Era cirujano y piloto, mató a su esposa, la desmembró y la arrojó al mar desde un avión: el asesino que tardó 36 años en confesar

Era cirujano y piloto, mató a su esposa, la desmembró y la arrojó al mar desde un avión: el asesino que tardó 36 años en confesar

En Manhattan, Gail Katz conoció a un joven llamado Robert Bierenbaum, él estaba terminando la residencia en cirugía, donde a través de su amiga Amanda. Era 1981 y los dos tenían 26 años

 

Robert Bierenbaum tenía un futuro brillante asegurado y todas las de ganar con las mujeres. Era un cirujano de renombre, un piloto matriculado, buenmozo, hablaba cinco idiomas con fluidez, pertenecía a una excelente familia, esquiaba como un profesional, tocaba la guitarra y el piano. Por eso, cuando los padres de Gail Katz vieron que su hija, que venía de serios bajones anímicos y un intento de suicidio, empezó a salir con él, no pudieron creer su suerte.

Por infobae.com





Las cosas parecían enderezarse ante sus ojos. Pero la vista puede resultar engañosa y la realidad transformarse en un espejismo.

El mejor candidato

Nacido el 22 de julio de 1955, Robert Bierenbaum tuvo desde el principio el destino servido en bandeja. Su padre Marvin era un cardiólogo con dinero y prestigio. Desde muy chico sus padres notaron que Robert era brillante en ciencias. Con solo 7 años realizó un curso de astronomía en Manhattan donde el resto de sus compañeros eran adultos. Entre sus sueños estaba el de ser el primer astronauta judío. En el secundario ya hablaba cinco lenguas, practicaba instrumentos musicales, se convirtió en muy buen deportista y estaba lleno de amigos. Se graduó integrando el cuadro de honor por sus notas y éstas le habilitaron el ingreso a la Universidad de Albany para estudiar medicina. Al mismo tiempo, realizó los cursos requeridos para convertirse en piloto de aviones pequeños.

Se graduó a los 22, tres años antes que el promedio de sus compañeros. Mientras terminaba su residencia en cirugía, se anotó en judo y como en todo lo que hacía se lució. Una de las técnicas que aprendió, por entonces, era una toma defensiva con la que podía dejar a una persona inconsciente.

Gail Katz nació ocho meses después que él, el 8 de marzo de 1956. Sus padres se llamaban Manny y Sylvia y ella fue la primera de sus tres hijos. Sus hermanos llegaron más adelante en el tiempo: Alayne en 1957 y Steve en 1969. Vivían en Flatbush, Brooklyn, pero luego se mudaron hacia Long Island. Sylvia trabajaba en emergencias en un hospital y Manny era, en esa época, presidente de una compañía llamada Columbia Pen & Pencil. Cuando la empresa fue vendida las cosas se complicaron y él se quedó sin trabajo. Con su mujer, para sobrellevar la economía familiar, debieron sacar hipotecas sobre su casa. Vinieron tiempos de escasez. Durante la secundaria Gail fue una alumna promedio, pero su adolescencia empezó a estar marcada por sus frecuentes bajones de ánimo. Luego de ingresar en la Universidad Estatal de Nueva York para estudiar psicología, enfrentó dos episodios de depresión grave que requirieron internación. Comenzó a experimentar y a consumir drogas y, en 1978, tocó fondo: se cortó las muñecas. A partir de entonces, su permanente inestabilidad emocional se convirtió en una pesada carga para toda la familia.

La joven optó por abandonar la psicología y se mudó a Manhattan para estudiar danza. No le gustó y dejó. Su inseguridad le pateaba en contra. Se anotó para realizar trabajo social. Tampoco funcionó. Volvió a sus pagos y se puso de novia con un músico. Fue un desastre. Cada vez peor. Decidió ver a un terapeuta para que la ayudara a decidir qué hacer con su vida. En eso andaba cuando, a través de su amiga Amanda, conoció a un joven llamado Robert Bierenbaum. Corría 1981 y él con 26 años ya estaba terminando la residencia en cirugía. Era un partidazo: atractivo, apasionado por la comida gourmet, piloto y amante de la buena vida. En la universidad era sabido que Robert solía invitar a sus candidatas a románticos paseos por el cielo. De inmediato empezaron a salir y hubo conexión.

Los padres de Gail al enterarse de este nuevo candidato en la vida de su hija, respiraron aliviados. Estaban encantados con el giro en la vida de Gail.

El romance comenzó idílico, no podía ser mejor. Y se pusieron oficialmente de novios.

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