Mitos de la revolución francesa: la macabra y larga historia de la guillotina

La guillotina, instrumento de ejecución en Francia durante casi dos siglos Getty Images/iStockphoto

 

 

 





Cuando en 1757 asistió a su tío en la ejecución de Robert-François Damiens, Charles-Henri Sanson apenas era un adolescente. Pero debía aprender el oficio de la familia, cuatro generaciones dedicadas a torturar y ejecutar criminales en Francia. Y si se trataba de que aprendiera, vaya si lo haría ese día. Damiens había tratado de atentar contra la vida del rey Luis XV, así que correspondía administrarle una muerte lenta.

Por La Vanguardia

Empezaron usando un artefacto llamado “bota”, presente en el manual de cualquier torturador europeo. En España acostumbraba a tratarse de una bota metálica que se colocaba en la pierna del reo. A continuación, el verdugo iba colocando cuñas de madera en su interior hasta que la presión fracturaba los huesos de la víctima. Un sistema muy similar emplearon con Damiens.

Tras esto, le arrancaron pedazos de carne con tenazas al rojo vivo, para más tarde arrojar azufre y aceite hirviendo sobre las heridas. Agonizante, tuvo que soportar durante varias horas ese dolor, hasta que los Sanson realizaron el acto final. Sobre el cadalso, ante un público en estado de éxtasis, empezaron por practicarle una emasculación, que se diferencia de la castración porque implica también la amputación del pene.

Luego le ataron las extremidades a cuatro caballos para que lo desmembraran lentamente. Permaneció suspendido durante dos horas, hasta que el mayor de los Sanson le cortó los ligamentos para que el cuerpo se separara en varias partes.

Al parecer, aquella ejecución fue tan brutal para el tío de la familia que decidió que sería la última. No así Charles-Henri, que había descubierto en sí mismo una sangre fría que lo hacía ideal para el cargo. Por ello, acabó tomando el relevo a su padre como verdugo oficial del reino.

Mientras esto ocurría, el médico y político Joseph-Ignace Guillotin (1738-1814) clamaba abiertamente contra la pena de muerte y, por supuesto, la tortura. Consciente de que sus demandas eran algo utópicas para la Francia del siglo XVIII, se conformaba con la implantación de un sistema de ejecución que fuera lo más rápido posible para el reo.

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