Muamar Gadafi: su harén de esclavas sexuales raptadas y violadas y las fornidas amazonas de su custodia

Muamar Gadafi: su harén de esclavas sexuales raptadas y violadas y las fornidas amazonas de su custodia

Muamar Gadafi solía violar varias veces al día a sus esclavas, preferentemente adolescentes. Para ello tomaba grandes dosis de Viagra, que compraba el propio Estado Libio (Reuters)

 

Un gesto pequeño les cambiaba la vida para siempre. Una caricia en el pelo las sumergía en el infierno del que les costaría años salir, si alguna vez lograban hacerlo. La inocencia irremediablemente perdida en esa caricia.

Por infobae.com





Muamar el Gadafi, el dictador que gobernó durante 42 años Libia con mano dura, el dinero del petróleo y excentricidades, mantenía un harem de jóvenes a las que violaba sádicamente a su antojo.

La historia empezaba de manera bastante similar. Una visita oficial y cientos de adolescentes alistadas esperando al Guía, como era llamado. A cada lado al que fuera siempre había una comitiva –armada por parte de su círculo de confianza- esperándolo. Él caminaba entre las jóvenes –siempre en primera fila- mientras escuchaba los vítores del resto del público. Paseaba lentamente, con esa sonrisa entre forzada y llena de sarcasmo, recibiendo el cariño y algunos regalos y escrutando a cada una de las adolescentes. A veces se detenía frente a alguna, la miraba de arriba abajo y después de cambiar algunas palabras y a lo sumo tocar su hombro continuaba camino. Pero en algún momento posaría sus manos en el pelo de una de esas chicas durante unos segundos. No era un gesto de afecto, ni mucho menos paternal. Era una señal. El código secreto para que se pusiera en marcha el operativo que terminaría con esa joven abusada en el palacio de gobierno de Trípoli.

La que se encargaba de los siguientes pasos era Mabruka, una mujer dura e inclemente, que era una especie de edecán de Gadafi, que se encargaba de reclutar y disciplinar a las adolescentes del harem del dictador.

Los sitios de conscripción de chicas eran siempre los mismos. Escuelas que Gadafi visitaba sin aviso previo, fiestas oficiales, casamientos a los que acudía sin estar invitado y diversos eventos sociales. Muchas veces ni siquiera lo hacía personalmente. Al enterarse de que alguien de su séquito organizaba una boda u otro gran festejo familiar, pedía fotos del evento. Sus colaboradores se sentían, al principio, honrados por el súbito interés del líder en sus asuntos personales. A Gadafi sólo le interesaba divisar chicas que le resultaran atractivas. Las señalaba y al poco tiempo sus alcahuetas se la llevaban al palacio.

Unos pocos días después, o tal vez transcurridas unas pocas horas, una delegación oficial llegaba a la casa de la joven y se la llevaban al Palacio Presidencial. Los padres se sentían honrados de que su hija hubiera sido seleccionada por el Padre de la Nación. Suponían que la chica participaría en un acto oficial y regresaría al hogar. Pero iba a pasar mucho tiempo hasta su vuelta. Y esa chica ya no volvería a ser igual.

El mundo conoció la verdad sobre el harén de Gadafi tras su caída en 2011. La periodista francesa Annick Cojean publicó un libro llamado Las Cautivas en el que recoge impactantes testimonios de las víctimas.

Soraya tenía 15 años y un día Gadafi visitó la escuela a la que ella concurría en Sirpe. Cada vez que el Guía iba a Sirpe se producía una gran conmoción: era su ciudad natal. En la escuela, Gadafi se detuvo ante Soraya. Le llamaron la atención sus ojos inocentes, el palo larguísimo que llegaba hasta la cintura, los rasgos delicados y aniñados. Tomó el ramo de flores que la chica le dio y luego acarició su pelo. Dos días después, mientras Soraya estaba en clase una comitiva la retiró del colegio para llevarla al Palacio Real. La chica dijo que tenía que avisar a sus padres. Le dijeron que no se preocupara.

En la residencia presidencial no fue llevada a una recepción oficial ni al despacho presidencial. La ubicaron en el sótano. Allí había un largo pasillo con decenas de pequeñas habitaciones a ambos lados. La dejaron en una de ellas. Dos camas de una plaza, mesa de luz, una televisión de pocas pulgadas y un baño. Una enfermera le extrajo sangre. Esperó sentada varias horas. Trataba de descifrar los ruidos del pasillo; trataba de entender que hacía a tantos kilómetros de su casa, sola y esperando no sabía qué sentada sobre un colchón delgado.

Mabruka entró en la habitación. Su cara no transmitía emociones, sólo autoridad. Dejó un vestido sobre la cama y un juego de lencería breve, transparente y sexy. Soraya nunca se había puesto una tanga. Obedeció y en pocos minutos estuvo lista.

Estaba nerviosa porque iba a ver a Gadafi. Pensó que sería un gran evento, con muchos invitados. Se miró al espejo para ver cómo le quedaba el vestido. No estaba acostumbrada a dejar sus piernas al aire ni a mostrar el inicio de sus pechos. Mabruka abrió la puerta y con ojos severos repasó cómo estaba, le acomodó el vestido en la cola y con un gesto hizo que la siguiera. Subieron las escaleras y transitaron los pasillos y salones del palacio sin hablar. Sólo se escuchaba el taconeo de los zapatos sobre el mármol. Al llegar a la habitación de Gadafi, Mabruka miró a Soraya y le dijo: “Obedecé al Guía”. La chica entró y al dar dos pasos se tapó los ojos con sus manos y giró para salir. Chocó contra el cuerpo de Mabruka que la empujó hacia el interior de la habitación antes de cerrar la puerta del lado de afuera. Soraya creyó que era un error, que la habían hecho ingresar antes de tiempo. Gadafi estaba sentado en su cama. Totalmente desnudo y con una erección. Hablaba por teléfono y comía una cabeza de ajo. Miró a la chica y le pidió que se acercara. Ella se quedó en el lugar. No fue desobediencia, ni siquiera una decisión. Estaba paralizada. Gadafi se acercó y con mucha fuerza tiró de su brazo. Ella rebotó en la cama y logró pararse muy rápido. Trató de alejarse de él que volvió a lanzarla contra la cama. Ella opuso resistencia como pudo. Él arrancó su vestido, la ropa interior y comenzó a morderla, a retorcer sus pechos y la penetró. Soraya sentía mucho dolor y lloraba. Ni siquiera comprendía que la estaba violando. Rogaba que la soltara. Gadafi estaba enfurecido. Le pegaba y entraba y salía de ella. Varios minutos después salió de encima de la chica. Miró entre las piernas y vio que estaba llena de sangre. Sonrió satisfecho, tomó una pequeña toalla que tenía en la mesita de luz y la impregnó con esa sangre (muchos creen que luego practicaba rituales con eso que recolectaba). Al terminar le ordenó que se fuera. Antes de que Soraya llegara a la puerta, Mabruka ingresó a la habitación. Gadafi le dijo, le ordenó, a la mujer: “Preparala mejor la próxima vez”. Mabruka condujo hasta el sótano mientras le decía de mala manera que debía estar avergonzada, que era un honor que el Guía se fijara en ella y que ella tenía la obligación de satisfacerlo, que no lo debía rechazar más ni resistirse. Soraya quedó sola en su pequeño cuarto. Se duchó durante un largo tiempo. Estaba muy dolorida y seguía sangrando. Una enfermera ucraniana se acercó a asistirla. Fue la única mujer que la consoló.

A las pocas horas, otra vez fue llamada por Gadafi. La escena se repitió casi sin variaciones. Sólo aumentó la violencia del líder libio. Soraya volvió a sangrar profusamente. En esas primeroa jornadas Gadafi la convocaba varias veces por día. La obligaba a bailar desnuda, le pegaba, la violaba y hasta le orinaba encima. Hasta que la enfermera ucraniana pidió que la dejaran descansar porque estaba muy lastimada.

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