Justo Mendoza: ¿Cómo elegir para gobernar bien?

Justo Mendoza: ¿Cómo elegir para gobernar bien?

Justo Mendoza

Eso de enmendar en cabeza ajena bien demostrado está que no es posible, en la mayoría de los casos. Elegir bien tiene sus complejidades, límites y momento.

_”A no ser que los filósofos sean los reyes en los Estados o los que actualmente llamados reyes y soberanos sean filósofos en verdad y con suficiencia, y no se vea unidad una cosa a otra, el poder político y la filosofía, y a no ser que una ley rigurosa aleje de los asuntos públicos a esa multitud de individuos a los que sus talentos les llevan exclusivamente a una u otra, no habrá remedio, querido Glaucón, ni para los males que devastan los Estados ni incluso, creo yo, para los del género humano”_. (LA REPÚBLICA. Platón: Necesidad de un Rey Filósofo).)

Ya el gran filósofo determinaba -en su reflexión- la complejidad de gobernar y ejercer con sabiduría el poder político; advertía lo prudente de alejar a “multitud de individuos” que la ambición de gobernar los separa de la sabiduría que requiere tal cosa, sabiduría que hoy encarna un contexto ordenado, dinámico y entrópico, que exige gerencia y experiencia. Así pues, el acto de elegir tiene, diferencialmente, su momento y lo sabio y conveniente es captarlo, a efectos de aplicar apropiadamente el método que requiere esta o aquella realidad política.





El común -el país nacional, el ciudadano de a pié- está siendo inducido a procurarse un procedimiento de selección de una candidatura presidencial para el 2024. Una candidatura que vaya ¿con o contra? el sr Maduro. La cuestión es si el proceso eleccionario, en la Venezuela de hoy, está revestido de normalidad política, en el marco de un sistema alineado, y con un entramado institucional que permite un gobierno instrumental más allá de las peculiaridades del piloto de la nave del Estado.

Entonces, calificadas las debilidades del proceso político de redemocratización y las amenazas que se ciernen sobre el resultado mismo del proceso de escogencia -en cuanto a que la validez de elegir no es superior en acertividad a seleccionar- si no que es un mero ejercicio de nombrar a alguien, de entre más de una docena candidatos, que obtendría un voto más -como mínimo- ante su cercano competidor: las fortalezas del proceso -y hablo de primarias- no asegura que el elegido o elegida, vaya a ganar los comicios presidenciales, el 24, ni tampoco -que de ocurrir esto- vaya a gobernar bien.

El contexto en que se plantean las primarias dista de la realidad político partidista que sustentan los propuestos, y desde luego los proponentes. Primeramente, se va a elegir un gobierno de transición, y como hay obligatoriamente una hibridación, compuesta por el régimen que se va (con su carga de errores, déficit, y rechazos) y el régimen que asume (con su carga de expectativas, cambios, sustituciones y reemplazos, y capacidad de sindicar y enjuiciar); aquellos deben colaborar a que los ganadores gobiernen cambiando; y estos deben lograr que aquellos colaboren para cambiar ¿Tienen las primarias, apartando lo cuantitativo que lo connota, propiedad para dar al elegido calidad y acertividad para gobernar?

El tema de la selección del escogido por la vía de concertación no asegura la legitimidad que algunos le suponen da las primarias, por aquello de la participación del potencial elector. Mas la legitimación democrática no solo es gentío sino también autóritas y calidad representativa de quienes deciden al seleccionar tal o cual candidato: lo que pierde la selección concertada de un candidato, como categoria de escogencia, en tanto que carece de universalidad, lo gana largo en la calidad y aceritividad de la selección al elegir al mejor dotado en experiencia y conocimientos para gobernar y en capacidad gerencial para juntar en torno a sí las mayores voluntades políticas, individuales y partidistas, pues tras sí no hay perdedores.

Elegir bien es el reto concreto de una escogencia en tiempo de cambio desde los regímenes autoritarios (o totalitarios) hacia la democracia. Elegir mal al gobernante, tipo Pedro Castillo, que encarará la transición, es no solo condenar a un nuevo fracaso sociopolítico a los venezolanos, sino también tenderle la alfombra roja -valga el color- al regreso triunfante de los depredadores que potencialmente pueden ser echados con una buena selección (lo cual no solo pone de manifiesto la capacidad de ponerse de acuerdo de una dirigencia opositira con una reputación cuestionada) y sin posibilidades que resuciten como ha ocurrido con el peronismo, el masismo de Evo y el laboralismo foropaulista de Lula.

Es el momento de escoger bien: en un marco concertado, aun con las primarias, que valore la complejidad del momento -nada normal para creer que iremos a una fiesta electoral-, y cuyas limitaciones convocan al esfuerzo común y no a la competencia intestina en la oposición democrática.