Qué se sabe y qué se puede aprender del sexo animal

Qué se sabe y qué se puede aprender del sexo animal

“Sexo animal”, de los argentinos Nicolás Martín Olszevicki y Matías Pandolfi, hace una relectura moderna de la teoría darwinista para responder todas las preguntas acerca de la reproducción y su rol en el proceso evolutivo.

 

 

 

Suele separarse al ser humano del resto de los seres vivos que integran el reino animal. Pero, al contrario de lo que se cree, muchas de las características “exclusivas” que hacen del humano un animal “distinto” a los demás, como la comunicación, la resolución de problemas o la búsqueda del placer, también aparecen, en sus más variadas formas, en todo tipo de animales.

Por Infobae

Sexo animal, libro colaborativo entre los argentinos Nicolás Martín Olszevicki y Matías Pandolfi, retoma la teoría de la evolución de Charles Darwin, una de las más divulgadas y más deformadas de la historia, para traerla al siglo XXI y acortar la brecha existente entre animales y seres humanos. ¿Existe la monogamia en la naturaleza? ¿Está el sexo atado a su cualidad reproductiva o también se da, como en las personas, por puro placer? ¿Hay otras especies, además de la nuestra, que tengan algo parecido a la moral?

Editado por Planeta, este libro tiene como eje central el proceso evolutivo y su rol fundamental en la supervivencia y devenir de cada especie para responder todas las preguntas que surgen a la hora de pensar el sexo entre animales. Olszevicki, doctor en Letras, y Pandolfi, doctor en Ciencias Biológicas, investigaron este tema durante años y plasmaron sus resultados en Sexo animal, un libro de divulgación científica que se sirve de un tono entretenido para acercarle datos duros a un lector no experto.

La escritura de Sexo animal, a cuatro manos entre ambos autores, tuvo un drástico cambio de rumbo a la mitad del proceso cuando, a comienzos de 2021, falleció Matías Pandolfi. Olszevicki da cuenta de esta tragedia en el epílogo que escribe para la edición.

“Sexo animal” (fragmento)

 

 

Una teoría para explicar todo

Los seres vivos, desde los que están compuestos por una sola célula hasta los más complejos, vienen a este mundo con dos mandatos elementales: sobrevivir y reproducirse. Es más, si uno lo piensa bien, el primer mandato podría subsumirse en el segundo: de lo que se trata la famosa «lucha por la supervivencia», en realidad, es de reproducirse, y la primera condición de posibilidad para reproducirse es sobrevivir lo suficiente hasta poder hacerlo. En las especies con reproducción sexual, el individuo que no llega a la madurez no deja descendencia.

Si la naturaleza fuera pródiga en recursos y si, además, todas las especies convivieran armónicamente y sin estorbarse, el planeta sería un espacio de paz y bonanza donde no habría ningún conflicto ni entre especies diferentes ni entre miembros de una misma especie, y donde todos morirían de viejos, felices y unidos por el amor.

Pero sabemos que no es así.

Lo que Darwin pensó, inspirado por Thomas Malthus, es que en cada generación de cada especie nacen más individuos de los que naturalmente pueden sobrevivir. Algunos de esos individuos, los que estén mejor adaptados al ambiente en un momento particular, serán capaces de vivir más, tendrán más posibilidades de reproducirse y, por lo tanto, legarán sus rasgos a su descendencia. Por ejemplo: los tiburones que nazcan con dientes más afilados o los pumas que nazcan con la capacidad de correr más rápidamente serán los que, estadísticamente, más posibilidades tendrán de sobrevivir en su medio y, por tanto, los que más posibilidades tendrán de alcanzar la madurez sexual y dejar crías.

Esa descendencia heredará los rasgos de sus progenitores y, a la larga, esos rasgos se volverán dominantes en la población porque otorgan una ventaja adaptativa: en un contexto de recursos escasos, difícilmente sobrevivan quienes no los tengan. Esa es la «selección natural», probablemente la idea más poderosa de la historia del pensamiento humano, que además tiene el maravilloso encanto de su simpleza: la naturaleza define quién sobrevive y quién no en base a lo que resulta conveniente en determinado ambiente y en determinado momento.

Cada uno de los rasgos que observamos en la naturaleza está moldeado por una acumulación de accidentes que, de un modo u otro, resultaron favorables para la supervivencia, o al menos no la entorpecieron lo suficiente. Esto significa que la selección natural no tiene finalidad. No hay una meta a la que se dirija lenta e inexorablemente. O, dicho en jerga filosófica: no es teleológica, no está dirigida a un telos, a un fin último, por más que muchas veces se la piense de esa manera. Los seres humanos, en este sentido, no somos el corolario de ningún proceso: somos apenas un punto más en el árbol de la vida que arrancó hace miles de millones de años, tan significativo o insignificante como cualquier otro.

 

Matías Pandolfi (izquierda) falleció durante el proceso de escritura de “Sexo animal”, por lo que Nicolás Martín Olszevicki tuvo que terminar el libro por su cuenta.

 

Claves

La teoría darwiniana se fue refinando mucho con el correr del tiempo y, especialmente, con los avances en el conocimiento de genética y biología molecular a lo largo del siglo XX. Nosotros comenzamos hablando del ADN, pero Darwin, recordemos, no tenía ni idea de que existiera algo así: cuando escribió, todavía faltaba un siglo para que se descifrara su estructura, y la herencia constituía para él un misterio absoluto (aunque era clave para completar su teoría; y de hecho fue la combinación de la evolución por selección natural con la genética lo que condujo, en el siglo XX, a los mayores avances en el campo de la biología evolucionista).

Tal como fuera formulada, la teoría de la evolución por selección natural se sostiene (y se sigue sosteniendo) sobre tres pilares esenciales:

1. El mundo natural es variable. No solo un puma es diferente de una serpiente y un rinoceronte de una magnolia, sino que un puma es diferente de otro puma y un rinoceronte es diferente de otro rinoceronte, aunque a nosotros nos cueste reconocerlos. O sea, no solo hay diferencias entre individuos de diferentes especies sino también entre individuos de una misma especie.

Nico Olszevicki, que pertenece a la especie Homo sapiens, es claramente diferente de Fido, el perro de su vecino (Canis familiaris), pero también de Matías Pandolfi, otro Homo sapiens. Estas diferencias interindividuales se verifican no solo a nivel anatómico y funcional (o sea, no solo son cuerpos visiblemente diferentes) sino a nivel comportamental. Y esto es central para nuestro libro: frente al mismo estímulo, dos animales de la misma especie pueden reaccionar de maneras diferentes porque están, de algún modo, condicionados para reaccionar de maneras diferentes. Y una de esas maneras puede convenir más para la supervivencia que otra. O sea que hay variación en, al menos, dos sentidos: hay variación en rasgos físicos y hay variación en comportamientos.

2. Esa variabilidad es heredable. Darwin se dio cuenta de que la única manera de explicar que se perfilaran rasgos tan diferentes interespecie e interindividuos era que esos rasgos se transmitieran de algún modo de los progenitores a sus hijos. Esta es una de las genialidades de Darwin: haber entendido perfectamente qué faltaba para que su teoría fuera totalmente consistente. De hecho, lo que hizo la síntesis evolutiva moderna, en el siglo XX, fue actualizar la teoría de la evolución darwiniana con los novedosos conocimientos de genética de la época para explicar cómo se produce la herencia de esa variabilidad.

3. Dado que en todas las especies nacen muchos más individuos de los que llegan exitosamente a la adultez, existe, entre ellos, una lucha por la supervivencia. En esa lucha, determinados caracteres resultan convenientes y otros no, y se ponen en juego a lo largo de la vida. Los individuos que sobrevivirán y dejarán más descendencia son aquellos que estén mejor equipados para enfrentar los desafíos que pueda ofrecer determinado ambiente en determinado momento.

El mecanismo es, simplificado, el siguiente: se generan variaciones en los rasgos individuales (un cuello más largo, una dentadura más potente, una mayor capacidad de detectar a un predador); cuando esas variaciones resultan convenientes, los individuos que las portan ganan potencial de supervivencia y de reproducción y, por lo tanto, con el correr del tiempo, se vuelven poblacionalmente dominantes. Esos ragos que permiten resolver algún desafío ambiental son denominados «adaptaciones»: por ejemplo, el cuello largo de la jirafa es una adaptación que permitió a las jirafas alcanzar las hojas de los árboles más altos. Este es un punto central de la teoría y es probablemente el que más se presta a confusión en las presentaciones populares: no es que las jirafas estiraron el cuello para alcanzar los árboles más altos. Por casualidad, en algún momento, se produjo algún fenómeno que hizo que algunas protojirafas tuvieran cuellos más largos que otras (hoy sabemos que se trata de mutaciones genéticas). Como la comida a la altura a la cual llegaban las jirafas con el cuello normal escaseaba, las que más chances tenían de sobrevivir eran las que nacían, de casualidad, con cuellos más largos. Más supervivencia se traduce, generalmente, en mayor capacidad reproductiva, las crías heredan ese rasgo y, a la larga, los cuellos largos terminan predominando a nivel poblacional.

Quién es Nicolás Martín Olszevicki

? Nació en Argentina en 1986.

? Es doctor en Letras por la Universidad de Buenos Aires, profesor, comunicador de la ciencia y asesor en el Ministerio de Salud.

? Además de Sexo animal, es coautor junto con Leonardo Moledo de Historia de las ideas científicas.

Quién fue Matías Pandolfi

? Nació en Argentina en 1975 y falleció en 2021.

? Fue doctor en Ciencias Biológicas, investigador del CONICET en el Instituto de Biodiversidad y Biología Experimental y Aplicada (IBBEA, CONICET-UBA), y profesor titular de Histología en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.

? Además de Sexo animal, escribió obras de ficción y artículos de divulgación.

 

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