extensa. Y este archipiélago es una parte fundamental de su plan de dominación regional. Uno de los vértices de la Línea de Nueve Puntos con la que encierra su pretendida zona de exclusión.

En las islas de Spratly se fue armando un enfrentamiento similar al de la Guerra Fría. Armamento preventivo, algún reclamo ante foros internacionales, ocupaciones desganadas y mucha tensión en un escenario en el que nadie quiere dar el brazo a torcer. Todos hablan de soberanía pero lo que no quieren perder son las riquezas potenciales que el lugar escondería. Por el momento es bastante difícil (y aburrido) vivir en esas mínimas extensiones de tierra y arena perdidas en el mar. Pero muchos confían en que ahí se pueden conseguir fortunas.

Como si todo esto fuera poco no faltaron los pícaros o los soñadores que montaron sobre alguna de las islas sus micronaciones. Esos estados surgidos de voluntades privadas, algo arbitrarios, algo farsescos también, que audaces crean ante lagunas legislativas o ante oportunidades fácticas. Pero las Spratly no son territorio para jugar. El primero que creó un reino allí y se nombró con toda pompa monarca del lugar, abandonó su reino corriendo apenas llegó la invasión japonesa y nunca más volvió. Los otros que quisieron instalarse duraron poco por la alta posibilidad de combustión de la zona.

El instrumento jurídico internacional que debiera solucionar este litigio no es demasiado antiguo. El Tratado sobre Derechos del Mar de la ONU de 1982 en lugar de aportar soluciones produce la paradoja de sólo generar que las posturas nacionales se vuelvan cada vez más intransigentes. Eso se debe a que cada país interpreta las normas según su conveniencia y exprimen y estiran las cláusulas del tratado para que terminen diciendo, bajo su interpretación, lo que a ellos favorece.

La Islas Spratly con su escaso terreno habitable, con las tropas cada vez más numerosas, con el armamento proliferando, con su potencial para la explotación de hidrocarburos, con su ubicación geopolítica trascendental, son una zona del mapa casi desconocida y un foco de tensión en un mundo cada vez más sensible. Son, también, un gran generador de historias.

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