“A 100 años del Reventón de Los Barrosos 2. Desde entonces nunca fuimos los mismos” II Parte, por José Luis Farías

“A 100 años del Reventón de Los Barrosos 2. Desde entonces nunca fuimos los mismos” II Parte, por José Luis Farías

La sofocante madrugada del 14 de diciembre de 1922 en que el chorro de petróleo brotó de Los Barrosos 2, en palabras de Henry Pittier: alzándose como “pluma de avestruz puesta verticalmente”, dada la fuerza de los gases liberados por el taladro de la Shell operado por seis obreros del patio, nadie pudo advertir que justo en ese momento el país comenzaría a ser otro.

Ese enorme géiser,  “el  más  productivo  del  mundo”,  según el New York Times, que dio comienzo a la transformación material acelerada de Venezuela, produciría también cambios en el pensamiento de los venezolanos. La súbita riqueza planteó, en la expresión de Hector Malavé Mata, “la lidia por los dones del subsuelo” (Héctor Malavé Mata, Formación histórica del antidesarrollo en Venezuela, p. 163). Esta lucha devino en una profunda transformación material del país y en un rico imaginario, suerte de conciencia petrolera, que podemos resumir en dos visiones coincidentes en varios aspectos: el nacionalismo, su carácter transitorio y la conveniencia de su aprovechamiento, pero una considerando el viscoso aceite negro una bendición y otra una maldición.

A juzgar por las opiniones desarrolladas en adelante, los primeros se distinguían por haber puesto el acento de sus opiniones y acciones en la obtención de beneficios y los segundos afianzaron sus argumentos en los efectos negativos anticipando lo que a la postre fue conocida como la “maldición de los recursos naturales”, tesis expuesta por Richard Auty en 1993 y ampliada por Jeffrey Sachs y Andrew Warner, afincados en estudiar la relación de la abundancia de recursos naturales y el crecimiento económico pobre.





Previsión y prudencia a la vez

Cualquiera fuera la óptica de aquellos venezolanos, se trató de voces firmes y audaces, expresiones portadoras de la previsión y la prudencia a la vez. Fueron la indagación de un pensamiento nacional sumergido en lo más hondo de nuestra existencia histórica y a su servicio.

Eran cavilaciones fueron animadas de sentimiento nacionalista desde 1914 cuando se descubrió el Zumaque 1, primer pozo de explotación comercial. No estaban exentas de pugnas políticas, pero se mantuvieron concentradas en su rivalidad contra quienes vinieron con sus capitales y tecnologías, con nada honorables procedimientos administrativos y políticos, a extraer el petróleo y llevarse la más gruesa tajada de los beneficios económicos.

Esa luz nacionalista brotó casi junto al chorro petrolero. En conjunto “Lo tendencial – escribe Tomás Straka – fue acusar la riqueza que por fácil y azarosa, siempre resulta éticamente censurable, e indefectiblemente conducente a un escarmiento final, dentro de un esquema que se amolda bastante bien al de placer-culpa-castigo”. (Tomás Straka, “Los obispos y el excremento del diablo”, en espacio abierto vol. 12, no. 3 p. 356).

Esa pléyade de destacados pensadores venezolanos que fueron dibujando la metamorfosis que la explotación petrolera producía en el país, es realzada por la prosa culta de Mariano Picón Salas: “Quizás en ninguna época —si exceptuamos el tremendo momento de la Independencia y el otro gran período de fundamentación de la República entre 1830 y 1848— el venezolano se acercó a definir su circunstancia, a escribir el memorial de sus deficiencias y fijar su proyecto de futuro, como en los años que comenzaron en 1936 a partir de la muerte de Juan Vicente Gómez. Partiendo de las más varias filosofías y trincheras políticas, pero configurándolas de acuerdo con la especificidad venezolana, hombres de la talla de Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Arturo Uslar Pietri, el malogrado Alberto Adriani, Augusto Mijares, Luis Beltrán Prieto y muchos otros, a la izquierda y a la derecha, hicieron el gran balance de nuestra problemática social. Libros como Venezuela, política y petróleo de Rómulo Betancourt, las páginas venezolanistas de Adriani, los análisis que ha dedicado Prieto a nuestro desordenado y discontinuo proceso educativo, son el testimonio de una hora muy despierta de la conciencia venezolana. Nuestros sociólogos, economistas y escritores políticos habían superado ya el antiguo liberalismo retórico de las grandes frases y salían empeñosamente al encuentro de la verdad. Surgía frente al conformismo de otras generaciones una literatura de denuncia. Partiendo de nuestra insuficiencia y de un oscuro legado de engaño y derrota, queríamos echar las bases de una democracia real”. (Mariano Picón-Salas, “Perfiles” en Suma de Venezuela, p. 238)

Bendición y rentismo

De la política surgió, principalmente, la visión de la bendición, llamada por sus críticos, con acritud, “rentismo”. Esto a pesar de no ser otra cosa que la lucha por conseguir el máximo beneficio por el petróleo, envuelta en ropaje ético, que en esencia era la respuesta al entreguismo, la corrupción con la riqueza fácil y el silencio cómplice.

Esta visión, llamémosla de aprovechamiento, condenaba el dominio extranjero de la explotación petrolera, repudiaba el manejo corrupto de los ingresos y coincidía también con la visión fatalista en que “la forma de redimirnos es, también, “sembrándolo”, pero con la “verdadera siembra” -la frase es de Betancourt- construyendo la revolución (democrática, comunista, pero revolución al fin)”. (Tomás Straka, “Los obispos y el excremento del diablo”, en espacio abierto vol. 12, no. 3 p. 356).

El recuento de quienes nutrieron este punto de vista no descuida que tuvieron sus variantes influidas por las posiciones ideológicas, los esfuerzos nacionalistas por ampliar la renta petrolera lo hicieron pensando en el porvenir del país, destacan: Gumersindo Torres, Néstor Luis Pérez, Isaías Medina Angarita, Rómulo Betancourt, Juan Pablo Pérez Alfonso, y posteriormente pensadores de la teoría de la dependencia como D.F. Maza Zavala, Francisco Mieres, Héctor Malavé Mata y muchos otros destacados venezolanos.

Gumersindo Torres, luz en la oscuridad

El médico coriano Gumersindo Torres tuvo papel pionero, estelar, en la larga noche gomecista en su duro batallar por mejorar los beneficios de la renta para el país. Desde su privilegiada posición de Ministro de Fomento, Torres formuló la primera Ley de Hidicarburos en 1920, instrumento jurídico protestado rabiosamente por las compañías petroleras ante el dictador Juan Vicente Gómez por intermedio del Embajador de los Estados Unidos en Caracas, Preston Mc Goodwin, quien después de cumplir con su labor de presión política retorna a Venezuela, en diciembre de 1922,— como vicepresidente-gerente de la Creole Oil Syndicate.

La campaña de las petroleras y el gobierno norteamericano “alcanzó éxito – relata Edwin Lieuwen-. El 16 de junio de 1921, el Congreso aprobó una nueva Ley Petrolera que incorporaba la mayoría de las modificaciones sugeridas por las compañías  norteamericanas. La máxima superficie de explotación se duplicó a 120.000 hectáreas, el impuesto inicial de explotación fue reducido a siete bolívares (antes 10) por hectárea, los impuestos sobre la superficie se redujeron en las tierras del interior y se abolieron todas las restricciones sobre los traspasos. El discutible artículo 50 fue modificado, de manera que, en lugar de la obligación real de explotar todas las parcelas seleccionadas, se consideró suficiente pagar los impuestos fijos de superficie e inicial de explotación.” (p.52)

La nueva regla legal fue usada a conveniencia de las transnacionales petroleras. A los concesionarios, cuyas adjudicaciones se habían ajustado a las leyes anteriores, “se les dio oportunidad para adaptarse a esta nueva y liberal Ley Petrolera y todas las compañías norteamericanas así lo hicieron”. Las compañías británicas, “para las que regían las cláusulas más ventajosas de los contratos de 1907 y 1912 y el código minero, prefirieron continuar trabajando con arreglo a la legislación antigua. Con esta excepción, la ley básica de 1922 reguló, con pequeñas modificaciones, la industria petrolera de Venezuela durante los veintiún años  siguientes”.

Refiere Lieuwen que “Los empresarios petroleros la elogiaban como la mejor de América Latina. En ninguna otra parte se disfrutaba de tales privilegios de explotación. Era una ley basada en sencillos y lógicos principios, cánones y arrendamientos bajos, ninguna regla sobre perforación, derechos de expropiación, amplias exenciones de derechos aduaneros y ningún engorroso impuesto adicional. La hermandad del petróleo alababa la ley como un buen ejemplo de “trato limpio entre el gobierno y la industria” (pp.55-56).

En la tendencia de Gumersindo Torres se encuentra el Néstor Luis Pérez, Ministro de Fomento del gobierno de López Contreras, promotor de la ley de hidrocarburos de 1938. En ese proyecto de ley, escribe Rómulo Betancourt, “se limitaban las importaciones de las compañías exonerables del pago de impuestos aduaneros. Surgió en esta ley la idea (…) del establecimiento de empresas mixtas. Los más destacados defensores de esa ley fueron los diputados independientes, pero de oposición, Rómulo Gallegos y doctores Martín Pérez Guevara, Jesús Enrique Losada y Miguel Zúñiga Cisneros (…) La ley de 1938 recibió el ejecútese del Presidente un año después de aprobarse por el Congreso, Nunca alcanzó a ser aplicada en su integridad”.

Más renta

Entre los esfuerzos nacionalistas de esta visión que apuraba iniciativas para obtener una mayor renta petrolera para el Estado venezolano, se registran la Ley de Impuesto sobre La Renta de 1942 y la Ley de Hidrocarburos de 1943 del gobierno del general Isaías Medina Angarita. Esta última unificó las concesiones petroleras bajo una sola ley, aumentó los impuestos y obligó a las compañías petroleras a establecer en Venezuela la contabilidad de las empresas.

En esa misma tendencia “rentista” van el Decreto 212 de la Asamblea Nacional Constituyente de 1946, la Ley de 1948 que consagra definitivamente el Fifty-Fifty y prohíbe la entrega de nuevas concesiones.

De igual modo, la Ley de Impuesto Complementario, del gobierno de transición de Edgar Sanabria en 1958, mediante la cual se eleva la tasa impositiva a las empresas petroleras del 50 al 60%,  la creación de la OPEP en 1960, la reforma tributaria de 1966 del gobierno de Leoni.

En esta concepción es también comprobable su carácter prudente y previsivo manifestado en el curso que siguieron los hechos hasta culminar en la nacionalización petrolera el 1ro de enero de 1976 desde la Ley de Hidrocarburos de 1943, pasando por la ley de reversión, la Ley de Bienes Afectos a Reversión en las Concesiones de Hidrocarburos (1971) y la Ley que reserva al Estado la Industria del Gas Natural (1971), del gobierno de Caldera.

El elenco fatalista

Por su parte, la tendencia negativa, fatalista, de ver al petróleo como una maldición, fue desarrollada por venezolanos más identificados por su estricta labor intelectual.

Sin que ello significara estar sustraídos totalmente de la política, como tampoco los primeros se apartaban de la labor intelectual, ni que por ver el petróleo como una maldición descuidaran su interés por beneficiar al país.

En esa lista destacan figuras que dieron al país sus mejores letras y reflexiones, alta fue su contribución a comprender lo que sucedía, explicaron con gracia literaria los bemoles del crecimiento urbanístico, el desarraigo cultural gestado en el desplazamiento de masas campesinas a las ciudades y los cambios suscitados en las tradiciones culturales. La engalanan: Alberto Adriani, Arturo Uslar Pietri, Mariano Picón Salas, Enrique Bernardo Núñez, Mario Briceño Iragorry, Augusto Mijares, Ramon Díaz Sánchez, Miguel Otero Silva y entre muchos otros pudiera agregarse a Juan Pablo Pérez Alfonso, cuyo pensamiento petrolero navegó entre la bendición y la maldición.

Alberto Adriani fue el iniciador de esa visión, la señaló como “una explotación destructiva, o der abbau, es decir, devastadora. Consideraba el petróleo como parte de los “factores precarios de prosperidad”. Influido por la idea de que el petróleo era una mina y como tal un fenómeno de carácter pasajero, alertaba que “cuando se agoten las minas, cuyos principales beneficios habrán sido para el extranjero, el país deberá soportar los perjuicios y pagar los gastos que implique la desmovilización de esas industrias”. Su llamado persistente era a que “es en el campo de la agricultura en donde se abren amplias oportunidades de actividad y de riqueza para el país, mediante la modernización y perfeccionamiento de los cultivos actualmente practicados y la introducción de otros nuevos”. (Alberto Adriani, Labor venezolanista pp. 142-143)

Por su parte, Arturo Uslar Pietri coincide con Adriani en la concepción del petróleo como una “economía destructiva”, la define como “aquella que sacrifica el futuro por el presente, la que llevando las cosas a los términos del fabulista se asemeja a la cigarra y no a la hormiga”. (Arturo Uslar Pietri, p. 23). Pero a diferencia de Adriani, que defendía el “trabajo” como la fuente de la creación de riqueza, Uslar insistía en que el camino era aprovechamiento de la “renta petrolera”.

Su idea era “aprovechar la riqueza transitoria de la actual economía destructiva (…) invertirla totalmente en ayudas, facilidades y estímulos a la agricultura, la cría y las industrias nacionales”. Y soltaba su sentencia: “Que en lugar de ser el petróleo una maldición que haya de convertirnos en un pueblo parásito e inútil, sea la afortunada coyuntura que permita con su súbita riqueza acelerar y fortificar la evolución productora del pueblo venezolano en condiciones excepcionales”.

El fatalismo de Uslar en torno al petróleo persistiría a lo largo de toda su vida. La visión apocalíptica de Uslar sobre el petróleo fue reforzada en sus diversos ensayos.

En 1949 escribe que “el minotauro de Venezuela es el petróleo. Monstruo sobrehumano, de ilimitado poder destructor, encerrado en e! fondo de su laberinto inaccesible, que está devorando todos los días algo que es tanto como sangre humana: la sustancia vital de todo un pueblo. Es como si estuviera sorbiendo la sangre de la vida y dejando en su lugar una lujosa y transitoria apariencia hueca. El petróleo se ha convertido en un minotauro, en un monstruo devorador, para Venezuela; por la culpa de los venezolanos. El monstruo que nace siempre de la violación del mandato divino y de la regla natural. Como el minotauro.” (“El Minotauro”, publicado en su libro “De una a otra Venezuela” (1949). Aparejada a ese visión fatalista, tampoco abandonará su idea de sembrar el petróleo, que la irá remozando conforme a las circunstancias que alimentaban su visión de la política. Tema sobre el cual volveremos más adelante.

Adriani: petróleo “explotación destructiva, o der abbau, es decir, devastadora”

Las ideas de Alberto Adriani, notable economista venezolano, observador directo de aquellos cambios que sucedían en el país pudiera considerarse el punto de partida de la visión negativa sobre el petróleo, de esa  maldición del recurso natural.

Su crítica se basaba en la “vocación agrícola” que le asignaba a la economía venezolana, sin descuidar el fundamento nacionalista de su visión respecto al aceite negro.

Alberto Adriani, que hacía suya la tragedia del productor agrícola porque él era un productor, insistía en “que últimamente se han desarrollado en nuestro país las industrias extractivas, principalmente la del petróleo, pero ellas están en manos extranjeras, hasta este momento no han sido favorables al incremento de nuestra agricultura, industria que está en manos de nacionales y que es la base de nuestra prosperidad permanente”.

Consideraba el petróleo como parte de los “factores precarios de prosperidad”. Influido por la idea de que el petróleo era una mina y como tal un fenómeno de carácter pasajero, alertaba que “cuando se agoten las minas, cuyos principales beneficios habrán sido para el extranjero, el país deberá soportar los perjuicios y pagar los gastos que implique la desmovilización de esas industrias”.

El persistente llamado de Adriani era a que “es en el campo de la agricultura en donde se abren amplias oportunidades de actividad y de riqueza para el país, mediante la modernización y perfeccionamiento de los cultivos actualmente practicados y la introducción de otros nuevos”. (Alberto Adriani, Labor venezolanista pp. 142-143)

Adriani no desconocía la importancia del petróleo en nuestra economía, pero insistía que no debía ser preponderante sobre los demás “elementos de nuestra organización económica”.

Aunque en su pensamiento dominaba la visión fatalista sobre los hidrocarburos, coincidía con la otra visión respecto al dominio foráneo sobre los hidrocarburos, en primer lugar porque “se trata de una riqueza que está en manos de extranjeros” y en segundo por tratarse “de una explotación destructiva, o der abbau, es decir, devastadora”. Razones por las cuales “en lo posible debemos independizamos de él”. (Alberto Adriani, Labor venezolanista, pp. 287-288)

En el pensamiento de Adriani predominaba la idea de dotar al país de una política económica fundada en la agricultura.

“Es oportuno – decía – que estudiemos la mejor manera de aprovechar nuestra popularidad mundial, la prosperidad que podría ser pasajera, traída por el auge de nuestras industrias extractivas, a costa de la decadencia de nuestra agricultura, con el designio de edificar las bases de nuestra prosperidad permanente. Para ellos habremos de comenzar por encuadrar todos nuestros recursos materiales y humanos dentro de las líneas de un programa que responda a nuestras necesidades y a nuestros ideales nacionales. Es decir, debemos adoptar una política económica”. (Alberto Adriani, Obras escogidas, pp. 92-93).

La escritora Ana Teresa Torres escribe que “su descalificación de la actividad petrolera tiene mucho de racionalismo naturalista y hasta de profecía prejuiciada; no ve en ella más que el oportunismo de unos zapadores, mineros en el sentido recolector, tocados ahora por la suerte y más tarde tal vez por la miseria. No hay en él todavía la increpación de los criollos seducidos por el oropel, como en  Díaz Sánchez, pero sí un reduccionismo que hace depender la riqueza de los negocios en familia y condena la acción extranjera como algo estéril por definición e intención. Es así Adriani el iniciador de una valoración (más bien condena) ad hoc para hacer del petróleo la explicación de todos los males, engendrador d3 vicios y estragador de haberes y tradiciones”.

Uslar: “el petróleo una maldición”

Estas ideas de Adriani fueron la fuente principal de la cual bebió Arturo Uslar Pietri para formular magistralmente en 1936, año de la prematura muerte del economista, una breve frase que ha pasado la prueba del tiempo: “Sembrar el petróleo” que resumía, en cierto modo, la propuesta programática de Adriani, para titular un artículo de opinión.

Uslar coincide con Adriani en la concepción del petróleo como una “economía destructiva”, la define como “aquella que sacrifica el futuro por el presente, la que llevando las cosas a los términos del fabulista se asemeja a la cigarra y no a la hormiga”. (Arturo Uslar Pietri, p. 23). Pero a diferencia de Adriani, que defendía el “trabajo” como la fuente de la creación de riqueza, Uslar insistía en que el camino era aprovechamiento de la “renta petrolera”. Su idea era “aprovechar la riqueza transitoria de la actual economía destructiva (…) invertirla totalmente en ayudas, facilidades y estímulos a la agricultura, la cría y las industrias nacionales”. Y soltaba su sentencia: “Que en lugar de ser el petróleo una maldición que haya de convertirnos en un pueblo parásito e inútil, sea la afortunada coyuntura que permita con su súbita riqueza acelerar y fortificar la evolución productora del pueblo venezolano en condiciones excepcionales”. El fatalismo de Uslar en torno al petróleo persistiría a lo largo de toda su vida. La visión apocalíptica de Uslar sobre el petróleo fue reforzada en sus diversos ensayos.

En 1949 escribe que “el minotauro de Venezuela es el petróleo. Monstruo sobrehumano, de ilimitado poder destructor, encerrado en e! fondo de su laberinto inaccesible, que está devorando todos los días algo que es tanto como sangre humana: la sustancia vital de todo un pueblo. Es como si estuviera sorbiendo la sangre de la vida y dejando en su lugar una lujosa y transitoria apariencia hueca. El petróleo se ha convertido en un minotauro, en un monstruo devorador, para Venezuela; por la culpa de los venezolanos. El monstruo que nace siempre de la violación del mandato divino y de la regla natural. Como el minotauro.” (“El Minotauro”, publicado en su libro “De una a otra Venezuela” (1949).

Aparejada a ese fatalista, tampoco abandonará su idea de sembrar el petróleo, que la irá remozando conforme a las circunstancias que alimentaban su visión de la política. Tema sobre el cual volveremos más adelante.

E. B. Núñez: “sólo ruinas señalan el paso de todas las dominaciones”

Es fama el recio, y citado una y otra vez, discurso antiimperialista del escritor Enrique Bernardo Núñez, el 24 de junio de 1948, día de su incorporación a la Academia Nacional de la Historia, comparando la actuación de la Compañía Guipuzcoana con las compañías petroleras.

“No nos sería dado hablar de la colonia española – dijo – sin referirnos a otras colonizaciones posteriores. Hablar de las miserias de ayer y callar las de hoy. De la inversión de capitales coloniales será  preciso escribir voluminosos libros. Dos estilos o dos maneras en el fondo semejantes. En tal sentido la Real Compañía Guipuzcoana no difiere mucho de las compañías explotadoras del petróleo, por ejemplo. Extraen la sustancia, la riqueza de la tierra”.

Asentando en su condenatoria que “sólo ruinas señalan el paso de todas las dominaciones”:

Pero en una ojeada a su “Una ojeada al mapa de Venezuela (1949)”, se descubre en sus relatos de viaje un giro que modera su anterior fiereza antiimperialista. Maravillado por las cabrias que hacían posible poner el petróleo venezolano en el mundo, concluye: «El mechurrio es la lámpara maravillosa de este siglo».

Al comentar la visita que Míster Ralph W. Gallagher, presidente de la Standard Oil, hiciera al país en 1943 ve “una oportunidad histórica para aprovechar las ventajas del oro negro, que Venezuela debía asumir, en consonancia con el capital y la tecnología traídos por la presencia foránea vinculada a su producción, explotación y mercadeo”.

Con cauta mordacidad, Núñez apunta que “Al señor Gallagher le pareció el país ‘muy bonito’, y en realidad que lo es. También a Mr. Rockefeller le pareció ‘muy bonito’. Mr. Gallagher tiene ante sí la tierra de Venezuela, iluminada por los mechurrios, como un mapa de lindos colores”, advierte que “el dedo de los geólogos le irá indicando los misterios de la tierra; los mejores sitios para las refinerías; las zonas de deslinde; las áreas de mayores posibilidades”.

Para dejar caer su sentencia del peso del petróleo en la contemporaneidad: “la historia actual se escribe con petróleo. De las entrañas de la tierra americana brota el petróleo y por lo mismo la historia contemporánea. Por encima del petróleo hay otras fuerzas que el mismo petróleo no puede controlar. La visita de Mr. Gallagher es de más significación para nuestro país que cualquier otra”.

En su libro, “Bajo el samán”, al comienzo del prólogo, Núñez suelta sus afanes sobre el impacto del petróleo en el futuro del país: “Se ha pretendido y pretende identificar el destino de Venezuela con las cifras de producción, particularmente con las perspectivas buenas o malas de la explotación de petróleo. Nuestra conciencia se ha reducido a cifras. Pero el destino de Venezuela se halla por encima de tales contingencias”. (Biblioteca Venezolana de Cultura, Tipografía Vargas, C.A., Caracas, 1963)

El elenco de la visión fatalista, como hemos dicho, incluye otros distinguidos venezolanos y en algún momento me gustaría ocuparme de las ideas que expresaron sobre el petróleo. Por lo pronto me ocuparé, en la próxima entrega, de examinar tres frases que han marcado la historia del petróleo en Venezuela. Me refiero a: “Sembrar el petróleo”, “El excremento del diablo” y “Rentismo petrolero” a las cuales trataré en la próxima entrega.