La otra cara: Lo que el viento se llevó. Las cenizas del legado, por José Luis Farías

La otra cara: Lo que el viento se llevó. Las cenizas del legado, por José Luis Farías

En una sombría conferencia de prensa, cargada de una saña subyacente que no revela poder sino abuso del mismo para ocultar la desesperación y el miedo del gobierno autoritario en sus ansias de perdurar, el Consejo Nacional Electoral, representado por su presidente Elvis Amoroso, anunció al país el cronograma para las elecciones presidenciales de 2024. La fecha crucial, fijada para el 28 de julio, se convierte en un hito ominoso en medio de una maquinación urdida desde las sombras de la vileza.

El anuncio, aunque previsible en el ámbito político, no deja de ser impactante. La unanimidad en la decisión, con votos provenientes incluso de representantes de Henry Ramos y Manuel Rosales, revela una estrategia meticulosamente planeada con antelación. La falta de preparación de la oposición democrática ante este embate demuestra su vulnerabilidad frente a las artimañas del gobierno autoritario.

Pero más allá de las fechas seleccionadas, lo verdaderamente significativo radica en la elección deliberada de conmemorar el día de la muerte de Hugo Chávez para dar la noticia y el día de su nacimiento para las elecciones. Esta estratagema pretende enmascarar la deteriorada imagen de Nicolás Maduro tras la figura venerada de Chávez, presentándolo como un héroe legendario al estilo del Cid Campeador para infundir temor en sus adversarios y engañar a un pueblo chavista desencantado.





Estas fechas, marcadas por la astucia maquiavélica del gobierno en su estrategia de campaña, revelan la farsa urdida en torno al “legado” del “Comandante eterno”, como un velo que intenta ocultar la desgastada figura de Maduro, anhelando cohesionar a las filas chavistas y recuperar el terreno perdido desde el fatídico 2015 en el lodazal de su desenfreno por arruinar la nación. Sin embargo, el sector del pueblo al que se intenta manipular al ver la instrumentalización de su líder histórico, bien pudiera decir con desencanto las palabras de los burgaleses al ver al Mio Cid entrar a Burgos desterrado por el Rey: “¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor!”. Añorando un liderazgo perdido y la decepción ante un gobierno que ha sumido al país en la desolación y la corrupción. De modo que por esas ironías de la vida el día del nacimiento de Chávez puede ser el día final del madurismo.

Es una estrategia endeble, profundamente manipuladora e irrespetuosa, que busca engañar a las bases chavistas sobre su autenticidad en la preservación del legado de Chávez. Un cimiento despreciable con su propia gente, que le ha retirado su respaldo tras vivir la fe en el chavismo con angustia y desesperación, como lo experimentó Graham Greene con la fe católica.

Desde el fatídico 2013, Nicolás Maduro ha sumido al país en la más espantosa crisis de su historia, devastando la economía, aniquilando los servicios públicos, arruinando la industria petrolera y sumiendo a la mayoría de los venezolanos en la pobreza y el éxodo. El pueblo chavista ha padecido el hambre, soportado la diáspora, consciente de que bajo su mandato el bolívar se ha devaluado y la inflación ha diezmado la calidad de vida. La urgencia de un cambio político es irrefutable y encontrará su voz en las urnas el día de las elecciones, inclinándose hacia la candidatura con mayores posibilidades de éxito. Por tanto, como dice la gente de CENTRADOS en su reciente documento al preguntarse: ¿Seis años más de Maduro?: ¡NI DE VAINA. CAMBIO Y MÁS NA’! ¡SÓLO LA ABSTENCIÓN LO SALVA!