Mujeres violadas y estranguladas con su propia ropa, una confesión insólita y un terrible enigma que perdura

Mujeres violadas y estranguladas con su propia ropa, una confesión insólita y un terrible enigma que perdura

Albert DeSalvo pasó seis años en prisión, donde fue asesinado. Detrás de las rejas, el hombre que primero confesó y luego negó haber matado a 13 mujeres, mostró una de las joyas que él fabricaba, Las sombras y dudas sobre su culpabilidad perduran hasta hoy (Hulton Archive/Getty Images)

 

El abogado F. Lee Bailey estaba todavía lejos de obtener su fama como defensor de la heredera multimillonaria Patricia Hearst y del jugador de fútbol americano devenido asesino O.J. Simpson cuando, a fines de 1964, se sentó frente a un preso ignoto al que debía defender por cargos de allanamiento de vivienda, secuestro e intento de violación.

Por infobae.com





No había demasiadas pruebas contra Albert DeSalvo, el detenido. Apenas un identikit elaborado a partir de la descripción de la víctima y luego un reconocimiento en rueda de presos que no alcanzaba a ser determinante porque la mujer no estaba totalmente segura de que ese hombre fuera el mismo que, vestido con ropa de trabajo verde de empleado de una compañía eléctrica, entró en su casa, la ató en la cama y cuando ya estaba listo para violarla se frenó y le dijo “lo siento” y se escapó.

Bailey abrió su libreta de apuntes, dispuesto a tomar notas que ayudaran a la defensa, pero no alcanzó a hacerle una sola pregunta.

–¿Qué haría si alguien le ofreciera la nota periodística del siglo? – le disparó DeSalvo.

¿Y cuál sería?

–Hablo del estrangulador de Boston.

¿Lo conoce? ¿Qué sabe de él? – preguntó el abogado apenas superó la sorpresa.

–Soy yo.

¿Mató a esas mujeres?

–A todas.

Las ocho primeras víctimas de las víctimas del “Estrangulador de Boston”

 

Así, en menos de cinco minutos, un improbable criminal se convirtió en el asesino en serie que desesperaba a la policía de Boston y aterrorizaba a la región, el responsable la muerte de 13 mujeres –en esos tiempos se estaba muy lejos de llamarlas femicidios– entre el 14 de junio de 1962 y el 4 de enero de 1964.

Las mataba por estrangulamiento, usando las prendas de las propias mujeres o una soga que siempre dejaba en la escena del crimen.

DeSalvo ni siquiera estaba en la lista de sospechosos que había elaborado el grupo especial de la policía de Boston que se conocía como la “Oficina del Estrangulador”.

Las víctimas eran solteras, vivían solas y tenían entre 19 y 85 años. Sus nombres habían aparecido en las páginas policiales de los diarios de Boston y también del resto del país. Se llamaban Ana Slesers, Mary Mullen, Nina Nichols, Helen Blake, Ida Irga, Jane Sullivan, Sophie Clark, Patricia Bissette, Mary Brown, Beverly Samans, Evelyn Corbin, Joann Graff y Mary Sullivan.

DeSalvo no se conformó con decírselo a su abogado, sino que, contra sus consejos, confesó.

Tan pronto como confesó –y dio detalles– se arrepintió.

–No es verdad, no maté a nadie. Sólo quería ganar dinero con la entrevista – dijo.

Ya era tarde. Dos años después fue condenado a cadena perpetua en enero de 1967, pero pasó solo seis años en la prisión de máxima seguridad de Walpole, Massachussets: el 25 de noviembre de 1973 fue asesinado a puñaladas por otros dos presos.

Pasado medio siglo de su muerte –y seis décadas de ocurridos los crímenes que primero confesó y luego negó– la duda persiste: ¿fue realmente Albert DeSalvo el Estrangulador de Boston?

Y también: ¿Se trató de un único asesino o fueron varios?

Los crímenes del Estrangulador

La saga del Estrangulador comenzó el 14 de junio de 1962, cuando la modista Anna Slesers, de 55 años, soltera pero madre un hijo que ya no vivía con ella, apareció estrangulada en la cocina de su departamento, con el cinturón de su bata atado alrededor del cuello.

Ese mismo año, el Estrangulador de Boston –como lo llamaron la policía y los medios– asesinó a siete mujeres más. En 1963, la lista sumó otras cuatro víctimas, y el 4 de enero de 1964 se registró el último crimen, cuando mató a Mary Sullivan, de 19 años.

La similitud de los crímenes hizo pensar en un asesino en serie. Las coincidencias no eran pocas: todos los crímenes se desplegaron dentro de los límites de Boston y todas las víctimas eran mujeres que vivían solas.

A todas las mataron por estrangulamiento, utilizando sus propias prendas –medias, corpiños, bufandas, cinturones-, aunque en ocasiones el asesino dejó también una cuerda en la escena del crimen. Algunas fueron encontradas con una bombacha en la boca, pero no todas.

En ninguna de las casas o departamentos donde vivían las cerraduras estaban forzadas, lo que hizo pensar a los investigadores que el autor había logrado entrar con engaños o amenazas luego de que le abrieran la puerta. Se especulaba que el asesino era o se disfrazaba de operario de alguna empresa de agua, gas o electricidad para engañar a las víctimas.

Hasta allí las coincidencias. Lo que no les cerraba a los investigadores eran otras características de las mujeres asesinadas: la mitad tenía entre 55 y 85 años, mientras que las otras cinco estaban entre los 19 y los 23.

Había mucha diferencia de edad entre un grupo y otro, por lo que podía tratarse de dos asesinos diferentes en lugar de uno.

Además, en algunos casos las víctimas estaban boca arriba y en otros boca abajo, a veces en la cama y otras en el piso, aunque siempre con las piernas abiertas.

A veces el agresor robaba joyas o dinero, otras no.

Como estos detalles se contaban en los diarios y los noticieros, también podía tratarse de un primer asesino –el estrangulador original– y de un imitador, tan criminal como el primero pero diferente.

Un tal Albert DeSalvo

Hasta que hizo su confesión –verdadera o falsa– nadie había sospechado de Albert DeSalvo, pero después de eso le pusieron todas las fichas.

Al investigar su pasado, la policía descubrió que tenía antecedentes: había pasado unos meses preso en 1960, por abusos sexuales que no llegaban a la violación.

El tipo llamaba a las puertas de casas o departamentos donde vivían mujeres jóvenes y solas con una tarjeta de presentación que, a veces, permitía que lo dejaran entrar. Decía que pertenecía a una agencia que buscaba modelos para avisos publicitarios y se ofrecía a tomarles las medidas para ver si daban con las que se buscaban.

A veces le cerraban la puerta en la cara, pero otras lo hacían pasar. Entonces sacaba un centímetro para supuestamente medirlas, pero en lugar de eso las acariciaba. Siempre huía cuando las víctimas se resistían o gritaban. Hasta el día que había policía cerca y lo atraparon.

Los informes decían que el agresor había prestado servicio en el Ejército, que estaba casado y tenía dos hijos. Después de ese episodio, su mujer lo dejó.

También había sido arrestado por robo cuando era adolescente. No una sino varias veces.

Porque la vida que había llevado –o, mejor dicho, sufrido– DeSalvo de niño tampoco lo ayudaba para tener una imagen de inocente. Para los cánones de la psicología forense de los ‘50 y los ‘60, su infancia bien podía haber producido un monstruo.

Era hijo de un padre alcohólico y violento, que costumbraba a golpear a su mujer, a su hermana y a él. Cuando se cansó de alimentar a los chicos, se los vendió a un granjero para que los usara como trabajadores esclavos.

Para escapar de esa situación, Albert se alistó en el Ejército, perdió de vista a su hermana y cuando terminó de prestar servicio no la buscó.

Los investigadores y la justicia no tuvieron dudas: con esos antecedentes, seguro que DeSalvo era el estrangulador.

Lo “confirmaron” con dos informes psiquiátricos generados en el hospital estatal Bridgewater. Allí, bajo hipnosis, dio detalles de los crímenes a los doctores William Joseph Bryan y John Bottomly.

Nadie reparó en algo llamativo: en ninguno de los relatos, DeSalvo agregó un solo detalle a la estricta descripción de los crímenes del Estrangulador que estaba publicada en los diarios.

La condena y las dudas

Frente a ese panorama, el abogado defensor Bailey desistió de alegar la inocencia de DeSalvo y durante el juicio desplegó una estrategia que buscaba la declaración de inimputabilidad por demencia.

“Cuando era niño, fue maltratado cruel y descaradamente, y estuvo expuesto a la conducta más desviada”, dijo en su defensa. En su alegato contó que le habían enseñado a robar a los seis años y que el granjero a quien su padre lo había vendido le enseñó a matar animales con “crueldad extrema”.

Luego de un largo desarrollo de las situaciones que habían enloquecido a su defendido, remató: “Esta sucesión de maltratos se acumularon hasta un punto en que explotaron y lo llevaron a cometer sus crímenes”, alegó.

No logró convencer al juez, que descartó esa defensa, ni tampoco a los integrantes del jurado que, en enero de 1967, lo condenó a cadena perpetua.

Primero lo encerraron en el sector carcelario del hospital de Bridgewater, del que huyó con otros dos reclusos a mediados de ese año. Lo recapturaron y lo enviaron a la prisión de máxima seguridad de Walpole.

Después de la condena, ya en la cárcel, DeSalvo siguió negando la autoría de los crímenes del Estrangulador de Boston.

Allí escribió un poema enigmático: “Esta es la historia del estrangulador, nunca contada / El hombre que dice haber asesinado a trece mujeres / jóvenes y viejas / (…) Hoy está en el interior de una celda / Muy adentro suyo, sólo puede revelar un secreto”.

Ese secreto se lo llevó a la tumba el 25 de noviembre de 1973, cuando murió apuñalado por otros dos reclusos.

En 2001, los resultados de un análisis de ADN que comparó el semen encontrado en la última víctima del Estrangulador, Mary Sullivan, con muestras de los restos exhumados del supuesto Estrangulador de Boston dieron un resultado terminante: no coincidían.

Si el difunto era el Estrangulador, no había sido el único.

Para entonces ya nadie recordaba el rostro ni la verdadera historia de Albert DeSalvo.

Desde 1968, cada vez que se nombra al Estrangulador de Boston, aparece el rostro perverso de Tony Curtis en su genial interpretación protagónica de la película sobre el asesino serial dirigida por Richard Fleischer.