“¡Mala suerte, siempre se me mueren a mí!”: el sádico enfermero que asesinaba ancianas con productos de limpieza

“¡Mala suerte, siempre se me mueren a mí!”: el sádico enfermero que asesinaba ancianas con productos de limpieza

Joan Vila Dilmé cuando fue juzgado por los 11 asesinatos de ancianos que confesó

 

 

 





“¡Qué mala suerte! Siempre se me mueren a mí”, dijo más de una vez el enfermero Joan Vila Dilmé a sus compañeros de trabajo de la residencia geriátrica Fundació La Caritat de Olot y siempre recibió consuelo.

Los otros empleados de la residencia se compadecían de ese enfermero tímido, de pocas palabras, pero siempre dedicado a su trabajo. Le decían que tenía que acostumbrarse, que la muerte era un final casi inevitable cuando se cuidaban ancianos que muchas veces tenían problemas de salud. Siempre se morían de viejos, tanto era así que nunca se les hacía una autopsia.

Vila recibía el consuelo de sus compañeros con una sonrisa triste y la mirada algo húmeda detrás de los cristales de sus anteojos. Es un buen chaval este Vila, demasiado sensible para este trabajo, decían a sus espaldas los otros empleados de La Caritat.

La única que no pensaba así era una de las ancianas internadas en el geriátrico, Paquita Gironés, una mujer de 85 y carácter fuerte, difícil de llevar. Era una viuda sin hijos y la única visita que, de tanto en tanto, recibía era la de una sobrina y con ella solía descargarse. Le decía en catalán duro que ese enfermero de anteojos era un “mal parit” (mal parido) y que una vez le había dado “una hostia en la cara”. Ni la sobrina ni los empleados del geriátrico le creyeron: cuando a Paquita alguien no le caía bien solía decir pestes de esa persona.

Paquita debió morir la noche del 17 de octubre de 2010 y convertirse en una muerte más entre los ancianos al cuidado de Vila para que le creyeran. Por una vez, el médico de La Caritat dudó antes de firmar el certificado de defunción “por causas naturales”, alarmado por una extraña mancha negra que la anciana tenía en la lengua.

Al lado del médico estaba Vila, compungido, que un rato antes, cuando la anciana agonizaba ya sin remedio había dicho, compungido, casi como un ruego: “No hagáis nada, está muriendo, dejadla morir en paz”.

En ese momento, el médico no sumó dos más dos, pero la lengua negra de Paquita era algo que no podía dejar pasar y pidió que se hiciera una autopsia para establecer la causa de su muerte.

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